EL CLAN TEODORO-PALACIOS

CUARTA PARTE

jueves, 31 de octubre de 2013

EL CLAN TEODORO-PALACIOS Capítulo 82




Hola a tod@s, ¿os acordáis de mí?
Os refresco la memoria... soy Ginger, el gatito que os presentó esta novela
Sí... ha llovido bastante desde entonces
Hoy os presento, desde mi sala de estar, el último capítulo de la primera parte de El Clan Teodoro-Palacios
¡¡MIAU, MIAU, MIAU!!
Solo los gatos y las gatas saben lo que acabo de decir ;-)







CAPÍTULO 82

ADIÓS A VILLA DE LUNA


A
 la hora de comer, el árbol de Navidad y el Belén ya no estaban en el salón. El señor Teodoro se había encargado de recogerlo con la cooperación de Bibiana y Patricia.
El árbol y el Belén dejaron un espacio vacío, se echaban de menos las lucecitas de colores brillantes y bailarinas. La estancia se hallaba como más fría y se presagiaba el fin de la Navidad.
Después de comer, el señor Teodoro tenía pensado retirar el iluminado del exterior de la casa. Parecía no tener fiebre y notaba que iba recobrando las fuerzas. Hablar con Nicolás y confesarle que era su padre lo liberó de una carga muy pesada que había soportado durante años. Las cosas no habían salido como él hubiera deseado, pero confiaba en ganarse, día a día, el perdón del chiquillo. Jamás le permitiría desaparecer de su vida como lo hizo su madre, Helena.
Emilia había cocinado un puré de patata exquisito. A Nicolás le encantaba e intentaba saborearlo, pero casi no podía comer debido a la emoción y excitación que sentía. Cierto hormigueo, que llegaba a ser molesto, recorría su estómago y sus piernas.
Cada vez que miraba al señor Teodoro, recordaba que estaba mirando a su padre y un sentimiento de paz y de felicidad lo embriagaba.
            Me parece mentira que pasado mañana vayamos al instituto. ¡Qué pronto han pasado las fiestas! comentó Natalia, radiante— Empezará el segundo trimestre, vamos a pasarlo muy bien, ya lo verás, Nico. Ya te hablaré sobre los profesores, los que son más “hueso” y los que están más atontados y se enteran de poco o nada.
            —Cuidado con lo que habláis —recomendó Patricia, riendo—. No olvidéis que tenéis delante al director.
Nicolás y Natalia repararon en el señor Teodoro que comía, silencioso, y despacio.
            —Este director está castigado —repuso el muchacho, tranquilamente.
Su ex prima le dio un puntapié, por debajo de la mesa, temiendo que el chaval alterara al hombre.
            —¿Qué quiere decir que estoy castigado? —se rebeló el aludido— Aquí, el único castigado eres tú por haberte escapado de casa. ¡Te vas a enterar!
            —¡Te vas a enterar tú! —replicó el niño, beligerante— Vas a tener que escribir un millón de veces... “Me arrepiento de haber mentido a mi hijo”.
Cuando termines de escribir eso, me pensaré si te llamo o no te llamo “papá”. O sea, que ya puedes empezar a escribir; te va a doler la mano.
            —Bueno, no me parece una mala idea —dijo la señora Sales, viendo una luz en el tunel—. Empieza cuanto antes a escribir ese millón de frases, Blas.
El joven miró a su madre con semblante hosco.
        —Este mocoso no va a castigarme a mí en absoluto   —declaró, contrariado.
            —¡Tú eres más mocoso que yo! —exclamó Nicolás, picado— ¡Y estás castigado quieras o no quieras!
Su padre le lanzó una mirada relampagueante.
            —Nico, muérdete la lengua antes de hablar y ten cuidado con lo que dices —le aconsejó en tono amenazador.
Nicolás no se atrevió a contestar; empezó a entender que nada era distinto. El señor Teodoro seguía siendo el mismo. No había ninguna diferencia entre su tutor y su padre.
            “Siempre ha sido mi padre”, pensó el crío. “Nunca ha sido mi tutor. Te quiero papá; quisiera abrazarte en este momento y darte un millón de besos”.
La señora Sales propinó un cachete a su hijo y este contrajo la expresión de su rostro, indignado.
            —¡No seas tan zoquete! —le amonestó la mujer— Escribirás las frases que te ha pedido el niño y no se hable más. No te va a pasar nada malo por escribir un poco.
El joven suspiró, resignado. Después de rascarse la barbilla, asintió poco convencido.
            —Está bien —accedió de mala gana—; escribiré ese millón de frases, pero no me parece justo.
            —A mí tampoco me parecen justos tus castigos y me tengo que aguantar —dijo Nicolás, satisfecho— Emilia, tú no estás castigada —añadió, sonriendo a la mujer—. ¿Cómo prefieres que te llame... abuela, abuelita o yaya?
