EL CLAN TEODORO-PALACIOS

CUARTA PARTE

jueves, 17 de marzo de 2016

EL CLAN TEODORO-PALACIOS Capítulo 125
























CAPÍTULO 125

LA JUEZA BERTA



H
elena Palacios se disculpó con el señor Hipólito Sastre y diciéndole como pretexto que le dolía mucho la cabeza dejó el aula recomendando primero a Natalia y a Bibiana que no se marcharan solas a casa cuando finalizaran las clases.
            Yo me iré con mi padrastro dijo Bibiana. Y Nat puede venir con nosotros o marcharse con Blas y Nico.
            Bien asintió Helena. Tened en cuenta que el señor Cuesta puede sospechar que me habéis contado algo en el patio.
De todos modos, no creo que ronde el instituto, pero por si acaso.
Ahora debo irme; vuestra amiga Paddy necesita ayuda con urgencia.
            Ten cuidado, Mikaela susurró Bibiana, inquieta. Me voy a morir de miedo si tú también desapareces.
            Mañana me veréis en el instituto, os lo prometo. Y una promesa es una deuda. Helena sonrió, y se formaron en sus mejillas los hoyuelos que tanto entusiasmaban a Blas y que tanto recordaba.


Salió al pasillo; le impresionó su largura pero no había aumentado de longitud, solo eran sus prisas por recorrerlo. Se cruzó con dos alumnos y con un profesor; en cuanto llegó a las escaleras tuvo la mala suerte de encontrarse con Paula Morales y Soraya Palma.
            ¿Dónde te habías metido? indagó Paula Te he estado buscando.
            He estado ocupada respondió Helena. Y ahora me voy a casa, me duele mucho la cabeza.
Paula iba a decir algo, pero la profesora de inglés se le adelantó.
            ¿A casa por un simple dolor de cabeza? dijo despectivamente ¿No hay aspirinas en la enfermería?
            Soy alérgica a las aspirinas —declaró Helena.
            ¿No serás alérgica al trabajo? espetó Soraya. Era imposible que disimulara la antipatía que sentía por Helena Seguro que, además de aspirinas, hay más analgésicos que podrías tomar.
            Seguro que sí, pero me voy a mi casa.
            Poco tiempo durarás en un trabajo. A ti te despiden rápido le auguró la profesora de inglés estirando los dedos de su mano diestra y contemplando, con orgullo, sus perfectas uñas pintadas de rojo intenso.
Paula sabía, conociendo a Helena, que aquello no acabaría ahí y, efectivamente, no se equivocó.
            —Pues fíjese que nunca me han despedido —dijo Helena con fría calma—. Siempre he sido yo quien ha roto o quemado un contrato.
Y sin esperar a la reacción de la señorita Soraya Palma, Helena comenzó el descenso de las escaleras.
            —Está loca —aseguró la profesora de inglés a Paula—. Hace tiempo que me di cuenta.
            —Es un poco rara, desde luego —admitió la “amiga” de Helena.
                                                                                
