EL CLAN TEODORO-PALACIOS

CUARTA PARTE

jueves, 22 de enero de 2015

EL CLAN TEODORO-PALACIOS Capítulo 107


























CAPÍTULO 107

ROCÍO SIERRA



N
icolás y Lucas andaban lentamente por una de las aceras que flanqueaba el patio del instituto. Iban en silencio; los dos estaban preocupados.
Una brisa helada enfriaba sus rostros, y manos desnudas.
            Mi padre se va a enfurecer cuando se entere de que me han expulsado dijo Lucas, abatido. Ni siquiera le importará saber el motivo.
            Pues no le cuentes nada le aconsejó Nicolás. Yo no pienso decirle nada a mi padre. Se pondría nervioso, ya se enterará cuando tenga que enterarse.
            Creo que tú sí que deberías contarle lo sucedido  opinó Lucas. Blas está hecho de otra pasta, no se parece en nada a mi padre, seguro que te escuchará y seguro que pondrá en su sitio al señor Cuesta.
            ¡No voy a decirle nada! exclamó Nicolás, categóricamente ¡No quiero que se enfrente a Ismael Cuesta! No me gustan nada ni él ni su socio, el tal Álvaro Artiach. Me parecen personas peligrosas.
Lucas recordó lo sucedido en la puerta de “Paraíso” y entendió los miedos de su amigo y que quería, ante todo, proteger al señor Teodoro. Tal vez Ismael Cuesta también poseía armas de fuego y podía disparar contra Blas en cualquier momento.
A aquellas horas el patio estaba solitario; los muchachos continuaban caminando despacio, sin prisa alguna.
A pesar de ello, Nicolás tropezó con una joven que venía en sentido contrario.
            Perdón se disculpó el chiquillo, sorprendido por el encontronazo, espero no haberte hecho daño.
            Ha sido culpa mía dijo la chica, observando a Nicolás con mirada penetrante.
Los niños iban a proseguir su camino, pero una pregunta de la joven los paralizó.
            Estuviste hace unos días en “Paraíso”, ¿verdad?
Nicolás miró a la mujer con verdadero interés. Era delgada, guapa, debía tener unos veinte años. Su rostro alargado estaba enmarcado por una melena mediana con bucles rojizos, sus ojos eran azules y en su barbilla había una oscura verruga de considerable tamaño. Verruga que no le restaba atractivo.
El chiquillo se quedó mirando la verruga como si esta tuviera un poder hipnótico.
            Tengo que hablar a solas contigo dijo la joven, recalcando sus últimas palabras.
Lucas avanzó unos metros por la acera, comprendiendo que su presencia molestaba a la chica. Desde su nueva posición no podía oír la conversación entre su amigo y la desconocida, pero observó todos los detalles.
Quien llevaba la batuta de la charla era la pelirroja que gesticulaba bastante; Nicolás escuchaba atentamente y, de vez en cuando, decía algo muy breve. Cuando el diálogo terminó, la joven se alejó con paso ligero y Nicolás se reunió con Lucas.
            Tienes muy mala cara manifestó este, la tienes de color blanco. ¿Te encuentras mal? ¿Quién era esa?
            Estoy mareado y tengo mucho frío respondió Nicolás. Vámonos a mi casa. Me gustaría ir a una cafetería a tomar algo caliente pero, esta mañana, con las prisas, no he cogido dinero.
            Lo siento, yo tampoco llevo dinero. No llevo nunca.
            No pasa nada, vamos a mi casa.
Lucas conocía un atajo para llegar con mayor rapidez a la casa de su amigo y no dudó en mostrárselo. Caminaron deprisa, pero el color no regresó a la cara de Nicolás.
            Puedes quedarte conmigo hasta la hora de salida del instituto dijo el chiquillo a su rubio compañero. Así tus padres no sospecharán nada. Y mañana por la mañana vienes a mi casa como si fueras al instituto.
            ¿Y qué dirá el señor Hernández? preguntó Lucas, inquieto.
            No dirá nada le aseguró Nicolás. No estando mi padre ni mi abuela, no vamos a tener ningún problema.
Llegaron a la avenida Presidencial y fue Marcos quien les abrió la puerta.
            Han suspendido las clases le notificó Nicolás al instante sin darle la oportunidad de preguntar.
El hijo menor de Matías Hernández escuchó con desconfianza la noticia pero no llegó a decir nada puesto que su padre se le adelantó.
            ¿Y por qué han suspendido las clases? preguntó el hombre que, acercándose, había oído a Nicolás.
Lucas se dio cuenta de que su amigo no había maquinado ninguna excusa.
            Ha habido un aviso de bomba declaró el chiquillo, atropelladamente.
            ¡Válgame el Cielo! exclamó el señor Hernández, sobresaltado Los terroristas no dejan de acechar, no quieren la dictadura porque son unos bastardos delincuentes. ¡No sé dónde vamos a ir a parar! Este país y el mundo entero se desmoronan… ¡Terroristas en Kavana!
            Será mejor no decir nada de esto a mi padre dijo Nicolás pensando que Lucas se había pasado de la raya, se pondría demasiado nervioso.
El señor Hernández asintió en silencio.
            Se acabará enterando porque lo más normal es que lo digan en la tele intervino Marcos que seguía recelando.
            No lo dicen todo replicó Lucas a la defensiva, en la tele hay censura.
Nicolás y su amigo entraron en casa, dejaron sus mochilas y cazadoras en el vestíbulo y se encaminaron a la cocina. Matías y Marcos se quedaron en el jardín.
            Creo que están mintiendo dijo el muchacho con cierta indecisión.
            ¡No me importa lo que tú creas! le gritó su padre, furioso ¡No me importa en absoluto! Y ten más respeto por el señorito Nicolás, te conviene.