            —¡Cariño, qué gran alegría me das! —exclamó la señora, emocionada— Iba a pedirte que me llamaras “yaya”. Yo soy mayor y no sé de cuánto tiempo dispongo; tu padre es muy joven, dispone de toda la vida por delante para que lo llames “papá”.
            Tú también dispones de mucha vida, yaya, no te vas a morir nunca. Siempre estarás con nosotros. ¡No llores, por favor!
Nicolás se levantó, alarmado, y acercándose a la mujer la abrazó y le llenó la cara de besos.
            Te quiero, yaya susurró, eres la mejor abuelita del mundo.
            Desde luego está claro y demostrado que la justicia no existe manifestó Elisa, mordaz. Blas siempre se ha desvivido por conseguir que le reconocieran su paternidad y está castigado. Emilia no ha movido un dedo ni lo hubiera movido, y no está castigada.
            ¿Por qué no te callas, bruja amargada? le increpó la señora Sales, airada. Y desde aquel instante supo que Elisa Rey iba a ser su enemiga. Jamás le perdonaría lo que terminaba de declarar.
El señor Teodoro no tenía mucho apetito y decidió salir a recoger las luces que rodeaban la fachada de la casa.
Fuera justo o injusto se alegró y le pareció muy bien que Nicolás hubiese tomado la determinación de llamar “yaya” a Emilia.
Un rato después, el chiquillo salió a la terraza y vio a su padre atareado con las luces.
El viento seguía soplando, aunque su intensidad era menor. El muchacho se aproximó a un grueso tocón que el señor Teodoro utilizaba como base para cortar la leña. Allí, muy cerca, estaba el hacha prohibida y, a un tiempo, codiciada. La cogió, deseando manejarla. La alzó al aire, con ambas manos, pero no llegó a dejarla caer sobre el tocón, ya que su padre se la arrebató, mientras le daba un cachete.
            ¿Se puede saber qué estás haciendo? le preguntó, furioso.
            Iba a cortar un poco de leña respondió Nicolás. El otro día vi cómo le enseñabas a Julián. ¿Por qué no puedo hacerlo yo? ¡Soy más mayor!
            Porque tú eres un irresponsable, un cabeza de chorlito, un trasto. En resumidas cuentas, no me fio de ti. ¿Quieres que te dé más razones?
            ¡Y tú eres un idiota! exclamó el chiquillo, muy enojado.
Cuando Natalia, Bibiana y Patricia salieron a la terraza vieron al señor Teodoro terminando de recoger las luces y a Nicolás cara a la pared.
            ¿Ya estás castigado, Nico? indagó Natalia, guasona ¡Solo se te ocurren estupideces como, por ejemplo, castigar a Blas! Pues no veo que él esté escribiendo frases ni tampoco tragando pared. ¡Al único que veo tragar pared es a ti! Si fueses un poco más inteligente o sensato lo llamarías “papá”, y lo tendrías comiendo de tu mano.
                                                                                   ῳῳῳ
A las cinco en punto, Matías, un hombre de cincuenta años, de cabello cano y abundante; y su hijo, Luis, un joven de veintidós años, algo menos robusto que su progenitor pero un poco más alto, llegaron a villa de Luna. El señor Teodoro los recibió, cordialmente, y les comunicó que no tardarían en salir hacia Aránzazu.
            Estamos deseosos de recibirles en su casa expresó el señor Matías, cuya cara y nariz eran anchas. ¿Cómo está el señorito Nicolás? ¿Ya se ha enterado de todo?
El señor Teodoro asintió.
            Por favor, Matías, ya me parece el colmo no conseguir que me tutees… Pero de ninguna manera voy a consentir que llames señorito a mi hijo y que lo trates de usted. ¡Es un crío! Y no quiero que se sienta superior ni por encima de nadie.
            Haré un esfuerzo, aunque va en contra de mis costumbres manifestó el hombre. Yo solo pretendo dejar bien claro el respeto que me inspiran usted y su familia.
            No creo que el respeto se demuestre tuteando o hablando de “usted” declaró el señor Teodoro. Haz lo que consideres oportuno con mi madre y conmigo. Pero, desde luego, al niño lo tuteas.
            Es usted un hombre excesivamente liberal para una cultura como la nuestra.
            Los tiempos cambian, todo debe evolucionar.
            En Kavana, todavía no.
El señor Matías, después de saludar a la señora Sales y a Elisa, fue quien se llevó el todoterreno del señor Teodoro; y su hijo, Luis, se fue conduciendo la furgoneta de color azul, un tanto destartalada, con la que se habían presentado en la urbanización.
A las seis de la tarde, villa de Luna quedó deshabitada. Seguían estando los lujosos muebles y se conservaba el calor en las habitaciones, pero ya no se oían voces, ni risas, ni llantos, ni pasos presurosos, ni pasos sigilosos… Únicamente perduraba el acompasado sonido del reloj, colgado en una de las paredes del salón. Incluso el crepitar de la chimenea se había extinguido, puesto que el señor Teodoro había dejado de alimentarla con leña la noche anterior.