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Habían transcurrido diez minutos desde que Helena se marchara del instituto. Blas guardó el álbum en un cajón, y salió de su despacho cerrando la puerta con llave.
Se dirigió al aula de Natalia y Bibiana, decidido a hablar con el señor Hipólito Sastre. Quería saber exactamente qué había ocurrido en el patio para que Helena cogiera las tijeras de podar, quería saber con qué tipo de amenaza la había alterado el señor Ismael Cuesta.
Los alumnos de Primero C se lo estaban pasando de maravilla gamberreando, y el bonachón del profesor de música no hallaba manera de controlar a los muchachos.
El alboroto finalizó; todos guardaron silencio, y los que estaban de pie se sentaron en cuanto vieron entrar al director.
Blas se sorprendió al no ver a Helena, se acercó al señor Hipólito y en voz muy baja le preguntó por ella.
            Le dolía mucho la cabeza. Ha debido ir a tomar algo respondió el profesor de música.
            Casi mejor que no esté ella volvió a hablar Blas en el mismo tono. Usted estaba en el patio, quiero que me diga qué le dijo el señor Cuesta a la señorita Mikaela. Algo tuvo que decirle para que ella cogiera las tijeras. ¿Qué fue lo que le dijo?
El señor Hipólito meditó durante un breve momento.
            No le dijo nada contestó acompañando sus palabras de un movimiento negativo con la cabeza. Les gritó a las niñas qué hacían en el patio, y la señorita Mikaela cogió las tijeras.
            Pero, ¿qué me está diciendo? ¡Eso no tiene sentido! exclamó Blas, confundido y desesperado.
            Es lo que pasó, señor Teodoro afirmó, consternado, el profesor de música. No me gusta el señor Cuesta pero no voy a mentir. Él no amenazó a la señorita Mikaela. Tal vez, la señorita Mikaela se asustó al oír los gritos que este hombre les dirigió a las alumnas.
            Bien, gracias. Seguro que fue eso se conformó Blas aunque no creía lo que estaba diciendo. Bibi, ¿puedes venir un momento conmigo? Quiero hablar contigo dijo en voz alta.
Bibiana, obediente, se levantó de su silla. Natalia también se levantó de inmediato.
            Yo también voy manifestó.
            No, Nat. Quiero hablar con Bibi, contigo no.
            Pues no vas a hablar con Bibi si no voy yo también le retó Natalia, feroz.
Todos los alumnos miraron al director aguardando, con curiosidad e interés, su reacción. Pero Natalia no le dio tiempo a reaccionar y atacó de nuevo.
            Tú lo que quieres saber es lo que estábamos hablando en el patio con Mikaela, ¿verdad? preguntó Pues yo te lo digo. Esta mañana discutí con Nico y le di una bofetada. Le pedí a Mikaela que me aconsejara si me disculpaba o no. Ella me dijo que no, que debía haberle dado media docena de bofetadas.
Los compañeros de Natalia y Bibiana estallaron en carcajadas.
El escándalo era tal que nadie oyó al señor Hipólito decir que el consejo de la señorita Mikaela no era muy atinado, y que la violencia nunca debía sustituir al diálogo y a la buena educación.
El señor Teodoro salió de la clase sin intentar restablecer el orden y aguantándose las ganas de dar un potente portazo al cerrar la puerta.
Intuía que Natalia mentía, pero también sabía que ya era inútil hablar con Bibiana ya que la niña apoyaría la versión de su amiga.
                                                                       
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Con un plumero, Matilde Jiménez, quitaba el polvo inexistente del salón. Se hallaba distraída con esta tarea cuando la pronta llegada de Helena le extrañó ya que las clases todavía no habían podido finalizar en el instituto.
            —¿Ha pasado algo? le preguntó. Y sin esperar respuesta continuó hablando No te preocupes por nada, ya está todo arreglado. Paula me ha llamado y me ha dicho que el viernes pondrán un arco de seguridad. Ya tengo un justificante médico que te excusa de no ir ese día. Mira, aquí está.
Helena cogió la hoja que su amiga le entregó y, ante el estupor de la misma, lo rompió en bastantes pedazos.
            Pero, ¿qué has hecho? ¿Es que piensas ir? ¡No puede ser! No me digas que piensas ir.
            Sí, pienso ir afirmó Helena con serenidad.
            Pero, ¿cómo vas a ir? gritó Matilde, impotente ¿Es que ya ni piensas? No podrás pasar ese arco con el aparato que llevas en la boca.
            No llevaré el aparato.
            ¿Cómo que no llevarás el aparato? Blas reconocerá tu voz enseguida. Todo el mundo se dará cuenta de que tu voz es diferente.
            Llevaré una libreta y un bolígrafo. Una faringitis aguda y terrible será la causante de que haya perdido la voz. No hablaré, solo escribiré.
Matilde se sentó en una silla, apoyó un codo en la mesa y sujetó su frente con una de sus manos.
Helena se dirigió a una estantería que aún tenía espacio para unos cuantos libros, abrió uno de los cajones de la parte inferior y sacó un folio y un bolígrafo.
            Llama a Berta. Dile de mi parte que ordene el inmediato cierre de la discoteca Paraíso, que la precinte.
Helena hablaba mientras escribía en el folio; Matilde la observaba, anonadada, sin entender absolutamente nada y temiendo que su cabello teñido de rubio tornara a ser cano de un momento a otro.
            Dile que mande a unos agentes judiciales a los domicilios de Álvaro Artiach e Ismael Cuesta. Son los dueños de la discoteca. Que les lleven la notificación de que si Patricia Ramos no aparece viva el domingo, como muy tarde, serán detenidos como principales sospechosos de la desaparición de la niña.
Si Patricia aparece muerta serán detenidos como principales y únicos sospechosos de su muerte.
Aquí lo tienes todo escrito. Llámala enseguida, voy a cambiarme y a darme un baño. Necesito relajarme concluyó Helena.
            ¿Se puede saber de qué me estás hablando? interrogó Matilde, confusa y alterada Muchachita, no estamos en Aránzazu para…
            ¡Por Dios, Matilde! exclamó Helena, impaciente e indignada— Esa niña solo tiene trece años y estoy segura de que esos dos individuos la han secuestrado.
Haz lo que te digo y hazlo rápido. La vida de esta niña depende de la rapidez con que actuemos. Yo misma llamaría a Berta pero me hará mil preguntas, ya sabes lo cotorra que es, y no tengo ganas de hablar. Dile que estoy sin voz.
Matilde Jiménez leyó lo que Helena había escrito en el folio.
            —¿Estás segura de que esos hombres tienen a esa niña?
            —Completamente. Sabes que prefiero a un culpable fuera de la cárcel que a un inocente dentro. Son culpables.
            —Sí, pero al final del folio le pides a Berta que les garantice que si Patricia aparece viva, antes del domingo, no serán detenidos ni juzgados.
            Es cierto asintió Helena. Y Berta es la jueza con más prestigio del país, su palabra va a misa. Pero yo no les garantizo nada; tampoco soy creyente, mi palabra no va a misa, se queda fuera de la iglesia.
                                                 