Cruz Molino llegó, presurosa, a la cocina, enviada por el señor Hernández. Los chiquillos habían bebido agua y estaban pertrechando un bocadillo con mortadela y salchichón.
            ¿Puedo ayudarles en algo? preguntó la chica, muy servicial.
            No es necesario, gracias contestó Nicolás.
Sin embargo, la nuera del señor Hernández no se marchó de la estancia y comenzó a trajinar. Temía salir de la casa y que su suegro la reprendiera.
Los niños se dirigieron al cuarto de los juegos a comer los bocadillos; deseaban estar solos para poder hablar con tranquilidad. Cerraron la puerta y se sentaron en sendas butacas de piel de colores dispares. A Lucas le encantaba aquella habitación, tenía mucha luz y era muy alegre debido a la variedad de colorido que la componía. El niño pensaba que Nicolás era muy afortunado por tener, solo para él, un cuarto con aquellas características.
            Te has pasado con lo de la bomba le reprochó Nicolás.
            Es lo primero que me ha venido a la cabeza. ¿Quién era la chica de antes?
Nicolás se quedó unos instantes, pensativo, mirando seriamente a su compañero.
            ¿Puedo confiar en ti? ¿Juras que no le dirás a nadie lo que te diga y que me guardarás el secreto?
Lucas asintió con vehemencia.
            Esa chica era Rocío Sierra, la hija de Benito Sierra. La chica que desapareció hace dos años en “Paraíso” reveló Nicolás, dejando boquiabierto a su confidente.
            No entiendo nada declaró Lucas, desconcertado.
            El otro día, cuando estuvimos celebrando el cumpleaños de Paddy en la discoteca empezó a explicar Nicolás, haciendo algún que otro paréntesis para morder su bocadillo, Nat y Bibi vieron a una camarera que les pareció Rocío Sierra. Le preguntaron si se llamaba Rocío, ella lo negó y desapareció. Intentamos buscarla, pero Ismael Cuesta estaba en la discoteca y tuvimos problemas.
Resulta que sí era ella y, por lo visto, me ha reconocido en la calle. Me ha pedido ayuda; Álvaro Artiach y nuestro profesor de matemáticas la tienen secuestrada.
Mañana, por la noche, entraré en “Paraíso”. Tengo que ir a su cuarto, tendré que ponerme un pasamontañas porque hay cámara de vídeo. La cámara grabará que me la llevo a la fuerza. Es la única forma de que no la busquen para matarla. Si se escapa por su cuenta, esa gentuza removerá cielo y tierra para encontrarla y matarla. Tienen que pensar que soy un cliente que me he prendado de ella y que me la he llevado por la fuerza, y la dejarán en paz. Eso es lo que me ha dicho ella y voy a tener que ayudarla a escapar.
Lucas había dejado de comer su apetitoso bocadillo y miraba a Nicolás con ojos inundados de miedo.
            Nico, lo que dices me parece muy raro y muy peligroso manifestó, bastante aturdido, por la información recibida. No te dejarán entrar en la discoteca con un pasamontañas y tampoco te dejarán salir llevándote a una chica a la fuerza.
            El pasamontañas me lo pondré para entrar en el cuarto de Rocío explicó Nicolás, es allí donde está la cámara. Luego me lo quitaré y el portero no verá que me la llevo a la fuerza. Saldremos de forma normal.
            Sigo pensando que hay algo muy raro en todo esto replicó Lucas, muy desasosegado—, mi padre es policía...
            ¡Nada de policías! atajó Nicolás, excitado Rocío me ha advertido que es muy peligroso ir a la policía porque hay muchos que son corruptos. Me has jurado no decir nada.
            Y no voy a decir nada le aseguró Lucas, mi padre diría que solo le busco problemas. Además, si hay policías corruptos, es muy posible que él sea uno. No me fío de mi padre.
                                                                                                  ∎∎∎
Helena Palacios se indignó y enfadó sobremanera cuando Paula Morales le contó que Nicolás había sido expulsado del instituto.
            A mí tampoco me gusta el señor Cuesta reconoció la señora Morales, pero debes tener paciencia. Nadie entendería y suscitaría sospechas inoportunas que una profesora en prácticas se enfrentara a otro profesor por defender a un alumno desconocido. Nico ha atacado al señor Cuesta, la expulsión es merecida. Mañana es viernes y estoy convencida de que Blas estará de vuelta el lunes. Ten calma, Helena. Mañana ya es viernes y el lunes, Blas, estará aquí.
               —¡No me repitas dos veces lo mismo y no me llames por mi nombre! —exclamó Helena, exaltada— Si Nico ha agredido a ese impresentable, ha debido tener una buena razón. Y yo le aplaudo. Sí, Paula, no me mires con cara de boba ni te rasgues las vestiduras. Siempre aplaudiré que una persona golpee primero si ve intención de ataque y no puedo admirar a quien ofrece su otra mejilla. No te escandalices, es mi opinión, no tiene que ser la tuya.
La señora Morales miró a su alrededor temiendo que alguien pudiera oír a Helena pese a que en ningún momento había levantado la voz; se tranquilizó al comprobar que el pasillo estaba desierto.
                   —Solo espero que no le estés ofreciendo tu otra mejilla a Blas. Recuerda que ya te golpeó una vez y lo que vi en el patio...
                  —¡No me interesa lo que tú vieras en el patio o lo que creyeras ver! ¡No es imprescindible que me lo cuentes! —exclamó Helena sin permitir que la señora Morales siguiera hablando Blas no vio nada, estaba inconsciente. Y dejemos esta conversación de mejillas y de golpes. Tú continúa preocupándote de ti, que eso es lo que mejor sabes hacer.

