EL CLAN TEODORO-PALACIOS

CUARTA PARTE

jueves, 25 de julio de 2013

EL CLAN TEODORO-PALACIOS Capítulo 73


















CAPÍTULO 73

UN MAL DESPERTAR


N
icolás se alegró de que se hubiera desatado esa inmensa tormenta en Luna; ya que no podía salir, prefería que hiciese mal tiempo. Esperaba, ansioso, que al día siguiente un sol radiante iluminara el cielo. Él y las niñas fueron a pasar la tarde al cuarto de los juegos para no molestar al señor Teodoro que, descansando en un sofá, continuaba bebiendo agua y tila.
El hombre aprovechó quedarse a solas para llamar a Estela, a Gabriela y al señor Francisco. Quería tranquilizarlos después de las noticias dadas en la televisión. Tras conversar con ellos se quedó muy pensativo mirando, fijamente, un punto de la chimenea. Sin saber por qué motivo, una mujer de cabello oscuro, largo y rizado le vino a la mente. El joven quiso apartarla, de inmediato, de su pensamiento y bebió, con rabia, del vaso que contenía tila.
El teléfono móvil de la señora Sales sonó y el señor Teodoro miró en dirección a su madre.
            Es una vieja amiga comentó la mujer. Voy a mi habitación a charlar un rato con ella. ¿Estás bien, hijo?
El joven asintió, y agradeció quedarse solo porque la imagen de la mujer morena todavía le perseguía.
Emilia entró en su cuarto y contestó al teléfono.
            ¿Todo va bien por ahí? preguntó una voz masculina.
            Más o menos respondió la señora, secamente. Tobías oyó a uno de tus matones decirle a Víctor que meterse con críos de apenas quince años le iba a costar la vida. ¡Menuda torpeza! Blas se ha puesto muy nervioso.
            Blas siempre está nervioso, querida. Estoy muy ocupado; si hay algún problema, me llamas.
El hombre que hablaba al otro lado del teléfono cortó la comunicación. La señora Sales permaneció sentada sobre su cama. La inquietud se apoderó de ella, ¿qué sucedería, si alguna vez, Blas, llegaba a conocer toda la verdad? No, eso sería terrible. Había cosas que Blas nunca debía saber.
Próxima la hora de cenar fue Elisa quien llamó al móvil del señor Teodoro. Le preguntó cómo estaban todos y le anunció que regresaría a villa de Luna el día del Roscón por la mañana.
            Por nada del mundo quieres perderte el espectáculo, ¿verdad? dijo el señor Teodoro con ironía.
La mujer colgó el teléfono dejando la pregunta en el aire.
Después de cenar y ver una película que, a los niños gustó mucho, se acostaron a dormir. El señor Teodoro logró conciliar el sueño muy pronto, pero se despertó a las siete de la mañana, agitado y sudado. Había pasado gran parte de la noche soñando con la mujer morena. Le había parecido tan real que le costó asumir que solo fue un sueño. Se levantó de muy mal humor y, por sus temblores, supo que seguía teniendo fiebre. La cabeza, milagrosamente, no le dolía y desechó el termómetro, no interesándole saber cuánta temperatura tenía.
           “¿Por qué no es posible que te olvide?”, preguntó mentalmente, exaltado, a la "culpable" de su malestar.
                                                                               ῳῳῳ
Lejos de allí, la protagonista de los sueños del señor Teodoro, también tuvo un despertar turbulento. Encontró la colcha en el suelo, resultado inequívoco de las muchas patadas dadas durante la noche.
            “Maldito seas, Blas. Yo te maldigo hasta el fin de tus días. Déjame en paz”.
                                                                               ῳῳῳ
