EL CLAN TEODORO-PALACIOS

CUARTA PARTE

jueves, 11 de febrero de 2016

EL CLAN TEODORO-PALACIOS Capítulo 124





















CAPÍTULO 124

LAS TIJERAS DE PODAR


E
l tiempo de receso concluyó y los compañeros de Nicolás fueron entrando en la clase.
El señor Teodoro recogió el sobrante del almuerzo, el álbum, y salió del aula.
Natalia y Bibiana también se marcharon precediendo a Helena. La mujer se detuvo en el pasillo y vio como Natalia empujaba a su amiga para que entrara en los aseos.
Las niñas pasaron de largo la zona de retretes y se pararon al lado de uno de los lavabos, situados estos a ambos lados de un gran ventanal por el que se contemplaba una parte del patio. Ninguna de las chiquillas fue consciente de que Helena había entrado detrás de ellas, y que permanecía muy quieta con su espalda pegada a la puerta del servicio más cercano a los lavabos.
            ¿Se puede saber por qué has mentido? preguntó Natalia, enfadada Estaba mirando por la ventana y he visto al señor Cuesta hablando contigo.
            ¿Y qué querías que hiciese? respondió Bibiana con desespero Estaba Blas delante, y Mikaela. No podía repetir delante de ellos lo que ese hombre me ha dicho.
            ¿Y qué te ha dicho? indagó Natalia deseando saber.
            Que os diga a ti y a Nico que dejéis de husmear o Paddy aparecerá muerta en cualquier cuneta declaró Bibiana con lágrimas en sus preciosos ojos verdes ¡Tienen a Paddy, Nat!
            Lo sabía.
            ¡Y son gente muy peligrosa!
            ¿Qué quieren de Paddy? ¿Por qué no la sueltan? interrogó Natalia, muy afectada.
            ¡Dios mío! exclamó Bibiana, atemorizada Tenemos clase con el señor Cuesta, debemos ir, no podemos retrasarnos.
            ¡Qué se vaya al infierno! profirió Natalia, desafiante.
Y Helena Palacios, que lo estaba escuchando todo, estuvo muy de acuerdo con la jovencita.
            Nat, tengo miedo. Vayamos a clase, es mejor que no provoquemos a ese hombre insistió Bibiana.
            Es normal que tengas miedo, Bibi dijo Helena presentándose delante de las dos niñas, dándoles  a ambas un buen susto, es de necios no tener miedo y es de valientes vencerlo. Disculpadme añadió, no voy a mentiros. La verdad es que os he seguido y os he estado escuchando. Pero es que yo también estaba mirando por la ventana, junto a Nat, y me extrañó que negaras que el señor Cuesta te había hablado en el patio. Te vi asustada, Bibi, os vi entrar aquí y os seguí. Sé que no está bien espiar pero no me arrepiento de lo que he hecho, creo que tenéis un problema bastante grave y os puedo ayudar. ¿Venís conmigo al patio y hablamos? El patio es mejor lugar que este.
            Pero es que tenemos clase con el señor Cuesta manifestó Bibiana, amedrentada.
            Olvida a ese hombre y confía en mí. ¿Vamos al patio?
            Sí, vamos decidió Natalia. Le gustaba esta profesora y, por otra parte, necesitaban la ayuda de alguna persona adulta.

Salieron al pasillo, se dirigieron a las escaleras y bajaron a la planta baja. Nadie las vio cruzar con rapidez el vestíbulo.
Una vez en el patio; el sol las recibió radiante, luminoso, y sus rayos invernales actuaron como bálsamo que acarició sus cuerpos.
Se sentaron en un banco próximo a unos setos que el señor Amadeo Ortiz, hacía unos instantes, estaba recortando hasta que los ruidos de su estómago le avisaron que debía irse a almorzar dejando las tijeras de podar en el suelo.
            Quizás no tengamos mucho tiempo dijo Helena. ¿Puedes contarme qué está pasando, Nat?
Y Natalia le explicó todo lo acontecido desde que conocieron a Benito Sierra, absolutamente todo. La peor parte, cuando más le costó mantener la serenidad a Helena, fue al escuchar que Álvaro Artiach quiso patear la cabeza de Nicolás, y posteriormente disparar a Blas.
Mientras Natalia hablaba, Bibiana temblaba como hoja que bambolea el aire a su voluntad. Helena le pasó un brazo por los hombros intentando reconfortarla. Entendía muy bien que era el miedo, y no el frío, la causa de su temblor.