En ocasiones es inevitable que las palabras hieran y, en esta ocasión, las palabras de Helena hirieron a Paula y, a veces, una persona herida se convierte en un ser peligroso.
                                                                                                    ∎∎∎
Nicolás dejó un mensaje en el buzón de voz del móvil de Natalia, explicándole lo sucedido con el profesor de matemáticas y la excusa dada en casa para salir antes de hora del instituto.
                                                                                                   ∎∎∎
A las dos de la tarde, Lucas se marchó hacia su hogar.
Ante la desesperación de Prudencia Ballester; Nicolás prácticamente no probó la comida que la mujer preparó, debido al bocadillo que anteriormente había comido.
                —¡Virgencita, este muchacho se está alimentando muy mal! confió la señora, compungida, a su nuera ¡Dios quiera que no se ponga enfermo!
            Estoy rogando por que el señor Teodoro vuelva a casa declaró Cruz Molino. El señorito Nicolás es demasiado joven y poco juicioso. Con el señor en casa me siento mucho más segura.
               —Sí, hija, con el señor Teodoro estamos más seguras  —asintió Prudencia, entristecida —. Yo también ruego al Altísimo para que pronto esté aquí.

Págs. 846-853

Este jueves dejo en el lateral del blog una canción de Pablo Alboran... "El beso"