Nicolás se levantó a las nueve menos cuarto, abrió la puerta de su habitación con sigilo no queriendo despertar a su tutor. Su precaución dejó de tener sentido en cuanto vio la cama del hombre vacía y perfectamente hecha.
            “Ya se ha levantado”, pensó el chaval, crispado. “Pues hoy va a tener que dejarme salir de casa, ya han pasado los tres días que dijo el doctor Pascual”.
En el salón no había nadie; la cocina también estaba desierta, la puerta permanecía entreabierta. El muchacho salió a la terraza; no llovía, pero el cielo estaba plomizo y el suelo mojado.
Lo que vio a continuación, no le gustó en absoluto. Jaime y Julián estaban allí, con el señor Teodoro, y este enseñaba a Julián cómo utilizar el hacha para cortar la leña.
            “El muy idiota”, pensó Nicolás, furioso, movido por un ataque de celos. “A mí nunca me deja acercarme al hacha y a ese mocoso le está dejando manejarla”.
El señor Teodoro no vio al chiquillo, que retrocedió a la cocina y desayunó de mal talante.
La señora Sales tropezó con el niño cuando este se disponía a salir por la puerta del salón.
            ¿A dónde vas, cariño? preguntó la mujer.
            Me voy a jugar a la pista de tenis respondió Nicolás con mal genio.
            Deberías esperar a que Blas se levante le recomendó Emilia.
            Ya se ha levantado declaró Nicolás, enfadado, y el muy idiota está enseñando a Julián a usar el hacha y, a mí, ni siquiera me permite acercarme a esa herramienta. ¡Me voy a la pista de tenis!
            Ponte chubasquero y botas le dijo Emilia. Está muy nublado y hay charcos.
El jovencito salió del salón y la mujer suspiró, meneando la cabeza, temiendo que se avecinaban problemas. Nicolás estaba irascible y Blas carecía de paciencia.
                                                                                 ῳῳῳ
Natalia y Bibiana desayunaron, veloces, tras enterarse de que Nicolás no estaba en la villa y corrieron a reunirse con él. Patricia prefirió quedarse en el salón viendo la tele. Jaime y Julián se marcharon y el señor Teodoro entró en la cocina, cargado con un capazo repleto de leña. La señora Sales preparaba la comida.
            ¿Ya se han levantado los niños? indagó el señor Teodoro.
            Sí, y ya se han ido a la pista de tenis le anunció su madre. Por cierto, Nico se ha ido bastante enfadado contigo.
         —¿Qué? se sorprendió el joven, dejando la enorme cesta en el suelo ¿Cómo qué está enfadado conmigo? ¡Ni siquiera lo he visto esta mañana! ¡Voy a arrancarle las dos orejas! ¡Le dije bien claro que no volviera a salir sin yo decirle la ropa que tenía que ponerse!
            ¡Hey, hey, hey! exclamó Emilia, levantando ambas manos Tranquilo, ¿vale? Ya está bastante alborotado Nico, mejor que no te alborotes tú también. Te ha visto enseñar a Julián a manejar el hacha y está que echa chispas, ya que a él no le dejas ni mirarla. Creo que se ha puesto celoso. Va abrigado, lleva chubasquero y botas. O sea, que pon freno a tu mal carácter. Recuerda que pasado mañana tienes que hablar con él, no conviene que estéis de uñas.
El señor Teodoro se dirigió a la pista de tenis y, desde arriba, acodado en un canto de pared, observó cómo Nicolás corría con un balón entre sus pies. Natalia y Bibiana intentaban quitárselo y el muchacho disfrutaba regateando para impedírselo. Los tres chiquillos se salpicaban de agua, saltando entre los charcos, que se habían formado debido a la intensa lluvia del día anterior.
            ¿Puedo jugar con vosotros? preguntó el señor Teodoro a viva voz.
Nicolás detuvo su carrera y miró hacia arriba. Contempló a su tutor con semblante huraño.
