EL CLAN TEODORO-PALACIOS

CUARTA PARTE

jueves, 19 de febrero de 2015

EL CLAN TEODORO-PALACIOS Capítulo 109




















CAPÍTULO 109

UNA NOCHE ESPANTOSA, Y UN RECUERDO IMBORRABLE



T
anto Nicolás como Natalia dedujeron que quien terminaba de gritarles debía ser el portero. Ambos miraron hacia tras con semblantes descompuestos y, en efecto, el hombre de la cicatriz en el pómulo derecho los estaba observando con notoria suficiencia.
            ¡Echad a correr! exclamó Nicolás a las chicas   ¡Yo entretendré a este tipo!
Natalia se lanzó a la carrera pero la jovencita se detuvo, muy sorprendida, cuando llegó hasta Bibiana, Leopoldo y Lucas sin comprender por qué ellos no corrían. Solo miraban hacia la discoteca, atentamente. Natalia se dio la vuelta y su asombro aumentó cuando vio a Rocío junto al portero.
            ¿Por qué esa idiota no ha corrido detrás de mí? preguntó la niña en voz alta.
Nadie respondió a su interrogante.
El pobre Nicolás también estaba muy sorprendido y, prácticamente, no podía creer lo que estaba sucediendo. Rocío Sierra, en lugar de huir, se había colocado al lado del hombre alto y corpulento y lo miró de tal forma que no le gustó en absoluto. ¿Qué estaba pasando? No iba a tardar en saberlo.
            Creo que tienes un problema, muchacho habló el portero sonriendo levemente, tan leve, que el chiquillo no pudo verle ni un solo diente. Y los problemas hay que solucionarlos. Tú debes solucionar el tuyo. Explícale cómo hacerlo añadió dirigiéndose a la mujer, me parece que este memo no está entendiendo nada.
            Te hemos tendido una trampa, Nicolás, y has caído muy fácilmente se burló la joven y, por primera vez, el atónito niño vio en sus ojos un brillo de maldad. Mi padre lo planeó todo, a mí no me ha secuestrado nadie. En el pasillo, al igual que en mi cuarto, hay una cámara de seguridad y ha quedado grabado tu rostro. Me has secuestrado y eso es un delito. ¿Cómo crees que reaccionará tu padre si llega a sus manos esa grabación? Tendría que pagarme una gran cantidad de pasta para que no te denuncie. Y si no me cree, tendríamos que quitarlo de en medio.
A pesar de que la temperatura en la calle era muy baja, Nicolás notó que empezaba a sudar y que se estaba mareando.
            Vete a casa con esos monigotes que te están esperando dijo el portero. Tu padre tiene una caja fuerte en su despacho. Ábrela y saca todo el dinero que haya. No intentes engañarnos; queremos mucho dinero. Verás, somos ambiciosos. A las tres de la mañana, Benito o yo iremos a por la pasta. Te conviene darnos mucha para que quedemos satisfechos. Es la única manera de que tu papi no vea lo que la cámara ha grabado. Imagina que tu papi se niega a pagarnos, tendríamos que pegarle un tiro. ¡Venga, lárgate ya! El tiempo pasa deprisa y, a las tres, tienes que tener mucho caudal para nosotros. ¡ESPABILA!
Nicolás lanzó una breve mirada a Rocío y caminó, cabizbajo, a reunirse con sus amigos.
            ¿Qué es lo qué ha pasado? indagó Natalia, muy alterada.
            Vámonos a casa; todo era una trampa, me encuentro muy mal dijo el chiquillo con un hilo de voz.
            Ya decía yo que todo esto me olía muy mal comentó Leopoldo que no parecía extrañado por los recientes acontecimientos.
            ¿Qué quieres decir con una trampa, qué trampa?    inquirió Natalia, exasperada.
            Hablaremos en casa. Por favor, Nat. ¡QUIERO IR A CASA!
La muchacha se conformó después de percatarse de la palidez en el rostro de Nicolás y de sus ojos llorosos. Algo terrible debía estar ocurriendo.
Los truenos habían estado avisando durante mucho rato y, ahora, el resplandor de muy seguidos relámpagos rasgaba la oscuridad del cielo.
Los niños anduvieron a más velocidad temiendo lo que inmediatamente se produjo. Enormes goterones de agua empezaron a caer violentamente sobre sus cabezas y cuerpos. Pronto, la acera y la carretera quedaron completamente anegadas. Súbitamente parecía estar diluviando. Los críos no pensaron en guarecerse porque, en pocos minutos, estaban empapados. Tiritaban de pies a cabeza, pero ninguno distinguía si era por el frío o por la tensión que padecían. 
Un coche pasó muy acelerado junto a ellos y levantó un raudal de agua que salpicó al grupo con brutalidad.
            ¡Desgraciado! gritó Leopoldo, furioso, pese a que con la lluvia que caía poca importancia tenía que el automóvil les hubiese mojado más todavía.
El señor Hernández abrió sus ojos desmesuradamente cuando la pandilla entró por el jardín.
