Un nuevo premio llegó a la Estación el pasado 20 de febrero.
En esta ocasión, por gentileza de Nena Kosta y de uno de sus magníficos blogs, Maleta De Recortes.
Toda la información sobre este premio la encontraréis en Premios(6), en una de las pestañas de arriba.
Gracias.
CAPÍTULO 52
GABRIELA SUFRE UNA DECEPCIÓN
B
|
las sermoneó al chiquillo
durante un rato más. Después, ambos salieron del cuarto de baño y pasaron al
salón. El señor Teodoro comunicó a su madre que salía a correr y que se llevaba
al chiquillo.
—¡No sueñes con llevarte al niño a solas! —exclamó la señora Sales— Las niñas irán con
vosotros y si me cuentan que has tocado a Nico... ¡prepárate!
Patricia se negó a salir
alegando que ya que Sandra se había marchado, era más precisa su ayuda y ella
estaba encantada con echar una mano.
Bibiana se sintió
obligada a quedarse también. Era una invitada en villa de Luna, al igual que Patricia, y no le parecía justo que fuera siempre su amiga la que trabajara en la casa. Por lo tanto, dijo que prefería
no salir.
Y en consecuencia, fueron
Blas, Nicolás y Natalia los únicos que se marcharon.
El señor Teodoro iba
delante, los chiquillos le seguían a corta distancia. Nicolás pasó su brazo por
los hombros de Natalia y esta rodeó, con el suyo, la cintura de su primo.
Cuando pasaron por la
casa de la señora Miranda, Blas se detuvo y llamó a Gabriela. La joven
apareció de inmediato.
Se había calzado unas
deportivas y Hércules la acompañaba, contento.
—También quiere venir a correr —explicó la chica con una sonrisa radiante—. A él le conviene mucho
hacer ejercicio. Vosotros... ¿también venís? —preguntó, mirando a los
niños.
Ambos asintieron.
—Vienen a la fuerza —aclaró el señor Teodoro—. Mi madre no me permite
salir si no me llevo a Nico detrás y Nat viene para vigilar que no toco a Nico.
¡Mi madre es así de graciosa!
—¡Bien, pues todos a correr! —exclamó Gabriela, alegremente— ¡Preparados, listos, ya!
Blas y Gabriela unieron
sus manos y emprendieron la carrera, seguidos de un alborotado Hércules, que
muy pronto los adelantó. Nicolás y Natalia estaban de mal humor y, aunque
caminaron más deprisa, en ningún momento echaron a correr. El señor Teodoro,
Gabriela y Hércules se perdieron de la vista de los muchachos.
—Esto no me gusta nada —declaró Natalia, preocupada—. ¿Has visto cómo se han
cogido de la mano? ¿A qué viene tanto acercamiento entre Blas y Gabriela? Si
Elisa los viera, se pondría celosísima. Me llegó a decir que si Blas no vive
con nosotras, yo no iré al instituto contigo y nos iremos a vivir a Markalo.
Nicolás esbozó una mueca
de disgusto.
—Elisa parece haberse trastornado —comentó,
furioso.
—No quiero vivir sola con ella, Nico —dijo
Natalia, nerviosa—. ¡Tenéis que hacer las paces de una vez! ¡Y no debes
permitir que Blas haga mucha amistad con Gabriela!
—Puedo hacer las paces con
Elisa, pero no sé cómo impedir que Blas se lleve bien con Gabriela —respondió Nicolás—. Además, Gabriela es una
buena chica. No se merece que intente nada en contra de ella. Por otra parte,
no creo que Blas me hiciese ningún caso.
—Claro que te haría caso —aseguró Natalia—. No acabo de comprender el motivo pero él te adora, Nico, lo que ocurre es que tú no sabes manejarlo. Si fueras más listo, lo tendrías comiendo de tu mano. Ahora entiendo que Elisa pasa de mí, pero Blas no pasa de ti.
Salieron de una curva y,
a unos diez metros, vieron a los adultos que los estaban esperando.
—¿Qué os pasa a vosotros dos? —interrogó el señor
Teodoro— ¿No pensáis
correr?
—¡No
tenemos ganas de correr! —respondió Nicolás, gritando— ¡Estamos hablando de cosas importantes! ¡No nos molestes!
—No me hables en ese tono, Nico —le advirtió su tutor sin
enfadarse—. ¿Y se puede
saber de qué cosas tan importantes estáis halando?
—¡No!
—volvió a
gritar Nicolás— Son asuntos privados y tú eres un cotilla.
Blas sonrió moviendo la
cabeza negativamente.
—Como sigas por ese camino vas a correr y
bastante, con tal de que yo no te alcance —amenazó al niño.
—No abras la boca —susurró Natalia al
muchacho—, no vuelvas
a contestarle.
Nicolás hizo caso a su
prima, entendiendo que tenía razón, y enmudeció.
—Bueno, si los niños no tienen ganas de correr
podemos ir caminando hasta el pueblo y tomar algo calentito en la cafetería —terció Gabriela.
Natalia asintió, mientras
que Nicolás se encogió de hombros de modo indolente.
Llegaron a Luna; la parte antigua del pueblo la formaban una veintena de casas bajas, pintadas sus paredes de un blanco inmaculado. No había
calles con nombres, cada casa tenía un número.
Decidieron pasear hasta
la parte más moderna donde había construcciones de varias alturas, un hotel-restaurante
y una cafetería.
A pesar de ser jueves,
día laborable, no se veía gran movimiento. Iban a entrar en la cafetería cuando
un hombre saludó a Blas.
—Entrad y pedid lo que queráis —indicó el señor Teodoro a
los niños.