            ¡No, no puedes! contestó, enojado ¡Vete a casa, que estás enfermo, y, aquí, nos estás molestando! ¡Que te vayas, te digo! ¡Niñero!
            Eres igual que tu madre murmuró el señor Teodoro y, por supuesto, el chiquillo no pudo oírle. El hombre iba a decir algo más pero se calló, cuando Gabriela se acercó a su espalda y lo saludó.
            Buenos días dijo, a su vez, dándose la vuelta.
La mujer miró en dirección a los niños.
            Pronto se van a acabar las vacaciones comentó. Y todo volverá a ser rutina.
            ¿Qué vas a hacer tú? se interesó el señor Teodoro.
            Volveré a mi librería y mi madre vendrá conmigo respondió Gabriela sin dejar de mirar a los niños.
            Nos volveremos a ver en otras vacaciones afirmó el señor Teodoro. También nos podemos llamar por teléfono y visitarnos algún fin de semana.
            ¿Vas a estar con Elisa? interrogó la joven.
            No lo tengo claro dijo, con sinceridad, el señor Teodoro. Pero, por mucho que esté con ella, entre nosotros no hay nada y nunca lo habrá.
            No tienes por qué darme explicaciones…
            Helena... ¡quiero decir Gabriela! el señor Teodoro se sonrojó, violentamente, y se puso muy nervioso por el error cometido. Carraspeó, turbado Si pudiera elegir a una mujer, te elegiría a ti. Debo confesarte que empecé a pensar en ti, pero no soy un hombre que pueda entregar el cien por cien. Y tú no te mereces un tanto por ciento más bajo. No sería justo.
Gabriela miró al señor Teodoro, sintiendo que sus ilusiones se esfumaban en aquel instante.
            Tal vez yo me conformara con ese tanto por ciento  dijo sin importarle humillarse.
            No serías feliz conmigo le aseguró, tristemente, el señor Teodoro. Hace muchos años di el cien por cien a una mujer y todavía, hoy, su recuerdo me persigue y me atormenta. No te haré daño a ti, ni a nadie, mientras no consiga olvidarla.
            Envidio a esa mujer musitó Gabriela, apenada.
El señor Francisco se unió a la pareja y la conversación varió por completo. El hombre se quejó del cambio de política que parecía que, en breve, iba a suceder en Kavana. La señora Miranda pasó de largo, acompañada por Hércules y se acercó a la entrada de la pista de tenis. Llamó a Bibiana, la pequeña se aproximó, y acarició al can.
            Mañana es el Roscón de Reyes susurró Estela, mirando a Nicolás y a Natalia que seguían jugando con el balón. Hércules corrió, dentro de la pista, sin ser invitado. Su objetivo era capturar el elemento cilíndrico que tanto se movía, mañana por la tarde hablaré con Nico continuó susurrando Estela. Tú no le digas nada, seré yo quien lo haga.
Bibiana asintió, entristecida, y la señora Miranda se alejó hasta reunirse más arriba, con su hija, con el señor Teodoro y con el señor Francisco.
A Bibiana se le fueron las ganas de jugar y observó cómo Hércules peleaba, tenaz, por adueñarse de la pelota. Nicolás se estaba divirtiendo de lo lindo y a la muchacha se le humedecieron los ojos contemplando la escena.
            “Pobre Nico”, pensó, angustiada. “Mañana vamos a darle un gran disgusto”.
Hércules consiguió apropiarse de la pelota y la sujetaba, muy fuerte, en su boca. No pensaba soltarla. Nicolás perseguía al perro y el can lo esquivaba, entusiasmado. El muchacho logró cazarlo, pero el perro se negaba a entregarle el balón, y ambos estiraban en sentidos contrarios.
Los adultos miraban, pero ninguno sonreía, pese a lo cómico de la situación.
La única que se desternillaba de risa era Natalia y hasta comenzó a llorar de tanto reír.