            —¡Alabado sea Cristo! —exclamó, impresionado. El hombre se refugiaba del chaparrón bajo un paraguas negro— ¿Cómo es posible que vayan por la calle en estas condiciones? ¡Deberían haber esperado a que dejase de llover! ¡Entren en casa enseguida, van a pescar una pulmonía!
Los amigos de Nicolás tenían permiso para no regresar a sus hogares hasta el domingo por la tarde. Todos se desprendieron de sus ropas caladas y se secaron con toallas para, finalmente, ponerse pijamas. La ropa seca y la temperatura agradable de la casa hicieron que sus cuerpos se reanimaran con rapidez.
Prudencia y Cruz les prepararon tazones de leche caliente con cacao que los niños tomaron, agradecidos.
Un rato después, Matías y las dos mujeres se marcharon puesto que Nicolás se lo pidió, asegurándoles que ya no necesitaban absolutamente nada. Los chiquillos se acomodaron en el cuarto de los juegos, sentándose en las butacas. Estaban exhaustos. Fuera, la tormenta continuaba pero ya no les afectaba.
            —Y bien —dijo Natalia mirando a Nicolás—… cuéntanos qué ha ocurrido.
En cinco minutos, el niño explicó a sus compañeros el engaño del que había sido objeto por parte de Rocío Sierra.
            —¡Menuda asquerosa! —exclamó Natalia, enfurecida.
            —El señor Benito no parecía mala persona —declaró Bibiana, apenada y preocupada—. ¿Qué vas a hacer, Nico?
            —Lo mejor que puede hacer es llamar ahora mismo a su padre y contárselo todo —manifestó Leopoldo poniéndose en pie.
            —Tú no te enteras de nada, ¿verdad? —se indignó Lucas— A ti no te importa poner a Blas en peligro, ¿verdad?
Nicolás se levantó y miró por la ventana, vio claridad en la casa del señor Matías. Se dirigió a una estantería y cogió una linterna, acto seguido apagó la luz de la estancia.
            —Matías tiene que pensar que estamos acostados, así se acostará él también.
El muchacho estaba en lo cierto, instantes después se extinguió toda iluminación en el hogar de la familia Hernández.
            —Son casi las doce —destacó Lucas—. ¿No crees que deberíamos ir al despacho de tu padre? Seguro que la caja fuerte está detrás de algún cuadro.
Con la linterna encendida los chiquillos recorrieron el pasillo que conducía al recibidor, entraron en el despacho donde había dos mesas y Nicolás estudiaba y hacía sus deberes.
            —Este despacho lo compartes con tu padre, ¿verdad? —indagó Lucas.
Nicolás asintió.
            —Seguro que la caja que buscamos está en el despacho que tu padre utiliza para sí solo —previó Lucas.
Abrieron la puerta ubicada en una pared, detrás de las mesas, y pasaron a otra estancia muy parecida a la anterior.
                —Aquí hay solo una mesa —dijo Bibiana.
Lucas fue directo a un cuadro grande que era un diploma de los numerosos que poseía el señor Teodoro. Lo descolgó y lo depositó en el suelo.
            —¡Aquí tenemos la caja! —profirió, complacido.
Nicolás la miró como si se tratara de un animal peligroso.
            —No sé cómo abrirla —dijo, muy nervioso.
            —¿Qué se te ocurre ahora, listillo? —preguntó Leopoldo a Lucas, disgustado por el protagonismo del que el rubio chaval se había adueñado.
            —No es difícil deducir qué números habrá puesto Blas para abrir la caja —manifestó Lucas, siguiendo en posesión de las riendas de la situación. Estaba demostrando tener más sangre fría que el resto del grupo. Todos lo achacaron al hecho de que su padre era policía—. Nico, en esta mesa hay una foto tuya —señaló—. En la mesa de tu padre del otro despacho hay otra foto tuya. En el despacho del instituto también hay otra foto tuya. Las paredes del salón están llenas de cuadros tuyos. Está clarísimo que tú eres lo más importante para tu padre. Seguro que la combinación de números que ha puesto para abrir la caja es la fecha de tu nacimiento.
Nicolás miró con aprensión la pieza de acero que estaba incrustada en la pared; se aproximó a ella. Digitalmente fue señalando unos números en un teclado de la parte frontal, y estos números aparecieron impresos en una diminuta pantalla. Para concluir pulsó una tecla donde se leía OK. Como por arte de magia la puerta de la caja se entreabrió, y Nicolás la abrió totalmente. No fue necesario enfocar la linterna a su interior porque una luz iluminaba el hueco. Los niños se apiñaron queriendo descubrir lo que había dentro. Vieron carpetas, papeles y sobres, pero lo que más llamó la atención de los jovencitos fueron cinco montones de billetes de quinientos dívares sujetos cada uno por una goma elástica. Nicolás sacó de la caja los cinco montones de billetes y los puso sobre la mesa del señor Teodoro. Seguidamente se aseguró de que no quedase dinero en la caja. Vio un cofre. Lo abrió; diferentes joyas muy brillantes que debían pertenecer a su abuela se hallaban en el interior. Nadie le había pedido joyas; por lo tanto, devolvió el cofre a su lugar y cerró la caja. Entre él y Leopoldo colgaron el diploma enmarcado del señor Teodoro, cubriendo la caja fuerte.