Villa de Luna había sido testigo de una Navidad más, una Navidad que posiblemente no se volvería a repetir, por lo menos, con las mismas personas que habían dado vida a las diferentes estancias.
Algunos de los que se iban... regresarían, pero ya no serían los mismos.
Tal vez la casa lo sabía y quizás estaba triste por saber que aquella era una despedida definitiva.
                                                                                                      ῳῳῳ
El señor Teodoro detuvo su Mercedes delante de la casa de la señora Miranda. Estela salió a despedirlos, lo besó a él, a la señora Sales que estaba a su lado, y a Nicolás, que se sentaba detrás.
Gabriela lo observaba todo, desde una ventana, oculta por una cortina. No tenía ánimos para despedirse del señor Teodoro.
            “Nunca encontraré a nadie como Blas”, pensó, con melancolía. “No conozco a Helena Palacios, pero estoy segura de detestarla”.
Estela se dirigió al Audi que conducía Elisa y se despidió de ella y de las niñas.
El señor Teodoro puso el coche en marcha sintiendo no haber visto a Gabriela, pero la señora Miranda le dijo que se estaba bañando.
El señor Francisco salió corriendo de su casa, pero tanto el Mercedes como el Audi ya habían tomado la curva de la pista de tenis y nadie le vio.
            Buen viaje, Blas”, le deseó el hombre. “Y buena suerte en Aránzazu”.
                                                                                  ῳῳῳ
El señor Tobías se encontraba en la comisaría de Luna y consultó su reloj de pulsera.
            “Ya deben de estar marchándose”, meditó. “El pueblo, como siempre, se va a quedar muy vacío sin ellos.
Helena Palacios debe ser una mujer con mucho poder para impedir que Blas reconociera a su hijo durante doce años. Y la persona que mandó matar a Víctor Márquez también tenía mucho poder. ¿Cómo pudo enterarse ella de lo que ese hombre le hizo al niño? ¿Quién eres y dónde estás, Helena Palacios? Una madre capaz de abandonar a un hijo debe ser una muy mala persona. Averiguaré dónde estás, Helena Palacios, no me gustan los asesinatos. Te desenmascararé y vengaré el daño que le has hecho a Blas”.
                                                                                           ῳῳῳ
El Mercedes y el Audi salieron del camino de la urbanización y tomaron la carretera, rumbo a Aránzazu.
Nicolás estaba muy nervioso y agitado. No podía parar quieto con las manos y sonreía en silencio. No iba a volver al internado de Markalo, se dirigía a Aránzazu, a una ciudad desconocida y, allí, viviría con su padre y con su abuela. ¡Su padre y su abuela, eso sonaba maravilloso!
En un par de semanas, Natalia también viviría con ellos. Habría que soportar a Elisa, pero eso sería un mal menor. Estudiaría en el mismo instituto que Natalia y Bibiana. Conocería nuevos chicos y haría nuevas amistades.
Sin embargo, lo que más le emocionaba era estar con su padre. Blas no era su tutor, Blas era su padre. No estaba soñando y, si estaba soñando... que nadie osara despertarlo porque, él, adoraba a su padre.
De vez en cuando el jovencito miraba hacia tras, comprobando que el coche de Elisa les seguía. El señor Teodoro y la señora Sales conversaban, pero el muchacho no les prestaba atención, embelesado, en sus propios pensamientos.
¿Cómo sería su nueva casa en Aránzazu? ¿Y qué importancia tenía aquello?
Él estaba dispuesto a vivir en una cabaña, en una chabola, en una cueva o debajo de un puente, siempre que estuviera acompañado de su padre.
            “El mejor padre del mundo”, pensó, con orgullo, mirando como la grandota mano del joven tocaba el cambio de marchas.
            Te quiero, papá susurró, tan sumamente suave, que ni el señor Teodoro ni la señora Sales pudieron oírle.
Y el viento volvió a rugir, espantosamente, a derecha y a izquierda del vehículo. Pero Nicolás no abrigaba ningún miedo, se sentía demasiado feliz, demasiado seguro y demasiado protegido. Su padre, Blas Teodoro, estaba allí.
Una nube muy negra perseguía al Mercedes después de que el siniestro viento se volviera a levantar... unas gotas de agua comenzaron a mojar la carretera y los cristales del vehículo.
El señor Teodoro conducía con calma, muy pensativo, sin ser consciente de que cada kilómetro pasado lo acercaba a un destino despiadado y cruel... pero también lo acercaba a Helena Palacios y, de haber sabido ambas cosas, no hubiese dudado en pisar muy fuerte el acelerador...