Págs. 567-574 

Este jueves dejo dos canciones en el lateral del blog.
Es 25 de julio y es el cumpleaños de mi hermana... no he encontrado una canción sobre "hermanas"... tendrá que servir "Hermanos" de Pimpinela.
Felicidades y que cumplas muchos, muchos, muchos más
Y para el Clan... "No me vuelvo a enamorar" de Julio Iglesias

jueves, 18 de julio de 2013

EL CLAN TEODORO-PALACIOS Capítulo 72




















CAPÍTULO 72

CAFÉ NEGRO Y MUY CARGADO


E
l señor Teodoro preparó dos tazones de leche que endulzó con miel. Madre e hijo se lo tomaron, pensativos. La bebida caliente reanimó ligeramente sus cuerpos.
            Deberías acostarte un rato aconsejó la señora Sales, tienes muy mala cara. ¡Dichoso Tobías, nos ha enfermado! Duerme, al menos, hasta que se despierten los niños.
            Estoy demasiado preocupado como para dormir.
            No debes preocuparte tanto. Estoy convencida de que Tobías no ha entendido nada y ha exagerado la nota en demasía. Esos individuos han tenido que matar a Víctor Márquez por un ajuste de cuentas y si nombraron a Nico ha debido ser porque se enteraron de que ese salvaje había sido detenido por intentar matar al niño.
            No es todo tan sencillo, mamá refutó el señor Teodoro. ¿Y por qué nadie quiere investigar? ¿Y por qué dos superiores le dijeron a Tobías que se mantuviera al margen y con la boca cerrada si quería continuar vivo?
            Debe tratarse de delincuentes muy peligrosos conjeturó la mujer, y las autoridades opinarán que si se matan entre ellos, mejor que mejor. ¿Para qué queremos esa clase de personajes en la sociedad? Si Tobías persiste en investigar podía perder la vida porque esos mismos matones, u otros, podían venir a asesinarlo a él.
Cariño, por favor, cerremos página y olvidemos este feo asunto. Hazme caso y vete a dormir.
El joven, más tranquilo, por las hipótesis de su madre, asintió y le dio un beso en la mejilla.
Una vez en su habitación, abrió la puerta del cuarto de Nicolás y vio la cama deshecha y vacía. Fue a la segunda planta y comprobó que ni el niño ni Natalia estaban allí. Muy veloz, volvió a bajar a la primera planta y entró en el cuarto de los juegos. Los dos primos estaban sentados en un sofá, hablando en voz baja.
            ¿Se puede saber qué hacéis aquí, cómo os habéis levantado tan pronto? interrogó de mal humor.
Nicolás y Natalia lo miraron, muy formales.
            Nos ha despertado el timbre respondió el chiquillo. ¿Quién ha venido?
            Tobías.
            ¿Qué quería?
Nicolás notó que su tutor vacilaba, no teniendo claro qué contestar.
            ¡Te he preguntado que qué quería! se exaltó el chaval.
            Oye, no me hables en ese tono se enfadó el señor Teodoro al momento. Además, yo no tengo por qué darte ninguna explicación. ¡Más te vale callar, no vaya a ser que te ponga recta la nariz!
El muchacho frunció el ceño y guardó silencio. Era cristalino que su tutor le tenía manía a su nariz respingona porque, siempre se metía con ella, cuando estaba muy malcarado.
            ¿No pensáis volver a acostaros? preguntó el hombre.
            No tenemos sueño respondió Nicolás, utilizando un tono más moderado.
            ¿Y no vais a ducharos y a hacer vuestra cama?
            No vas a dejar que salga hasta mañana. Tengo todo el día para ducharme y hacer mi cama.
El señor Teodoro se humedeció los labios y suspiró. Seguidamente se sentó en una butaca.
            ¿Qué haces? inquirió Nicolás, crispado ¿Vas a quedarte aquí?
El señor Teodoro asintió.
            Sí, voy a quedarme aquí declaró. ¿Molesto?
            ¡Ni que fuéramos niños pequeños que necesitáramos de un niñero! exclamó el chiquillo, indignado ¡Eres un pesado!
            Te he dicho antes que te calles, Nico, tu nariz corre peligro.
                                                                                 ῳῳῳ
Cuando Bibiana y Patricia bajaron al cuarto de los juegos; la segunda sonrió, encantada, en cuanto vio al señor Teodoro recostado en la butaca. El joven se había quedado dormido, mientras los primos jugaban con la wii.
            ¡Qué guapo es! exclamó Patricia, admirándolo, embelesada Parece que tiembla, ¿tendrá frio?