            —Nico, ¿no deberíamos contar el dinero que hay?  —preguntó Natalia, indecisa— A lo mejor hay mucho y no es preciso entregarlo todo.
            —¡No! —se negó el chaval con brusquedad— Es conveniente que les dé mucho dinero. Así se olvidarán de mi padre.
            —Blas se volverá loco cuando abra la caja y no vea el dinero. ¿Qué le dirás?
            —Le diré que Benito ha venido y me ha pedido dinero. Que le hacía mucha falta y se lo he dado.
            —Creo que esta vez Blas sí te va a matar, Nico —auguró Natalia.
Los chiquillos fueron a la cocina; de un cajón extrajeron un rollo de bolsas de basura aromáticas y arrancaron una. En ella metieron los cinco paquetes de billetes. Después se instalaron en la habitación de los juegos esperando la llegada de las tres de la madrugada. Apagaron la linterna y encendieron la luz de la estancia, convencidos de que el señor Hernández y su familia debían estar profundamente dormidos. Leopoldo bostezó ruidosamente en varias ocasiones.
            —Si tienes sueño, vete a dormir —le dijo Nicolás, soliviantado.
            —No pienso irme a dormir mientras vosotros estéis levantados y esa gente no haya venido a por el dinero.
            —¡Pues entonces no bosteces más! ¡Me pones nervioso!
Lucas sorprendió de nuevo a todos y se ofreció, valientemente, a ser él quien entregara el dinero a quien viniera a buscarlo a la hora pactada.
            —Es mejor que salga yo —le explicó a Nicolás—, imagínate que el señor Matías te ve por casualidad. Se armaría un alboroto. Sin embargo si me ve a mí no creo que le importe si salgo o entro de la casa.
A los niños les pareció que los minutos transcurrían muy lentamente y la espera se les hizo muy larga. Casi a las tres de la madrugada, Lucas salió al jardín con la bolsa del dinero y un paraguas. Seguía cayendo una lluvia muy intensa y los truenos y relámpagos eran estremecedores. El hombre de la cicatriz en el pómulo derecho estaba aguardando al otro lado de la puerta pequeña. Lucas le entregó la bolsa a través de las rejas.
            —Espero que tu amiguito haya puesto bastante pasta —manifestó el individuo con codicia.
            —Ha puesto todo el dinero que había en la caja.
            —Así me gusta, chico obediente.
Lucas regresó a la habitación de los juegos donde sus compañeros le esperaban, impacientes.
            —¿Qué ha pasado? —inquirió Nicolás, muy inquieto.
           —Le he dado el dinero a un hombre de unos cincuenta años, pelo gris, no muy alto. Tenía una verruga en la barbilla.
            —¡Benito Sierra! —gritó Nicolás, indignado— Me alegro de que hayas ido tú a darle el dinero. No me hubiese gustado nada verle la cara. Se ha portado muy mal con mi padre y conmigo.
Lucas asintió pero evitó mirar directamente a su amigo, temiendo que notara el rubor que había acudido muy inoportuno a su rostro.
                                                                                                ∎∎∎
Relámpagos y truenos se sucedían y la lluvia caía incansable, constante, con un deseo incontrolado, alocado, casi salvaje, de inundar la ciudad de Aránzazu.
Helena Palacios, tras el grueso cristal de una ventana de su habitación contemplaba la densa cortina de agua y, en esa densa cortina de agua, pudo ver con claridad una playa en una noche de verano, o quizá era otoño, o primavera.
También llovía y la playa quedó callada y solitaria. Callada no, el cielo y el mar rugían.
Dos jóvenes, un chico y una chica, tendidos en la arena, desafiaron a la tormenta y se proclamaron dueños de esa playa solitaria.
Cogidos de la mano, con sus cuerpos muy mojados, se fueron metiendo dentro de un mar revuelto y crispado. Las olas les lamían, los empujaban, los lanzaban y tiraban, los cubrían.
Los jóvenes sonreían, reían, jugaban con las olas, las olas jugaban con ellos... se sentían vivos, poderosos, felices.
Y un beso llevó a otro beso, y sus labios ardían. Y cuando él la hizo suya, lo hizo con tanto mimo y dulzura que ella ni lo notó. Solo sintió un placer tan increíble que creyó que podía morir en aquel instante.
Y un reguero de sangre tiñó de rojo un trozo de mar. Y ese mar, sus olas, la arena y el cielo fueron testigos de lo que ocurrió entre Blas Teodoro y Helena Palacios aquella noche de tormenta en una playa solitaria.
Un recuerdo imborrable, alguna noche cuando llovía.

