EL CLAN TEODORO-PALACIOS

CUARTA PARTE

jueves, 12 de noviembre de 2015

EL CLAN TEODORO-PALACIOS Capítulo 121





CAPÍTULO 121

EL MILITAR



Nicolás corrió al encuentro de Natalia y de Bibiana en cuanto las vio aparecer por la puerta del patio.
            —¡Estaba esperándoos! —exclamó, ansioso— Nat, siento mucho lo que ocurrió ayer, no debiste marcharte tan enfadada.
            —¡Sigo enfadada, Nico, y no quiero hablar contigo! —profirió la niña, altanera— Ayer te pasaste de la raya junto con tu amigo Marcos.
            —Nat, ¿es tan difícil que entiendas que no quiero meter en ningún problema a mi padre?
            —¿Y es tan difícil que tú entiendas que Paddy puede estar en un grave peligro?
            —Sí, es verdad, puede estar en peligro —admitió Nicolás—Pero Álvaro Artiach es un tipo peligroso y fuerte, estuvo a punto de dispararle a mi padre. ¡Mi padre está recién operado! ¡No quiero que se meta en esto! ¡Me da miedo que le pase algo! ¿Por qué no me entiendes?
          —Nico tiene razón —medió Bibiana—. Es mejor que Blas no se meta en esto. Y nosotros no podemos hacer nada. Tiene que haber policías buenos, algún policía encontrará a Paddy.
          —¿Algún policía como el padre de Lucas? —interrogó Natalia con tristeza.
Nicolás y Bibiana se miraron sin saber qué decir.
          —Algo se me ocurrirá —aseguró el chiquillo—. Pero Patricia tiene lo que se ha buscado.
Natalia se revolvió, furiosa.
          —Paddy es una cabra loca, pero estoy segura de que no se merece lo que le están haciendo. ¿Y si fuera yo? ¿Y si yo estuviera en el lugar de Paddy? ¿También dirías que me lo he buscado?
Los ojos negros de Nicolás chispearon, pero le sentó tan mal lo que dijo Natalia que se negó a contestar y guardó un empecinado silencio.
Natalia no tardó en revolucionarse.
              —¿Te quedas callado, no vas a decirme nada? —interrogó, exaltada.
             —No tengo nada que decirte —respondió Nicolás.
             —Pues ni se te ocurra pensar en decirme algo cuando tengas tus estúpidos dieciocho años porque yo no te escucharé. ¿Te has enterado?
Bibiana miró la hora en su reloj deseando que sonara el timbre que acabara con aquella absurda discusión.

                                                                              ∎∎∎
El señor Teodoro y la señora Paula Morales ya se encontraban reunidos en el despacho. Ninguno de los dos se sentó; el señor Teodoro se quitó el abrigo y lo colgó en una percha.
Aquella mañana había elegido una camisa, de color rosa pálido, recordando que este tono le gustaba a Helena.
Paula Morales lamentó haberse vestido con un jersey grueso de cuello alto, el maldito cuello la estaba sofocando sin compasión.
Armándose de valor fue la primera en hablar.
              —Señor Teodoro, deje que le aconseje que debe apaciguarse o Helena va a sospechar, ella no es tonta—comenzó a decir.
         —Estoy muy apaciguado, se lo aseguro. Ahora, escúcheme bien, esa lunática le preguntará qué hemos hablado aquí. Dígale que me he interesado por cómo marcha Nico en clase. Usted es su tutora, no es extraño que hable con usted.
Paula Morales asentía con la boca ligeramente abierta.
             —Lo que quiero que me diga —siguió hablando el señor Teodoro— es cómo reaccionó esa lunática el día que me desmayé en el patio. Recuerdo muy bien que estaba con ustedes dos.
La señora Morales tardó unos segundos en contestar, unos segundos muy largos para Blas.
             —La verdad es que no lo recuerdo muy bien. Todo pasó muy deprisa.
Blas Teodoro se impacientó al instante.
            —No me tome el pelo, señora Morales. Estoy demasiado excitado y no respondo de mis actos. La ayudaré a recordar… O me lo dice usted o se lo pregunto a ella ahora mismo —amenazó.
Paula le creyó capaz de cumplir su amenaza, se espantó y la memoria regresó a su mente de repente.
             —Ella se asustó, se asustó mucho —declaró.
Tras esta declaración, Blas sintió que sus músculos se relajaban y que un gran peso abandonaba su cuerpo.
            —¡Usted es mujer! —dijo mirando, con vehemencia, a la sobresaltada profesora— Dígame entonces si la reacción de Helena fue la reacción de una mujer que odia a un hombre, de una mujer que siente indiferencia por un hombre, o la de una mujer que está enamorada de un hombre.
            —Sin duda, la de una mujer que está enamorada afirmó Paula con rotundidad.
Y vio, escandalizada, como el director estalló en carcajadas mientras se desabrochaba los botones de las mangas de su camisa y se las arremangaba.
La mujer pensó, alarmada, que el director había perdido su buen juicio.
Mas este pensamiento estaba lejos de la realidad.
Quién le dice a un preso cuando ve la puerta de su celda abierta y los carceleros duermen, que no salga, que no corra hacia la libertad.
Blas Teodoro, durante años, había sido el prisionero de un recuerdo. Y por fin hallaba el camino que le conducía a atrapar un sueño muy deseado.
            —¡Es una lunática! —exclamó con mirada ilusionada Una lunática que va a tener que explicarme muchas cosas. ¡Ya lo creo que sí! 
¿Qué haces disfrazada? ¿Intentas espiarme? ¿Te escondes de mí? ¿Quieres jugar conmigo? ¿Te estás burlando de mí? Muchas cosas me vas a tener que explicar, lunática, muchas cosas! ¡Ya lo creo que sí!
Y Paula Morales entendió que Blas ya no hablaba con ella, estaba hablando en voz alta consigo mismo.
                                                                                   