Nicolás se fijó en su tutor y se acercó a él. Le tocó la frente con una mano.
            Está muy caliente dijo el niño, preocupado, creo que tiene fiebre.
El muchacho salió en busca de la señora Sales y esta le colocó un termómetro en la frente al joven, que continuaba profundamente dormido.
            ¡Dios mío! se asustó la mujer cuando vio la temperatura que tenía su hijo Voy a avisar al doctor Pascual. Nico, coge un pañuelo, humedécelo y pónselo en la frente. Tiene treinta y nueve grados y medio.
El doctor Pascual no tardó en presentarse en villa de Luna, una vez fue requerido por Emilia.
Estuvo en la habitación del señor Teodoro, examinándolo concienzudamente. Cuando se disponía a marcharse, acompañado por la señora Sales, Nicolás le cortó el paso.
            ¿Cómo está Blas? preguntó, inquieto Lo he contagiado, ¿verdad? Ahora, yo estoy bien y él se ha puesto mal.
            No, no lo has contagiado negó el médico. Al principio, yo también creí eso. Pero, Blas no tiene faringitis ni está constipado. Tiene la tensión muy alta y está sobreexcitado. Le he dado una pastilla que le relajará y Emilia debe darle mucha tila y, tú, procura no ponerlo nervioso. Blas está malito y necesita tranquilidad y reposo. ¿De acuerdo?
Nicolás asintió y se dirigió a la habitación de su tutor. El joven estaba levantándose; el chiquillo corrió hacia él y lo embistió, de tal forma, que ambos cayeron encima de la cama.
            ¿Se puede saber qué te pasa? preguntó el señor Teodoro, furioso.
El niño había caído sobre él y le sujetaba los brazos, con fuerza.
        El doctor Pascual ha dicho que tienes que reposar y no  voy a dejar que te muevas de aquí declaró Nicolás, ejerciendo más fuerza contra los brazos de su tutor.
            Nico, no está mi horno preparado para tus bollos. ¡Suéltame enseguida! ordenó el señor Teodoro, impaciente.
El muchacho se opuso con un movimiento de cabeza.
            Muy bien, tú lo has querido dijo el señor Teodoro que, a pesar de encontrarse bastante mal, no le costó gran esfuerzo cambiar de posición y ser él quien sujetara al chaval. Nicolás se desesperó forcejeando sin conseguir soltarse.
Finalmente, agotado, se quedó quieto.
El señor Teodoro lo cogió de la nariz y se la estiró, levemente.
            Hoy, tu naricilla, está visto, que corre peligro —sonrió provocando un sublime enojo en Nicolás—. Nico, eres muy inocente. Antes de que puedas sujetarme, tienen que pasar muchos años todavía. Se siente —se burló a continuación.
El muchacho se revolvió, picado, y pellizcó la nariz a su tutor. Este contraatacó haciéndole cosquillas en los costados, cosa que el niño no resistía y, a carcajadas, gritaba que se rendía.
La señora Sales entró en la habitación, precediendo a las niñas.
            Pero, ¿qué estáis haciendo? preguntó, nerviosa  ¡Esto es el colmo! ¡No sé quién tiene menos conocimiento, si el grande o el pequeño! ¡Nico, Blas tiene que descansar! ¿No has entendido lo que te ha diho el doctor Pascual?
                                                                                  ῳῳῳ
A la hora de comer, el cielo se había puesto muy gris y estaba lloviznando.
El señor Teodoro tomó un tazón de consomé y, absolutamente, nada más. Después se sentó en un sofá e iba bebiendo agua o tila. La fiebre le había bajado, pero seguía teniendo. Se puso tenso cuando comenzaron a dar las noticias en la tele y, más tenso, cuando una periodista explicó a los telespectadores que en, Luna, un pueblo de la provincia de Aránzazu había sido violada una joven de veinticinco años cuya identidad no se daba a conocer por motivos éticos. El violador, un individuo, de treinta y tres años, Víctor Márquez, había sido detenido. Tres personas encapuchadas habían asaltado la comisaría y habían tiroteado al detenido, causándole la muerte. Todo apuntaba a un ajuste de cuentas. La periodista también comentó que Salvador Márquez, hermano gemelo de Víctor, se había despeñado por el acantilado Encantado, días antes. Pedazos de su coche habían sido recuperados, pero el cuerpo del hombre no había sido hallado. La policía había dado por finalizada la búsqueda.
Inmediatamente después, la periodista pasó a otro tema.
            ¿Habéis oído? preguntó Patricia, alucinada.