Helena bajó la persiana, corrió la cortina y se metió en la cama. No quería recordar, solo quería olvidar y solo recordaba lo que quería olvidar. No apagó la luz, no se atrevió.
Temblaba y no hacía frío. Temblaba como un pajarillo que, sin querer, cae de su nido y siente miedo de ese bosque desconocido.
Y se maldijo a sí misma y culpó a Blas; y maldiciendo y culpando fueron pasando lentas las horas.

Págs. 862-870

Esta semana os dejo una canción de La Oreja de Van Gogh.... "La playa" 

Próxima publicación... jueves, 5 de marzo

                                                             
                                                        

jueves, 5 de febrero de 2015

EL CLAN TEODORO-PALACIOS Capítulo 108


























CAPÍTULO 108

EL RESCATE DE ROCÍO SIERRA



H
abían elevado la parte superior de la cama y el señor Teodoro se encontraba sentado hojeando un periódico, más que leer pensaba y pensaba en Elisa. Era muy extraño que no hubiese dado señales de vida; obviamente estaba enterada de su ingreso en el hospital puesto que Natalia debía habérselo contado.
La niña había hablado por teléfono con Emilia y se había quedado a dormir con Nicolás. Sin embargo, Elisa no se había dignado a llamar y, por consiguiente, mucho menos iba a realizar una visita de cortesía. Por mucho que el señor Teodoro discurriera y le diera vueltas y más vueltas a la cuestión, no lograba entender el extraño proceder de Elisa Rey. El joven no creía ser merecedor de tamaño desprecio. Pasó una hoja del periódico, mecánicamente, sumergido en sus pensamientos cuando la inmaculada puerta de la habitación se abrió dando paso a su hijo, seguido de Luis Hernández. Nicolás sonrió ampliamente mirando a su padre, y se precipitó sobre la cama, abrazándolo con fuerza.
            ¡Papá, cuántas ganas tenía de verte! ¿Cómo estás?
         —Estoy muy bien, cariño. Es jueves y el domingo ya estaré en casa. Te estaba echando de menos y también tenía ganas de verte.
El muchacho besó y abrazó a su abuela que permanecía sentada en una butaca muy próxima al lecho del señor Teodoro. El señor Teodoro estrechó, cordialmente, la mano de Luis Hernández.
            ¿Va todo bien por casa? indagó.
            Todo perfectamente, señor respondió Luis de un modo escueto.
El resto del tiempo que estuvieron en la habitación fue Nicolás quien acaparó la atención del señor Teodoro y de la señora Sales. En el momento de la despedida, el señor Teodoro besó una mejilla de su hijo y le acarició el cabello, cariñosamente.
El niño se marchó deseando que llegase el domingo cuanto antes; ese día su padre y su abuela estarían de nuevo en casa y él ya habría rescatado a Rocío Sierra.
Al día siguiente, por la tarde, Luis Hernández volvió a llevar a Nicolás al hospital. Esta vez los acompañaba Natalia. Los niños habían vuelto a pasar la noche juntos y, por la mañana, Lucas se había reunido con ellos y ninguno se presentó en el instituto. Nicolás habló por teléfono con "Mikaela" y le rogó que no le dijera a su padre que lo habían expulsado.
            No te preocupes, Nico lo tranquilizó la mujer. El jefe de estudios le ha encargado a tu tutora que hable con tu padre y Paula me lo ha encargado a mí. No le diré nada, pero me temo que el lunes tú y yo nos vamos a ver en un aprieto.
            Gracias, Mikaela. Eres muy amable conmigo, sabía que podía confiar en ti. Y no te preocupes por lo que pase el lunes; mi padre parece un ogro pero no lo es. Seguramente se enfadará y gritará un poco, nada más.
Tanto la señora Sales como el señor Teodoro vieron a los niños un poco ojerosos y los notaron alterados.
            Creo que no habéis dormido muy bien esta noche  comentó el señor Teodoro. ¡Menos mal que mañana es sábado y podéis descansar!