Próxima publicación... jueves, 5 de febrero                         

jueves, 8 de enero de 2015

EL CLAN TEODORO-PALACIOS Capítulo 106




CAPÍTULO 106
NICOLÁS, EXPULSADO



N
icolás y Natalia se acostaron en la cama del señor Teodoro y, pese a que era muy tarde, estuvieron conversando y riendo un buen rato.
Finalmente, y cuando ambos no hacían otra cosa que bostezar, el chiquillo apagó la luz de la mesilla e inmediatamente se quedaron profundamente dormidos.
El presagio del señor Hernández se cumplió y, a la mañana siguiente, el despertador sonó y volvió a sonar quedándose ronco y los bellos durmientes continuaron con sus sueños, ajenos a que un nuevo día había nacido.
Los desayunos estaban preparados, y Prudencia permanecía en la cocina en espera de acontecimientos.
Su marido paseaba por el largo y ancho pasillo sin decidirse a entrar en la habitación del señor Teodoro.
A las nueve, "Mikaela" llamó por teléfono preocupada por la ausencia de Nicolás en el instituto.
            —El señorito Nicolás se ha dormido —repuso Matías con absoluta tranquilidad.
            —¿Y no cree que debería despertarlo?
           —Para serle sincero, no estoy seguro de eso.
A Helena Palacios le hubiese gustado tener frente a ella a Matías con el fin de zarandearlo bruscamente. ¿Era un descerebrado aquel hombre?
            —Haga el favor de despertar al niño —le exigió—. Es muy importante que no falte a ninguna clase. Espero que no quiera que llame al señor Teodoro y le cuente lo que está pasando.
La amenaza de la mujer provocó en Matías una veloz reacción.
            —No es necesario que moleste al señor Teodoro —manifestó—. Enseguida despertaré al señorito Nicolás y a la señorita Natalia. Y los llevaré al instituto.
Helena cortó la comunicación, comprendiendo por las palabras del señor Hernández, que la que fue por un corto tiempo su sobrina política se encontraba en casa de su hijo.
Natalia era una bebé de nueve meses cuando la señora Palacios dejó a Nicolás con el señor Teodoro. Era imposible que la niña pudiera tener algún recuerdo de ella. Ni siquiera Nicolás los tenía y el niño había cumplido los tres años cuando su madre se marchó.
                                                                                         ∎∎∎
El señor Matías entró en la habitación del señor Teodoro y encendió la luz. Acto seguido se dirigió a la ventana, corrió la cortina y levantó la persiana. La luz exangüe del exterior fue incapaz de destronar a la luz artificial que irradiaba la única lámpara que colgaba del techo de la alcoba. Los ruidos que produjo el señor Hernández no despertaron a los niños que seguían pacíficamente dormidos. El criado se acercó a Natalia e hincó sus dedos en un hombro de la niña. Esta abrió los ojos y lanzó un grito al ver la cara inexpresiva del hombre, mirándola. Nicolás se despertó, sobresaltado.
El señor Hernández miraba a los niños en silencio, pensando en lo muy indecente que era el hecho de que se hubiesen acostado juntos.
            —¿Qué ocurre? —preguntó Nicolás, aturdido— ¿Qué hace ahí parado, Matías?
            —Se han dormido, señorito —manifestó el hombre con frialdad—. Ha llamado una profesora del instituto, la misma que le llevó ayer al hospital.
Nicolás miró el despertador sin comprender cómo no lo habían oído sonar.
Los dos muchachos se levantaron con rapidez y a los diez minutos estaban en la cocina tomando el desayuno, con caritas somnolientas.
            —Se acostaron muy tarde anoche —declaró el señor Matías—. Es lo que se suele decir: “Hombres por la noche, muñecos por la mañana”.
Luis, el hijo mayor del señor Hernández, fue el encargado de llevar a los chiquillos al instituto. Lo hizo en la furgoneta de su padre y casi cuando llegaban al centro educativo inició su funcionamiento la calefacción.
El joven conductor no dirigió la palabra a los muchachos en todo el trayecto y los críos se sintieron incómodos.
"Mikaela Melero" los estaba esperando en el vestíbulo.
            —Lo siento, nos hemos dormido —se disculpó Nicolás, avergonzado.