            Sí, mi madre y yo ya estábamos enterados. Tobías ha venido a contárnoslo esta mañana declaró el señor Teodoro.
            Espero que vuestras familias no se alarmen por estas malas noticias y os permitan terminar de pasar las vacaciones con nosotros intervino la señora Sales, dirigiéndose a Bibiana y a Patricia. Aunque, a estas alturas, la mujer intuía que a los familiares de las niñas no les quitaba el sueño lo que pudiera ocurrirles.
En casa del señor Francisco, la señora Marina tuvo que tomarse un tranquilizante después de oír las noticias referentes a Luna. Hasta su esposo se sintió indispuesto y buscó sosiego en otro comprimido.
            Esto es increíble comentó el hombre, con semblante muy enrojecido. Jamás en Luna había pasado algo así.
La llovizna anterior había abierto paso a una intensa lluvia, asistida por un viento huracanado. Sobre el pueblecito estaba estallando una descomunal tormenta.
La señora Estela y su hija Gabriela también se quedaron extrañadas e impresionadas por la noticia de la muerte de Víctor Márquez.
            ¿Quién querría matarlo? se preguntó la señora Miranda, desconcertada ¿Quién sabe? se contestó ella misma ¡En algún muy mal asunto debía estar metido!
                                                                                           ῳῳῳ
Lejos de Luna... en Markalo, capital de Kavana, alguien más oyó las noticias de la televisión. Se trataba de una mujer de largo cabello moreno y ensortijado, de profundos ojos negros, con la nariz levemente respingona. 
Las informaciones sobre Luna no la dejaron indiferente. Por el contrario, prestó mucha atención. Su acompañante de mesa también se interesó por el tema. Se encontraban en un salón donde no se apreciaba ningún adorno o detalle navideño.
            ¿No es Luna el pueblo donde Blas y Nicolás pasan las vacaciones de Navidad, Pascua y verano? interpeló el hombre.
La mujer asintió sin hablar. Estaba abstraída, mirando fijamente un punto de la televisión.
Una joven sirvienta, vestida con impecable uniforme azul marino, delantal blanco y una cofia en la cabeza, retiró los platos y cubiertos que tenía delante la mujer morena.
            ¿Va a tomar café la señora? preguntó, tímidamente.
            Por supuesto contestó esta, desviando su mirada de la televisión. Y como siempre, negro y muy cargado. No hagas preguntas tontas, Adelaida. Te aumento el sueldo pero procura no hacerme preguntas absurdas.
            —Lo siento, señora, discúlpeme.
La mujer morena suspiró y miró a la sirvienta.
           —Adelaida, por favor, vuelvo a aumentarte el sueldo pero no te disculpes ante mí, eso es humillarte y no lo soporto. Nunca te disculpes ante nadie, no sirve de nada y tampoco llores en publico. La gente fingirá consolarte y detrás de ti se burlarán, nunca llores en publico. Y no has debido ponerte ese uniforme por mucho que, hoy, tengamos visita.
La joven sirvienta asintió en silencio.  
          —Ese maldito café, negro y bien cargado, va a acabar con tus nervios un buen día declaró el hombre que acompañaba a la mujer morena.
            Tranquilo, padre dijo la mujer morena, sonriendo levemente. Tengo mis nervios muy templados. Unos toman tila y otros tomamos café. Así es la vida.
El hombre esbozó una mueca de disgusto.
            Blas tomaba mucha tila, ¿no es cierto? indagó, posando una mano sobre una de las manos de su hija Debiste aprender eso de él.
            De él aprendí muchas cosas, pero no precisamente a tomar tila. ¿Quieres que te cuente lo que aprendí? Aprendí a mentir, a odiar y a no sentirmanifestó la mujer con cierto sarcasmo. La belleza de esta mujer era muy personal. A veces se dice que todos tenemos un doble; aquella fascinante fémina no debía tenerlo.
Con su mal humor no tardó en lograr lo que se proponía... quedarse a solas; entonces removió el oscuro café con una cucharilla de plata sin hacer el menor ruido y sonrió... y sus ojos brillaron como brilla la luz de un faro en la noche avisando al navegante del rumbo a seguir.

Págs. 559-566

Este jueves os dejo en el lateral del blog una canción de Malú... "Aprendiz"                                                             
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