Natalia estuvo muy afable con el joven, por el que sentía un sincero afecto. El hijo mayor de Matías continuó sin aportar ninguna novedad y después de oír el lejano sonido de dos truenos consecutivos, la señora Sales recomendó a los visitantes que se marcharan cuanto antes.
            Parece que se acerca una buena tormenta; el cielo se ha oscurecido mucho. Llévate a los niños a casa, Luis.
Nicolás y Natalia salieron de la habitación sabiendo que, cada vez, tenían más cercana la noche y, por lo tanto, el momento de rescatar a Rocío Sierra. Ese era el motivo de su alteración y de las manchas amoratadas debajo de sus ojos ya que habían estado conversando sobre el tema hasta muy avanzada la madrugada. Y cuanto más hablaban menos claro veían el plan ideado por la hija de Benito.
Llegaron a casa cuando todavía los truenos se oían lejanos. Bibiana, Lucas y Leopoldo les esperaban en la habitación de los juegos.
            ¿Cómo está tu padre? se interesó Bibiana de inmediato.
            Está muy bien respondió Nicolás, el domingo ya estará aquí.
           —¿Y dónde se supone que vas a meter a la tal Rocío? interrogó el pelirrojo, suspicaz Si tu padre la ve…
            ¡Cállate! gritó Nicolás, desquiciado ¡No sé lo que voy a hacer!, ¿vale? Lo único que sé es que voy a ayudar a esa chica a salir de la discoteca y que me arrepiento de haberte contado nada.
            Tranquilo, tío, soy una tumba. No voy a contar nada a nadie, pero sigo pensando que estás loco y que no te van a salir bien las cosas. Debiste seguir mi consejo y contárselo todo a tu padre.
            ¿Tú eres imbécil? Mi padre se está recuperando de una operación y no quiero que se mezcle con secuestradores. ¿TE ENTERAS O NO TE ENTERAS?
Prudencia y Cruz, desde la cocina, oían las voces chillonas y violentas de los muchachos pero no entendían lo que decían. Poco a poco los sonidos de los truenos eran más cercanos, aunque seguía sin llover.
A pesar de que los niños estaban preocupados y agitados no pudieron hacer ascos a la suculenta cena que Prudencia les preparó y, ante el regocijo de la buena mujer, todos comieron de maravilla.
Un rato después de cenar, se pusieron ropas de abrigo y Nicolás le pidió a Cruz que les abriera la puerta pequeña del jardín, lo que la joven hizo sin tan siquiera pestañear.
            ¡Estamos locos! exclamó Natalia, echando vaho por la boca No hemos cogido paraguas, si le da por llover nos vamos a poner perdidos. ¡Hace un frío de espanto!
            ¡Caminemos deprisa, son casi las diez! apremió Leopoldo.
Nicolás pensó en su padre y en su abuela, los imaginó en la habitación del hospital. A ambos les daría un ataque si supiesen que había salido a la calle en una noche tan tormentosa con la única intención de colarse en “Paraíso”.
La vigilancia policial en la avenida no era tan exhaustiva; el señor Teodoro había solicitado que no los agobiaran tanto temiendo que Nicolás se sintiera en exceso controlado y sospechara que alguna amenaza los perseguía.
Esta demanda no gustó a quien estaba muy por encima del señor Teodoro, sin embargo no hizo nada por contrarrestarla. De haberlo hecho era muy posible que el propio señor Teodoro se diera cuenta de que a alguien le interesaba tenerlos, a él y a su hijo, muy bien custodiados.
Llegaron a la puerta de la discoteca sin apenas cruzar palabra entre ellos. Bibiana, Leopoldo y Lucas se quedaron atrás; no iban a entrar, y si Nicolás y Natalia tardaban más de media hora en salir, pedirían ayuda.
Un hombre alto y corpulento, con una cicatriz en el pómulo derecho y mirada asesina, cerraba el paso. Sin duda debía tratarse del portero.