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                          CONTINUARÁ  


Querid@s lectores de El Clan Teodoro-Palacios... hoy es un día de celebración y de agradecimiento
Celebración... porque hoy hemos llegado al primer destino de esta historia... hoy concluye su primera parte
Una historia que comenzó un 29 de septiembre de 2012(aunque yo deseaba que comenzara el 28) y llega a su primera etapa de camino un 31 de octubre de 2013
Alguien comparó esta Estación con un barco... bueno, pues hemos llegado a nuestro primer puerto sin chocar con un iceberg y sin naufragar... eso hay que celebrarlo

También es un día de agradecimiento... porque hoy os doy las gracias a tod@s l@s que habéis llegado conmigo hasta aquí... y a l@s que no habéis llegado
Agradezco cada uno de los comentarios que me habéis dejado por el camino... porque detrás de cada comentario hay una persona real... yo soy real... vosotr@s sois reales... no somos robots
Sé que algun@s de vosotr@s esperaréis con entusiasmo el siguiente capítulo de la segunda parte... por lo tanto, no me parece justo no comunicaros que el próximo jueves no habrá capítulo... Tengo pensado sacar una entrada especial o una entrada sorpresa... no sé bien como denominarla
Creo que no tengo nada más que decir... por supuesto daros las gracias de nuevo