                                                                                        ∎∎∎

La actitud del director dejó atónita y muy agraviada a Soraya Palma, la profesora de inglés. Fue a contarle que Mikaela Melero se había marchado a su casa por un simple dolor de cabeza.
Tras escucharla, y pasando por alto el despliegue de muchos de sus encantos, el señor Teodoro se deshizo de ella sin contemplaciones y salió presuroso de su despacho en busca de Paula Morales.
Entró en el aula, donde la mujer estaba dando clases, con mirada iracunda.
            ¿Dónde está Helena? ¿Por qué se ha ido a su casa? le preguntó en tono bajo, pero su voz daba miedo.
            Me ha dicho que le dolía la cabeza respondió la señora Morales, azorada.
            ¿No le ha dicho nada más?
            No, nada más.
            Le advierto que si Helena desaparece la haré responsable a usted. Y más que una advertencia, a Paula le pareció una manifiesta amenaza.
            Helena no piensa marcharse hasta febrero y, si cambia de planes, le avisaré le aseguró la mujer. Pero sí hay un problema agregó.
            ¿Qué problema? se interesó Blas.
            Helena lleva un aparato en la boca para que usted no pueda reconocer su voz. El viernes no podrá pasar el arco de seguridad con ese aparato explicó Paula.
            ¡Maldito arco de seguridad, y malditos Arturo Corona y Jaime Palacios! exclamó Blas, furioso.
            Sin embargo, ella me dijo que sí va a venir el viernes dijo Paula intentando calmarle.
            ¿Tiene un móvil aquí? indagó el señor Teodoro.
Paula asintió sin comprender.
            Cójalo y salga al pasillo conmigo.
En el pasillo, Blas pidió a Paula que llamara a Helena y le preguntara cómo pensaba cruzar el arco de seguridad. También le exigió que dejara el móvil con el modo de manos libres; quería escuchar todo lo que dijera Helena.

Y el móvil de Helena, desde un taburete, próximo a la bañera, donde ella se encontraba con su cuerpo desnudo cubierto de espuma, comenzó a sonar.
Helena se secó las manos con una toalla, y cogió el móvil.
            ¿Se puede saber qué clase de mosca te ha picado? contestó después de ver en la pantalla el nombre de Paula.
Blas sonrió al escucharla; hacía mucho tiempo que no oía su voz… doce años. Y aunque, a través del teléfono, el sonido no era idéntico al real, esa era la voz de Helena sin duda. La reconoció de inmediato y dos sensaciones muy mezcladas le invadieron; una de ternura, y otra de ansiedad.
            Estoy preocupada por cómo vas a pasar el arco de seguridad pasado mañana habló Paula.
            Pues deja de preocuparte —respondió Helena—. No llevaré el aparato. Una faringitis aguda y terrible me habrá dejado sin voz. Llevaré libreta y bolígrafo. Espero que ya te tranquilices y no me molestes más. Me estoy dando un baño para relajarme.
Helena cortó la comunicación sin despedida alguna.
            —Una faringitis aguda y terrible —repitió Blas sonriendo de oreja a oreja.
Y Paula fue testigo de su transformación. Solo hacía unos instantes se parecía a un ogro desquiciado, y ahora se asemejaba más a un chaval ilusionado y ansioso.

Págs. 988-996

Hoy vuelvo a dejar una canción de Alejandro Sanz.. "Nuestro amor será leyenda"

Próxima publicación... jueves, 14 de abril



                                        


Y como pasado mañana es 19 de marzo... pues muchas felicidades a todos los padres
Y os contaré como anécdota que una vez alguien le preguntó a un hombre que cuántos hijos tenía
Este hombre contestó... ¿Hijos? ¡Ninguno!
Sin embargo, cuando este hombre respondió a esta pregunta ya era padre de tres hijas
Este caballero que aseguró no tener ningún hijo, y lo cierto es que no mintió, es mi padre ;-) 
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