Mientras esta conversación tenía lugar en el despacho; Helena Palacios permanecía, muy inquieta, en el vestíbulo, esperando que Paula saliera y le contara de qué había hablado con Blas.
Pero fue la extremadamente delgada, Soraya Palma, la profesora de inglés, quien se acercó a hablarle.
            —Te he estado observando le comunicó remarcando su acento extranjero. Debes ser tonta. No te conviene ser tan antipática con el director. No olvides que él tendrá que dar unos informes sobre ti cuando finalices tus prácticas. Ser un poco más simpática puede ayudarte. ¿Lo entiendes?
            —Debo ser tonta porque no lo entiendo respondió Helena mirando las largas pestañas postizas que pretendían adornar los ojos verdes sin vida de la inglesa. No vuelva a tutearme, no recuerdo haber compartido mesa con usted.
            —¡Qué bicho raro eres! exclamó la profesora de inglés con desdén.
            —Yo soy un bicho raro, sí respondió Helena, crispada. Y usted, el palo de una escoba. Coma un poco más, unos kilos le sentarían bien a su cara de difunta.
Soraya Palma no volvió a decir nada y se apartó de Helena como si de una apestada se tratara.
            —Esa mujer está completamente loca le aseguró al profesor de gimnasia, Roberto Beltrán.