            —Bueno, a todo el mundo le puede suceder alguna vez —sonrió la mujer—. Ahora mismo se va a producir un cambio de clase. Id a vuestras aulas y aguardad en el pasillo.
Los niños se encaminaron hacia las escaleras seguidos por muchos ojos. Los de Helena Palacios, los del señor Ortiz y los de las conserjes.
A la hora del recreo, Leopoldo y Lucas se quedaron muy sorprendidos de que Nicolás no jugase al fútbol.
            —Tu viejo no está —dijo Leopoldo—, deberías aprovechar la ocasión y jugar.
            —¡No quiero aprovechar nada! —chilló Nicolás, encolerizado— Mi padre me castigó y no pienso jugar. ¡Y no vuelvas a llamarlo viejo o te daré un puñetazo!
El pelirrojo se encogió de hombros y se marchó sin entender la actitud de su amigo. Sin embargo, Lucas prefirió quedarse con Nicolás, Natalia y Bibiana.
Al cabo de un rato, el profesor de gimnasia, Roberto Beltrán, se acercó a los niños.
            —¿No juegas hoy? —preguntó a Nicolás.
            —No me apetece.
            —Llevo tiempo observándote —declaró el joven—, y estoy convencido de que serías un excepcional jugador de fútbol. ¿No te gustaría ser un profesional?
Nicolás se sintió halagado.
            —Claro que me gustaría —admitió, emocionado—, pero no estoy seguro de que eso le gustara a mi padre.
            —No veo por qué no —manifestó el profesor—. Ser un gran deportista es un don que nadie debería desaprovechar. Y dinero no te faltaría. Serías una gran estrella, de la talla de Leo Messi o de Cristiano Ronaldo. Tal vez ellos se quedaran pequeños a tu lado. Pasarías a la historia y a la gloria del fútbol.
            —Mi padre quiere que estudie.
            —¿Y qué te parece si te apunto a un partido amistoso entre profesionales? —indagó Roberto, tentando al chaval — Sé de sobra que eres menor de edad pero, con tu físico, no vas a tener ningún problema. Siempre se hacen excepciones cuando sale una estrella y tú eres una estrella.
Nicolás se quedó unos segundos, pensativo.
            —De momento no me apuntes —decidió—. A mí me encantaría, pero tendrás que convencer a mi padre. No puedo apuntarme sin su permiso, se pondría hecho una fiera.
            —Sí, por supuesto. Necesitas el permiso paterno. Yo me encargaré de que lo obtengas.
            —¡Eso se cree él! —exclamó Natalia viendo alejarse al profesor— Blas no permitirá que juegues con profesionales —aseguró, ahora, mirando a Nicolás—, son adultos y no dejará que te mezcles con ellos. ¡Qué estúpido hombre, sólo le interesa el fútbol! Ni siquiera ha preguntado cómo se encuentra Blas. No me gusta su pelo largo y no le sienta bien ese aro en la oreja. ¡Es un estúpido y ya está!
Los niños pasaron el resto del recreo vigilando la entrada a la discoteca. La puerta permaneció cerrada y no hubo ningún movimiento a tener en cuenta.
Algunos alumnos se acercaron a Nicolás para preguntarle por su padre ya que el señor Teodoro se había convertido en un director querido y respetado. Nunca antes, en el instituto, había habido un director que pudiera comparársele.
El señor Teodoro era recto, pero muy buena persona. Sabía escuchar y procuraba ayudar a quien le confiara un problema. Y tenía un gran sentido de empatía por lo que podía entender muy bien las emociones ajenas.
Los tutores de cada curso se habían encargado de prohibir a sus pupilos que fuesen al hospital a visitar al director, advirtiéndoles que se les impediría el paso. Así lo había hecho saber la señora Sales llamando al jefe de estudios. Ni siquiera se admitiría la visita de profesores.
Emilia Sales quería que su hijo descansara con el mayor sosiego posible para que su recuperación fuese total. Únicamente podía visitar al señor Teodoro, Nicolás, y porque su abuela no había podido urdir algo eficaz que evitase que el muchacho fuera a ver a su padre.
Después del recreo tenían clase con el señor Cuesta; el hombre entró en el aula con cara avinagrada. Sin ninguna razón y como si en realidad buscase bronca comenzó a malmeterse con Lucas.
El muchacho no supo defenderse del injusto ataque y se encogió en su asiento.