Y este jueves, dejo en el lateral del blog una canción de Julio Iglesias... "La carretera "                                                             

jueves, 24 de octubre de 2013

EL CLAN TEODORO-PALACIOS Capítulo 81














CAPÍTULO 81

LA REACCIÓN DE NICOLÁS


N
icolás observaba al señor Teodoro, con atención, mientras paulatinamente sus ojos negros se iban humedeciendo. El muchacho no podía pestañear, no podía moverse. Con un movimiento lento se secó las lágrimas.
            ¿Qué es esto? preguntó, atontado ¿Quieres tomarme el pelo y reírte de mí delante de todos?
El señor Teodoro supo que el “combate” del que había hecho alusión Elisa, empezaba justo en ese momento.
            Nico, no te estoy tomando el pelo ni me estoy riendo de ti le aseguró . Soy tu padre. Puedes hacerme todas las preguntas que quieras.

Nicolás recordó las palabras de su amigo Fernando: “Te pareces increíblemente a Blas. En el pueblo hay gente que dice que eres hijo de él”.

El silencio del chiquillo estaba resultando demoledor para el señor Teodoro.
            Nico, ¿no vas a decirme nada? ¿No vas a hacerme ninguna pregunta? indagó con ansiedad.
            No tengo nada que preguntar contestó Nicolás, que parecía haber entrado en un estado de shock.
El señor Teodoro miraba a su hijo y tuvo la impresión de estar delante de un juez que lo estaba condenando sin tan siquiera darle la posibilidad de defenderse.
            Nico, voy a explicarte por qué hasta hoy... no te he dicho que soy tu padre. ¿Harás el favor de atenderme?
            No veo imprescindible que le expliques nada al chaval intervino el señor Francisco. Eres su padre y punto en boca. No hay nada más de qué hablar. Él debe aceptarlo; tú eres un buen padre, siempre te has encargado del muchacho. Razones de peso habrás tenido para proceder como lo has hecho. Y no creo que este rebelde sepa entender tus razones.
            ¡Francisco, por favor! exclamó el señor Teodoro, enojado Si no vas a poder mantenerte en silencio, será mejor que salgas del despacho.
            ¿Se llama mi madre Helena Palacios o tampoco es ese su verdadero nombre? indagó súbitamente Nicolás, consiguiendo que su padre le prestara atención de inmediato.
            afirmó. Tu madre se llama Helena Palacios. No puedo enseñarte ninguna foto de ella porque, en un momento de ira, rompí las que tenía.
Pero si quieres saber cómo es tu madre solo tienes que mirarte al espejo e imaginarte con el pelo rizado, abundante, espeso, brillante y largo hasta la cintura. Se peinaba haciéndose una raya en el medio, dejando su frente descubierta. Tu madre es la mujer más guapa que puedas imaginar.
Las ondas de tu cabello son de ella y mías; tus pecas son solo mías. Lo demás es de tu madre... tu nariz algo respingona, los hoyuelos que empiezan a salirte cuando sonríes y sobre todo tu carácter.
Gabriela y todos los presentes percibieron que el señor Teodoro seguía enamorado de la mujer que terminaba de describir. La señora Sales y Elisa se incomodaron en el acto.
El señor Teodoro carraspeó y, ante el silencio de su hijo, decidió continuar con una explicación, que consideraba debía darle, aunque le costara esfuerzo y sufrimiento seguir hablando. Recordar a Helena Palacios era demasiado doloroso.
            Los siete meses que pasé con tu madre fueron los más felices de mi vida dijo con tristeza. Nos enamoramos en cuanto nos conocimos. Pero uno de los problemas que nos separaban era que tu madre tenía veintidós años y yo, quince.