Los nervios y la tensión se paseaban y bailaban por el hall del instituto. El señor Eduardo Cardo no dejaba de murmurar con unos y otros profesores el extraño comportamiento del director. Y en cuanto vio entrar, por la puerta principal, al señor Ismael Cuesta, corrió a recibirle, desasosegado. 
            —¡Señor Cuesta, me congratulo de verlo! exclamó, emocionado.
El profesor de matemáticas lo miró como si fuera una mosca muy molesta a la que con gusto aplastaría.
            —¿A qué debo su entusiasmo? indagó sin mucho interés.
            —Usted es un hombre con carácter. Tal vez usted pueda hacer entrar en razón al director; él no se está tomando muy en serio la visita del viernes. Solo quiere ensayar mañana. Temo que acabemos todos detenidos.
            ¿Dónde está el señor Teodoro? No lo veo dijo el señor Cuesta escrudiñando el hall.
            Está reunido con Paula Morales en su despacho. Se ha ido allí después de decirnos a todos que él no es un hombre cabal y que está desquiciado explicó el jefe de estudios bizqueando.
Acto seguido extrajo un pañuelo para limpiar su nariz aguileña, sonándose estentóreamente.
El señor Amadeo Ortiz, padrastro de Bibiana, sonrió al ver la expresión de asco reflejada en el rostro del profesor de matemáticas.
            ¡Deje de gimotear como una plañidera! vociferó el señor Cuesta, furioso No es extraño que el señor Teodoro haya dicho algo así. Es el peor director que ha pasado por este instituto. Y no solo él está desquiciado, su hijo también. Pero no se angustie tanto, con el cargo lleva la carga. Si algo sale mal el viernes, el único responsable será él. No estaría mal que se lo llevasen detenido; Llave de Honor volvería a ser lo que era antes de su llegada.
En aquel momento alguien entró por la puerta principal, y el señor Eduardo Cardo abrió sus ojos como platos cuando vio al recién llegado.
Se trataba de un militar uniformado de pies a cabeza.
            ¿En qué pue-puedo servirr-le? preguntó el jefe de estudios tan asustado que tartamudeó al hablar.
            Traigo una notificación de parte del Excelentísimo Don Arturo Corona comunicó el militar. Debo entregársela en persona al director de este centro, al señor Blas Teodoro. ¿Está aquí? ¿Es alguno de ustedes?
            ¡Sí! ¡No! respondió el señor Cardo, muy alterado.
            Explíquese.
            Me explico enseguida. Está aquí, pero no es ninguno de nosotros. Está en su despacho, voy a darle aviso.
Dicho esto, salió tan precipitado que en lugar de ir en la dirección correcta, se fue en sentido contrario.
En cuanto se dio cuenta de su error, volvió sobre sus pasos y quiso correr tanto que se le trabaron los pies y cayó de bruces sobre el suelo.
La situación era realmente surrealista pero ninguno de los presentes osó reírse. La mirada del militar, tan helada e impertérrita, los mantenía acobardados.
Y únicamente el bonachón de Hipólito Sastre, el profesor de música, y Helena Palacios ayudaron al maltrecho jefe de estudios a levantarse.
El rostro del hombre, sofocado y de color grana, manifestaba su lamentable estado.
            Que alguien avise al señor Teodoro, por Dios murmuró Eduardo Cardo. Yo no puedo moverme.
Pero ya no era necesario ir a buscar al director. Blas Teodoro y Paula Morales, finalizada su conversación, terminaban de llegar al hall.
            Ahí tiene al director indicó Ismael Cuesta al militar, en mangas de camisa y sin corbata. Debe de tener calor añadió regodeándose de la mala imagen que, a su parecer, daba la vestimenta informal del señor Teodoro.
El militar se acercó al señor Teodoro y, sin ningún tipo de protocolo que demostrara la más mínima cortesía, le entregó un sobre diciéndole que se trataba de un comunicado del Excelentísimo Don Arturo Corona.
Sin más, le deseó un buen día y se marchó saliendo por la puerta principal del centro.
Muchos ojos observaron atentamente como Blas Teodoro abría el sobre y leía una hoja que extrajo del mismo.

Helena Palacios, aprovechó este momento, para separarse del grupo de profesores y reunirse con Paula Morales.
            ¿De qué habéis hablado en el despacho? indagó, ansiosa por saber.
            De nada, no hemos hablado de nada fue la contestación exasperante de Paula.
            ¿Cómo que de nada? ¡De algo habréis hablado!
            De Nico, de nada más mintió Paula.
            ¿No notas a Blas un poco extraño? interrogó Helena Me ha llegado a parecer…
             —¡Cálmate, Helena! —la interrumpió Paula— No empieces a ver fantasmas donde no los hay. Hemos hablado de Nico.
            —¡No vuelvas a llamarme por mi nombre! ¿Tanto te cuesta entender y recordar que aquí me llamo Mikaela?
Paula lo entendía muy bien y lo recordaba; en esta ocasión no se había equivocado. Lo hizo a propósito para desviar la atención de Helena sobre la conversación del despacho.

Los gritos del señor Ismael Cuesta acabaron con los cuchicheos de las dos mujeres.
            —¿Qué pone en ese papel? ¡Léalo en voz alta! exigió al señor Teodoro.
Blas levantó la vista y miró al profesor de matemáticas. Iba a contestarle cuando Nicolás, harto de discutir con Natalia en el patio, entró en el vestíbulo hecho una fiera.
            ¡Ya hace rato que pasa de la hora! chilló ¿Es que no va a sonar el timbre hoy? ¿No vamos a dar clase?
Y la tensión crecía en el vestíbulo como, tantas veces, crece la niebla y se torna densa hasta que engulle y borra cualquier  vestigio de paisaje, construcción o vida.

Págs. 956-963


Hoy dejo una canción de José Luis Rodríguez (El Puma)... "Voy a perder la cabeza por tu amor"

                                                      
Próxima publicación... jueves, 10 de diciembre






Creative Commons License
This work is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-ShareAlike 3.0 Unported License. Creative Commons License
This work is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-ShareAlike 3.0 Unported License.