Nicolás y Natalia
entraron en el establecimiento, mientras Blas y Gabriela se quedaron
conversando con el lugareño.
El local estaba muy bien
aclimatado; los muchachos se sentaron en unas cómodas butacas, alrededor de una
mesa redonda.
La camarera, una joven de
veintidós años, se apresuró a atender a sus únicos clientes. Natalia pidió un
café con leche, muy calentito. Nicolás no tenía ganas de tomar nada y con ironía pidió un güisqui doble, creyendo que la joven comprendería que no quería consumir, ya que estaba prohibido servir alcohol a menores
de edad.
Pero la chica no era del
pueblo y no conocía a Nicolás. El chaval, alto y de cuerpo fuerte, muy bien podía
pasar por un joven de dieciocho años. Ante el estupor de los niños, la camarera
regresó con una bandeja y depositó, sobre la mesa, un café con leche y un güisqui doble con hielo. Nicolás miró, turbado, el vaso y seguidamente miró, con
nerviosismo, hacia la puerta de la calle temiendo que su tutor entrase.
—¿Te has vuelto loca? —preguntó a la encargada
de la cafetería, que se quedó pasmada. —¿Cómo dices?
—Llévate este vaso enseguida. Yo no puedo tomar güisqui.
—Es lo que me has pedido y, aunque no te lo vayas a tomar, vas a tener que pagármelo. Una vez puesto en el vaso, ya no puedo devolverlo a la botella.
Nicolás comenzó a sofocarse, no llevaba ni un solo céntimo en sus bolsillos.
—¿Llevas dinero, Nat? —preguntó a su prima.
La niña negó con un movimiento de cabeza. La camarera empezó a desconfiar de la pareja.
—¿Pretendíais tomar lo que os diera la gana sin pagar? —interrogó, airada— ¡Sois dos caraduras!
—Por favor, llévate el vaso —pidió Nicolás, desesperado—. Dime cuánto vale y
volveré a pagártelo. Te lo prometo.
—¿Me tomas por imbécil?
En aquel instante la
puerta de entrada se abrió y accedieron Gabriela y Blas. Ambos se aproximaron a
la mesa donde estaban los chiquillos.
—¡Gracias a Dios que entran ustedes! —exclamó la camarera— Mi jefe ha salido y
estoy sola. Esta pareja de sinvergüenzas se niega a pagarme lo que me han pedido.
—Tranquilízate —le dijo el señor Teodoro—. Los niños van con
nosotros, yo te pagaré—. Y vosotros, ¿estáis tontos? —añadió, mirando a los
primos— ¿No sabéis
decir que estábamos fuera?
Tras oír hablar a Blas,
la camarera, que llevaba su melena rubia sujeta por una goma de color rojo intenso, formando una coleta, se fijó mejor en Nicolás y advirtió su cara aniñada. ¡Aquel chaval no podía tener dieciocho años!
—El chico me ha pedido un güisqui doble —contó de inmediato al
señor Teodoro—. Me ha engañado, creí que era mayor de edad. Siento
mucho la confusión. Por favor, no se lo cuenten a mi jefe o me despedirá.
Necesito trabajar.
Blas miró los ansiosos
ojos azules de la camarera.
—No pasa nada —manifestó—. No ha sido culpa tuya y
te pagaré el güisqui. Tráele al chiquillo un café con leche descafeinado y a mí,
otro. Tú, ¿qué quieres, Gabriela?
La mujer pidió lo mismo.
La camarera era rápida y enseguida estuvo de vuelta con los tazones. Los colocó
sobre el cristal azulado de la mesa, y se alejó.
—Nico, eres demasiado jovencito para tomar
alcohol. Todavía estás creciendo —habló Gabriela con
suavidad. Apreciaba mucho al muchacho—. ¿Por qué has hecho esa
tontería?
—Porque se ha empeñado en darme un disgusto
detrás de otro —respondió Blas, malhumorado.
—Lo ha hecho porque no le gusta que Blas salga
contigo —intervino
Natalia, mirando a Gabriela—. Nico quiere que Blas salga con Elisa y, si
sale contigo, hará peores tonterías.
Gabriela se sintió tan
mal como si le acabaran de arrojar un cubo de agua helada. A Nicolás no le
gustó lo que su prima terminaba de decir, pero se mantuvo callado.
—Blas y yo simplemente somos amigos —declaró Gabriela,
dirigiéndose al niño—. Tan solo hemos salido a correr…
—¡Esto es el colmo! —estalló el señor Teodoro,
encolerizado, interrumpiendo a la joven— No tienes por qué darle
ninguna explicación a este niñato. Él no va a decirme con quién tengo o no
tengo que salir.
¿Has probado el güisqui? —interrogó a continuación a Nicolás,
echando una ojeada al vaso.
El chiquillo dijo que no
con un movimiento de cabeza. Pese a ello, su tutor le propinó un cachete.
—Yo seré quien te diga a ti con quien tienes o
no tienes que salir —le anunció, enfadado—. Y más te vale no volver
a hacer ninguna otra payasada. ¿No has tenido bastante con la azotaina de esta
mañana?
Blas pagó la cuenta y
todos salieron de la cafetería, taciturnos. Hércules les esperaba, sentado en
la acera, tomando el sol. Se levantó, en el acto, y no tardó en darse cuenta de
que su queridísima ama estaba entristecida y melancólica.
Gabriela no había contado
con que Nicolás no aprobase su posible relación con Blas. Y lo peor de todo es
que se sentía irresistiblemente atraída por el joven.
Págs. 399-405
Hoy os dejo una bonita canción de El Arrebato, "Un amor tan grande". Está ubicada en el lateral