A Nicolás no le agradó el aspecto del individuo y, en un ademán protector, cogió una mano de Natalia. Hubiera preferido que la niña no lo acompañase pero Natalia era demasiado testaruda y se había empeñado en entrar con él a “Paraíso”. El chiquillo iba a decirle al desagradable portero la contraseña que Álvaro Artiach le dio pero no fue necesario. El supuesto portero se apartó de la puerta y miró hacia otro lado. Los niños aprovecharon la ocasión para entrar precipitadamente. La luz que iluminaba la escalinata que conducía al sótano parecía más fúnebre que la que alumbraba la tarde que celebraron el cumpleaños de Patricia.
El ruido de una música excesivamente alta llegaba hasta las escaleras. Cuando el tramo de escaleras terminó y giraron hacia la izquierda se quedaron paralizados, no pudiendo reconocer la sala donde habían estado diez días antes. La oscuridad era absoluta y tenían que acostumbrar sus ojos a ella. Sus únicos guías iban a ser los destellos de unos focos que se encendían al compás de las alocadas canciones.
            ¿Por qué no me esperas aquí? berreó Nicolás en el oído de Natalia.
            ¡Pienso acompañarte, Nico! berreó, a su vez, la niña.
Los dos chiquillos comenzaron la odisea de cruzar la discoteca salvando el mobiliario y a las personas que caminaban distraídamente, riendo, fumando y bebiendo. El ambiente estaba muy cargado por causa del humo y los ojos de los niños comenzaron a sentir molestias.
A Natalia le llamó la atención una chica que estaba sentada; la chica chillaba mientras bebía y reía. ¡ERA PATRICIA!  Y a su lado permanecía sentado un hombre maduro que le acariciaba el cuello.
Natalia empujó a Nicolás para instarle a que caminara más deprisa. El chiquillo se dio la vuelta y la miró, ceñudo.
            ¡Muévete! le gritó la niña ¡He visto a Paddy! ¡Si nos ve, se lo contará a Blas!
Nicolás se alarmó de inmediato y aceleró sus pasos. Tras recibir bastantes empujones, los niños se detuvieron delante de la puerta blanca que era su objetivo.
              —Espérame aquí, no tardaré dijo Nicolás en alta voz y se sacó un pasamontañas de color negro de un bolsillo de su cazadora.
Abrió la puerta sin ninguna dificultad y traspasó el vano. Le pareció que el angosto pasillo estaba mejor iluminado comparado con el último y único día que estuvo allí. Rezó para no volver a encontrarse con Ismael Cuesta. Anduvo poquitos pasos, se detuvo frente a la primera puerta ubicada a su diestra, y se colocó el pasamontañas en la cabeza.
Entró en una habitación pequeña donde vio una cama deshecha. Rocío Sierra estaba sentada, ante un espejo algo polvoriento, maquillando su rostro. La chica simuló asustarse al ver al niño y este la agarró por un brazo obligándola a levantarse y sin mediar palabra la sacó bruscamente de la habitación. En el pasillo, Nicolás se quitó el pasamontañas.
            ¡No me hagas daño, por favor! imploró la joven.
            ¡Vamos, hay que salir de aquí! exclamó el muchacho, empujando a Rocío hacia la salida.
Natalia suspiró cuando los vio aparecer y, entonces, comenzó una huida desesperada hacia las escaleras. Llegaron a las mismas sin ningún contratiempo.
            Hay que salir con calma o el portero puede sospechar advirtió Natalia.
            ¿No tendrás frío, quieres mi cazadora? preguntó Nicolás a la hija de Benito Sierra puesto que llevaba un vestido fino de manga corta.
La joven dijo que no con un movimiento de cabeza.
Iniciaron el ascenso de los peldaños; los corazones de Natalia y Nicolás latían apresuradamente. ¡Faltaba muy poco para escapar de aquella maldita discoteca!
La primera en salir a la calle fue Natalia, seguida de Rocío. Por último, salió Nicolás. Los chiquillos sintieron un gran confort al respirar el aire helado y húmedo de la noche.
            ¡QUIETOS AHÍ, NO VAYÁIS TAN DEPRISA! se oyó una voz repugnante a sus espaldas que les congeló la sangre y los dejó petrificados.