Nicolás calculó rápidamente la diferencia de edad existente entre sus padres. Siete años.
Rememoró algo que Emilia le había dicho en la celebración de Nochevieja: “Una mujer, siete años mayor que Blas, le hizo mucho daño”.
            Yo aparentaba ser más mayor siguió relatando el señor Teodoro. Le hice creer a tu madre que tenía diecinueve años. A diferencia de ti, yo era muy maduro.
Me quedé huérfano de padre, con solo diez años, con mi padre murió mi niñez. No tengo treinta y cinco años, Nico, tengo treinta y uno.
El señor Teodoro enseñó al niño su carnet de identidad donde constaba claramente su verdadera edad.
            Un día tu madre se sinceró conmigo y me contó que estaba casada con Bruno Rey continuó relatando el hombre. Yo me enfadé muchísimo por su engaño. Ella me pidió que la perdonara, me aseguró que iba a dejar a Bruno y que se casaría conmigo.
Entonces tuve que sincerarme yo; tuve que decirle mi edad, yo era menor y no podía casarme. Tu madre se enfureció y me abofeteó. Después de llamarme “niñato” desapareció de mi vida. Ambos nos mentimos y nos hicimos mucho daño. Las mentiras no son buenas.
Cuando tú cumpliste tres años, volvió a aparecer, venía contigo. Me dijo que eras mi hijo y que te dejaba a mi cuidado.
Iba a divorciarse de Bruno; yo ya era mayor de edad, tenía diecinueve años, podría haberme casado con ella… Pero fue más fuerte mi orgullo, me enfadé y le reproché haberme ocultado que estaba embarazada esperando un hijo mío.
Se marchó, dejándote conmigo, y no la he vuelto a ver. No sé dónde está.
Únicamente he visto a sus malditos abogados que me hicieron la vida imposible. No me permitieron reconocerte como hijo mío, solo me permitieron ser tu tutor legal. O aceptaba esta condición o no estarías conmigo. Tuve que aceptar, no podía dejarte con Bruno.
Ha sido una lucha intensa, sin tregua. Jueces, fiscales, abogados, todos me cerraban la puerta. Nadie quería escucharme. Tu madre nunca contestó a mis llamadas ni a mis mensajes. Tal vez cambió su número de teléfono.
Yo tenía que trabajar, estudiar y luchar por ti. Ni un solo día he dejado de luchar por ti.
Por fin he conseguido que se reconozca que soy tu padre, y por fin puedo contártelo. No he podido hacerlo antes, Nico, porque me amenazaron diciéndome que si te decía que yo era tu padre, dejaría de ser tu tutor legal y Bruno Rey tendría pleno derecho sobre ti. No podía correr ese riesgo.
Poco antes de estas Navidades se me notificó que, por fin, se había reconocido mi paternidad.
Llevas mi apellido; eres Nicolás Teodoro Palacios, no eres Nicolás Rey. Tengo tu guarda y custodia y la patria potestad por completo. Tu madre ha renunciado a su patria potestad. Por lo tanto, no tiene ninguna autoridad sobre ti.
            Nunca le has importado declaró la señora Sales, te abandonó y no ha dado señales de vida durante doce años. Y ahora ha renunciado a la patria potestad; no se merece ni un solo pensamiento tuyo.
            —¡Eso no es cierto! replicó el señor Teodoro, bruscamente. Helena pudo haber abortado y no lo hizo. Tuvo a Nico y lo cuidó durante sus tres primeros años de vida.
Cuando me trajo al niño, me pidió que lo amase y lo protegiera. Cuando se despidió del pequeño, sentí su dolor y su amor.
Desde un principio, tú y yo, arropamos a Nico y le dimos mucho cariño. Sin embargo, el niño lloró todas las noches, durante un mes, llamando a su madre. Ningún niño hubiese llorado tanto por una madre que no lo hubiera tratado bien.