            —¿Por qué no lo deja en paz? —saltó Nicolás, no pudiendo ni queriendo controlarse— ¡O está usted loco o es un verdadero cerdo!
El profesor de matemáticas centró su mirada maligna en el niño.
            —Tu padre me aseguró que no volverías a insultarme —dijo, recreándose en sus palabras—. ¿Qué pasa? ¿Está moribundo y le has perdido todo respeto?
            —¡Es usted un miserable! —estalló Nicolás, brillando sus ojos peligrosamente. Se levantó de la silla y se lanzó contra el hombre, apretándole el cuello con las manos.
Ismael Cuesta luchó por zafarse del chiquillo pero, muy pronto, se vio en verdaderos apuros cuando el aire empezó a faltarle. Su cara enrojeció y sus granos parecían a punto de explotar como volcanes que fueran a expulsar el magma de su interior.
Lucas, muy alarmado, forcejeó con Nicolás en un intento desesperado de que soltara a su presa.
            —¡Nico, déjalo! ¡Vas a estrangularlo! ¡Por favor, NICO, SUÉLTALO!
Nicolás escuchó las palabras de su amigo y liberó el cuello del hombre que, tosiendo y respirando con gran dificultad, anduvo torpemente hasta la puerta y abandonó la estancia.
            —Hay que admitir que tienes agallas —comentó Leopoldo con admiración—, pero se te va a caer el pelo.
            —Gracias por tu defensa —murmuró Lucas, angustiado—, nunca nadie me ha defendido así… Aunque creo que no deberías haberlo hecho.
Nicolás notó sobre sí las miradas de todos sus compañeros; algo abrumado y bastante preocupado se sentó mirando hacia la puerta. ¿Qué iba a pasar ahora?
No tardó en averiguarlo; el señor Eduardo Cardo entró en el aula bizqueando más que de costumbre.
            —Nicolás Teodoro, quedas expulsado —anunció el jefe de estudios, muy nervioso. No estaba convencido de lo que estaba haciendo porque no sabía cuál sería la reacción del director pero, prácticamente, el señor Cuesta lo había obligado a tomar esta determinación—. Sal del instituto y no vuelvas hasta que no venga tu padre. No podemos tolerar tu comportamiento, has agredido a un profesor.
El muchacho metió unos libros en su mochila y se dirigió al final de la clase a coger su cazadora, colgada en una de las perchas instaladas en la pared.
            —Lo único que ha hecho Nico es defenderme de los insultos del señor Cuesta —se atrevió a decir Lucas.
El señor Cardo le destinó una mirada envenenada.
            —Tú también quedas expulsado —declaró—, vete con Nicolás.
Minutos después, ambos muchachos salieron del instituto sin que Helena Palacios se hubiese enterado de lo sucedido. 
Un hombre observó su salida desde una ventana del edificio. El individuo palpó su cuello, todavía con señales de los dedos de Nicolás. A pesar de haber estado en un serio aprieto, Ismael Cuesta parecía bastante satisfecho. Pegado, a su oreja derecha, mantenía un teléfono móvil.
            —Acaba de salir del instituto —dijo con tétrica voz — ¡Es un bestia! ¡Casi me asfixia! No va solo. ¡El imbécil del Cardo ha expulsado a otro chaval!
            —¡Ese no era el plan! —gritó, encolerizado, el hombre que hablaba con el profesor— ¡Deberías haberlo impedido! —le recriminó.
            —¡Y UNA MIERDA! —berreó el señor Cuesta— ¡Te repito que ese crío es un bestia! Después de que me atacara no he vuelto al aula.
            —¡Eres un cobarde, Isma, un repulsivo cobarde!  —lo acusó su interlocutor con desprecio.
            —¡Vete a la mierda, Álvaro! —profirió el señor Cuesta, muy enojado. Acto seguido cortó la comunicación con un ademán furibundo. Y siguió, con ojos enloquecidos, el caminar de los muchachos hasta que los perdió de vista cuando giraron la esquina.

Págs. 837-845 

Apreciados lectores, en esta historia salen niños y salen adultos... y, en definitiva, un adulto solo es un niño que ha crecido
Por lo tanto, me ha parecido buena idea iniciar el año dejando en el lateral del blog esta preciosa canción de Jose Luis Perales... "Que canten los niños"
Espero que hayáis pasado unas excelentes Navidades

Próxima publicación... jueves, 22 de enero

Y para finalizar esta entrada...






                    
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