Págs. 854-861

Este jueves dejo en el lateral del blog una canción de Malú y David De Maria ... "Enamorada"

Próxima publicación... jueves, 19 de febrero


Queridos lectores de El Clan Teodoro-Palacios, se acerca el 14 de febrero y quiero felicitar a tod@s l@s enamorad@s
Y aquí os dejo mi pequeña aportación a un día que me encanta 


   
"Ese Amor que es tempestad
Ese Amor que hace crecer a las olas del mar
Ese Amor es un milagro
Ese Amor es un misterio
Ese Amor es tan extraño que no puedo ni entenderlo, no me pidas resolverlo

Unos días yo me río
Otros días solo lloro
Unas tardes yo le canto
Otras tardes yo le bailo
Y otros días solo callo

Por las noches cuando duermo
Esas noches yo le sueño
Tras el alba yo despierto, sé que ha estado a mi lado

Y es que el Sol cuenta a mis labios, susurrando muy despacio...
Que ese beso tan querido, ese beso tan cuidado, ese beso que guardaba como tesoro del alma
La Luna le ha revelado que tú ya te lo has llevado

Y Cupido lo celebra, estrellas y nubes suspiran 
Y hay ríos que se desbordan, nieves que cubren las cimas
Y los peces de ese mar, con aquellas caracolas, nadan, brincan, bailan, saltan 
Y es que ellos saben bien...
Que ese beso tan querido, tan guardado y escondido en un lugar de mi alma
Ese beso era una flor refugiada muy adentro
Y ese beso has descubierto, ya posees mi tesoro, ya sabes lo que te quiero,  ya conoces mi secreto

Y otra noche llegará, y otro beso tú tendrás
Y ese Amor que es tempestad, ese Amor es un misterio
Y ese Amor que es un volcán, ese Amor es puro fuego
no sabemos resolverlo, no podemos entenderlo" 
Mela




                                         
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