Poco a poco fue espaciando su llanto hasta que un día dejó de llorar por ella. Estoy seguro que Helena ha renunciado a la patria potestad de Nico porque se ha empeñado en odiarme, no quiere compartir nada conmigo.
La señora Sales guardó silencio, pero torció el gesto. No le gustó, en absoluto, la defensa que su hijo había hecho sobre la madre de su nieto. Tampoco esta defensa fue del agrado de Elisa y Gabriela.
            ¿Qué firmé el día que estaba limpiando las estanterías? preguntó Nicolás.
            Eran cuatro hojas respondió el señor Teodoro; en dos de ellas se te informaba de que yo era tu padre. En las otras dos, se te informaba de que tu madre había renunciado a la patria potestad. Tu firma significó que estabas enterado y conforme.
            ¿Por qué me dijiste que podía elegir entre mi padre o mi tutor si eres la misma persona? indagó el chiquillo.
El señor Teodoro inhaló profundamente antes de responder. Nicolás estaba formulando las preguntas de un modo muy formal, de un modo demasiado serio.
            Bueno, lo que quise decirte comenzó a contestar el señor Teodoro, es que si quieres que continúe siendo tu tutor, me seguirás llamando “Blas”. Y si quieres que sea tu padre, empezarás a llamarme “papá”.
Estoy deseando oírte decirme “papá” desde hace doce años, desde que supe que eras mi hijo.
Dame la oportunidad de ser tu padre, Nico, te lo ruego.
Anoche me dijiste que me darías una oportunidad y todas las que necesite. Solo necesito una, pero es vital para mí.
Tras decir esto, el joven se calló, aguardando con vehemencia la decisión del niño.
El muchacho tenía, entre sus manos, el carnet de identidad de su padre.
            He pasado doce largos años viendo como tú y Bruno os llevabais mal manifestó, mirando al señor Teodoro, fijamente; siempre tenía miedo de que Bruno me apartara de ti. También he tenido mucho miedo de que tú te cansaras de mí. ¡No te imaginas cuántas veces he deseado que tú fueras mi padre y, resulta, que lo eras! ¡DEBISTE HABÉRMELO DICHO!
            Nico, no podía decírtelo se desesperó el señor Teodoro. Tú no hubieras mantenido el secreto y esa gente no bromeaba. Hubiese dejado de ser tu tutor y hubieses caído en las manos de Bruno en cuanto él se hubiese enterado de que sabías la verdad.
            ¡No me interrumpas, ahora me toca hablar a mí! exclamó Nicolás, muy alterado, y lanzando el carnet a la cara de su padre ¡Nunca sabrás si hubiera mantenido el secreto porque no me diste la oportunidad de demostrarlo!
¡Yo tampoco voy a darte ninguna oportunidad a ti! ¡Nunca te llamaré papá”!
Cuando sea mayor de edad, dejaré de estudiar y me iré de casa. Con quince años engañaste a mi madre y la dejaste embarazada. Si yo hiciera algo así, tú no me darías la oportunidad de conocer a mi hijo porque me matarías antes de que él naciera.
¡Ni siquiera fuiste capaz de decirme que eras mi tutor legal para que yo estuviera más tranquilo! ¡Me lo dijiste estas Navidades, un poco tarde! ¿NO TE LO PARECE?
Yo ya lo sabía porque Julieta me lo dijo hace tiempo. ¡Pero tú no me lo dijiste! ¡Hasta me has mentido en tu edad, como hiciste con mi madre! ¡Seguramente lo has hecho porque, en lugar de un tutor o de un padre pareces mi hermano mayor! ¡Tú que nunca has querido que te mienta! ¡Tú que nunca has querido que te oculte nada! ¡Eres un gran mentiroso! ¡Te elijo como tutor, nunca te llamaré papá”!
Nicolás se levantó de su asiento, considerando finalizada la conversación, y salió del despacho dando un soberano portazo.