            ¡Bien! exclamó en cuanto Natalia terminó de hablar Está claro que Álvaro Artiach e Ismael Cuesta son dos energúmenos peligrosos.
Natalia y Bibiana se sorprendieron de la entereza y el aplomo de la profesora.
            No os preocupéis por nada, os garantizo que antes del lunes Paddy aparecerá.
            ¿Estás segura de lo que dices? preguntó Natalia, ilusionada e incrédula.
Helena asintió e inmediatamente añadió:
            Pero no debéis decirles nada ni a Blas ni a Nico. Queréis mucho a Nico, no querréis que le pase nada malo. Y Nico quiere mucho a Blas, tampoco querrá que le pase nada malo. Y esos hombres son muy peligrosos, dejad que yo me encargue. Yo os prometo que antes del lunes Paddy aparecerá. ¿Estamos de acuerdo?
            Pero, ¿cómo lo vas a hacer? interrogó Bibiana, todavía muy asustada Te vas a poner en peligro tú.
Helena vio entrar en el patio al señor Hipólito Sastre, el profesor de música. El hombre sostenía en sus manos un libro que iba leyendo; absorto en la lectura no reparó en la presencia de la mujer y las niñas.
            Yo no me voy a poner en peligro respondió Helena a Bibiana. Tengo buenas amistades. Por mí no debéis preocuparos.

Y de repente, y a pesar de que el astro amarillo seguía brillante en el firmamento, el color de la mañana fue perdiendo claridad y se tornó muy gris para Helena al ver aparecer al señor Ismael Cuesta, que a pasos agigantados, se dirigía hacia ellas.
            ¡¡Natalia y Bibiana!! ¿Qué hacéis aquí? tronó el hombre con espantoso vozarrón.
Al profesor de música se le cayó la biografía de Ludwig van Beethoven que estaba leyendo con gran interés y ni siquiera pensó en recoger el libro.
Bibiana se horrorizó y tembló mucho más que antes sin poder controlarse.
            No os levantéis del banco les susurró Helena con una tranquilidad incomprensible para las niñas.

Ella sí se levantó; mirando a su alrededor vio en el suelo las tijeras de podar que el señor Ortiz estuvo utilizando, y solo unos segundos bastaron para que se apropiara de ellas.
            —No se acerque ni un paso más —avisó al señor Cuesta colocándose delante del banco donde continuaban sentadas Natalia y Bibiana—. Si viene hasta aquí le clavo esta tijera.

El señor Hipólito Sastre era un buen hombre pero no era un hombre valiente. Se fue corriendo en busca de auxilio, rogándole a Dios que el señor Teodoro estuviese en su despacho.

La actitud de Helena paralizó al señor Cuesta que se detuvo en su avance. No vio en la mirada de la mujer ningún atisbo de miedo o duda, y sus manos sujetaban los mangos de la tijera con firmeza y determinación.
            ¡Está usted loca! gritó, furioso ¡Después de este numerito no va a encontrar trabajo en ningún instituto!


Blas, en su despacho, observaba cada página del álbum que Natalia había traído. Doce largos años sin ver a Helena, y ahora contemplaba su rostro sabiéndola cerca, contemplaba cada gesto pretendiendo adivinar qué sentía y qué pensaba.
El señor Hipólito Sastre entró sin resuello y con semblante descompuesto.
            Vaya… al patiole apremió jadeando… El señor Cuesta y la señorita Mikaela…
Blas no necesitó escuchar ni una sola palabra más para correr hacia el patio lo mismo que si le persiguiera una manada de feroces lobos hambrientos. Tal vez perseguido por esta supuesta manada de fieras no hubiese corrido tanto.
No se demoró ni un minuto en estar al lado del señor Ismael Cuesta a quien sorprendió su repentina aparición.
            ¿Qué está pasando aquí? preguntó, muy agitado.
            Le diré lo que está pasando respondió el profesor de matemáticas con gran furia. Desde que usted es el director de este instituto, este instituto no es el mismo. Este instituto no funciona, ¿entiende lo que está pasando?

Helena dejó las tijeras de podar en el suelo, cerca de los setos.
            ¡Usted no intente disimular ahora! le chilló Ismael Cuesta Esta mujer me ha amenazado con clavarme las tijeras acusó señalándola con un dedo. Vine a buscar a Natalia y a Bibiana porque tienen clase conmigo, y aquí estaban tomando el solecito con esta loca.
            —¡Mida sus palabras, señor Cuesta! Presupongo que todo esto tendrá una explicación lógica dijo el señor Teodoro procurando no mirar a Helena directamente ya que las gafas negras se habían quedado en la mesa de su despacho.
            No soporto los gritos y este hombre ha elevado demasiado el tono declaró Helena asombrando a todos excepto a Blas, que ya intuía que la explicación no tendría nada de lógica.
            ¿Ha oído? se congratuló el señor Cuesta ¿Ha oído lo que ha dicho?
El señor Teodoro tosió y carraspeó, nervioso.
            Sí, lo he oído, no estoy sordo respondió.  Señor Cuesta, tómese libre el resto de la mañana. Márchese a su casa, necesita relajarse.
            ¿Qué me marche yo a mi casa? se sulfuró el profesor de matemáticas mientras los granos de su cara parecían aumentar de tamaño ¡Quien debería marcharse y no volver es esta maestrilla en prácticas!
            ¡Ya está bien, señor Cuesta! Le he dicho que se vaya usted. Necesita calmarse.
El profesor de matemáticas se alejó blasfemando y mascullando tremendas ordinarieces. En su camino se cruzó con el señor Hipólito a quien lanzó una mirada envenenada.