            Esto ha sido un desastre murmuró la señora Sales, afligida, hubiera sido mejor no contarle la verdad. Te empecinaste en hacerlo y ha sido un auténtico fracaso. El niño parece haberte perdido el respeto. ¡Y solo ha faltado lo que has dicho sobre la mujer que te amargó la existencia! Voy a preparar algo para comer.
Emilia salió de la estancia. El señor Teodoro permanecía callado y abatido, observando la silla vacía de su hijo.
            No olvides que Nico te quiere. ¿Qué digo te quiere? ¡Te idolatra! Esto ha sido una rabieta  lo consoló Estela, acabará recapacitando y cambiará de actitud.
            ¡Una buena paliza es lo que se merece ese desvergonzado! aseguró el señor Francisco, furioso ¡No has debido tolerar tanta insolencia! ¿Qué se habrá creído? Y no pienses más en la madre del chico... hay millones de mujeres en el mundo. No puedo entender cómo consiguió que, durante doce años, no te otorgaran la paternidad del niño.
            Recuerda lo que te dije, Blas habló el señor Tobías—. No sueltes las riendas o ese muchacho terminará desbocándose.
            —Ya lo habéis oído todo —dijo el señor Teodoro—. ¿Podéis dejarme solo, por favor? Lo necesito.
Nat, ve con Nico y si piensa hacer alguna tontería, por favor avísame.
El señor Teodoro se quedó a solas y durante, un buen rato, lloró amargamente.
Cuando pudo controlarse, fue a lavarse la cara. Había mucho trabajo que hacer ya que por la tarde se irían a Aránzazu.
Las únicas personas satisfechas con la reacción de Nicolás fueron Elisa y Patricia, pero ignoraban que se equivocaban de cabo a rabo, puesto que la reacción de Nicolás había sido puro teatro.
La intención del chaval era la de “castigar” a su padre durante una temporada. Cuando salió del despacho, sintió que flotaba porque sus pies no tocaban el suelo. Se dirigió a su habitación y se lanzó sobre la cama, inmensamente feliz.
Blas es mi padre, Blas es mi padre”, se repetía una y otra vez. Hasta se pellizcó para convencerse de que no estaba soñando. “Estoy despierto, estoy despierto. Estas han sido las mejores Navidades de mi vida y creo en los Reyes Magos. Tengo el mejor padre del mundo. Papá, papá. Solo voy a castigarte un poquito, pronto te llamaré papá, te cansarás de oírlo, ya lo verás”.
Natalia entró en su cuarto y le recriminó que hubiese sido tan duro con el señor Teodoro.
            —¡Eres idiota, Nico! —le dijo, enfadada— Ni Bibi, ni Paddy ni yo tenemos padre. Tú tienes la suerte de tenerlo y lo estás despreciando. Blas es un bonachón y te quiere a rabiar. ¿Qué padre hubiese consentido que un hijo le hablase como tú lo has hecho? ¡Ninguno!
Podrías hacer que comiera de tu mano y te dedicas a hacer el payaso como de costumbre. No has sido justo con él, si llegas a saber que él era tu padre no hubieras tardado en gritarlo a los cuatro vientos. Cuando te disparas, pierdes el control. Y muy pronto te hubieras disparado.

Nicolás escuchaba a la niña sin decir nada, no quería confesarle sus verdaderas intenciones. Temía que lo traicionara y corriera a contarle a su padre que él solo pretendía “castigarle” durante un tiempo.
            —Ya sabes cómo es Blas —continuó diciendo Natalia—, no tardará en ponerse hecho una fiera y no te va a consentir un mal comportamiento. Sin embargo, si lo llamaras “papá” se le caería la babita. Lo está deseando. ¡Eres memo, Nico!

Págs. 633-641

Queridos lectores de El Clan Teodoro-Palacios... el próximo jueves publicaré el último capítulo de la primera parte de esta novela

Hoy os dejo, en el lateral del blog, una canción de Malú... "Diles"
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