            ¡Es usted una insensata, señorita Mikaela! exclamó Blas, desquiciado. Sus ojos oscuros parecían capaces de derretir un iceberg.— ¿Cómo se le ocurre enfrentarse a un hombre como el señor Cuesta? ¿No entiende lo fácil que le hubiera resultado a él forcejear con usted y clavarle las tijeras  alegando que fue un accidente?
            Eso es algo que, gracias a Dios, no ha ocurrido intervino el señor Hipólito Sastre que acercándose escuchó las palabras airadas del director.

            La opinión del señor Hipólito me parece más sensata que la suya manifestó Helena con clara ironía.
            ¿Y puedo saber qué hacían en el patio usted y las niñas? interrogó Blas, entrecruzando los dedos de sus manos con fuerza.
            Estábamos hablando de asuntos femeninos y, como comprenderá, no son competencia de caballeros.
La contestación de Helena provocó que Blas se riera nervioso. Y la risa de Blas provocó que Helena también se riera nerviosa.
Ambos evitaron mirarse, pero el profesor de música, Natalia y Bibiana sí los miraban y, sumergidos en esa risa fresca como agua de manantial, en esa magia que sin verla se presiente, los tres sonrieron.

La llegada del señor Amadeo Ortiz terminó con uno de esos momentos irrepetibles que suceden sin esperarlos.
            ¡Con qué humos se ha marchado el señor Cuesta! exclamó ¡No sé como no ha reventado los cristales de la puerta!
Al padrastro de Bibiana le extrañó ver allí a las niñas, al director y a los profesores, pero nada dijo al respecto.

Blas regresó a su despacho después de pedirles al señor Hipólito y a Helena que se encargaran de la clase del profesor de matemáticas.
Sentado en su sillón, volvió a contemplar las fotos de Helena bregando por no pensar en lo que podía haber ocurrido en el patio. Pero era imposible olvidar la imagen de Helena con las tijeras, y el señor Cuesta tan cerca de ella.
Recordó que el hombre tiró al suelo a Elvira Ramos, la madre de Patricia; a Natalia y a Bibiana.
Finalmente, decidió que al día siguiente, el día del ensayo, despediría al profesor de matemáticas.

Págs. 980-987

Hoy dejo una canción de Alejandro Sanz... "Me sumerjo"

Próxima publicación... jueves, 17 de marzo



Y como el próximo domingo es 14 de febrero ... pues mi sincera felicitación a todos los enamorados y enamoradas
Y también os dejo mi pequeña contribución para un día grande





¡Había tantas flores!
No elegiste a la primera ni a la tercera, escogiste a la más hermosa... para otros, la más horrorosa
¿Cómo no te diste cuenta que, aunque verdadera, era la más peligrosa?
Te clavaste las espinas, te quedaste sin la rosa
Y ya despertó la mañana, sin colores, gris... y el sendero has de seguir 
Te levantas cansada, perezosa y ojerosa, no tienes ganas de nada
Tu alma quiere dormir... Déjala, no la despiertes
deja que siga soñando... Permite que sea feliz

Abres una ventana, el viento sopla furioso, el frío hiela tu rostro
cómo es posible que esto esté ocurriendo en agosto

A la playa juraste no volver; aquellas olas que tanto amabas, con las que tanto jugabas, que tanto te hicieron reír... de esas olas hoy solo pretendes huir
Del mar ni quieres hablar, solo ignorar y si fuese posible olvidar...
allí se hundió tu barquito, tu barquito de papel y la rosa dentro de él

Qué largo ves el camino, y sin fuerzas para andar
qué alta queda la cumbre... y qué prisa por llegar
Y ese cielo que amenaza tormenta

Vamos, no te detengas, sé valiente, sigue adelante... desde muy niña te entrenaron para luchar sin rendirte jamás
Esa montaña escarpada escalarás y su cima alcanzarás; tu alma despertará, habrá dejado de soñar... 
De la sangre de tus manos, de tus heridas, te reirás...
cuando tú encuentres allí, en cuanto vuelvas a ver...
A tu barquito de papel, y a la rosa junto a él
Mela


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This work is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-ShareAlike 3.0 Unported License. Creative Commons License
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