EL CLAN TEODORO-PALACIOS

CUARTA PARTE

jueves, 25 de abril de 2013

EL CLAN TEODORO-PALACIOS Capítulo 60
















CAPÍTULO 60

FERNANDO ESTRELLA



  —C
Laro que sí le aseguró Nicolás volviendo a cerrar la puerta de la cocina. Ven conmigo al cuarto de baño. Te curaré.
          No es preciso, Nico. Estoy bien.
Natalia, Bibiana y Patricia se dirigieron al salón y se sentaron en los sofás.
          Ese chico no puede quedarse aquí —habló Patricia—. Lo acabarán descubriendo y al final nos van a castigar a todos sin fiesta de fin de año.
          —Solo piensas en ti, eres una egoísta —la acusó Bibiana, enfadada—. A mí también me pega mi padrastro y ese chico me da pena. No me importa para nada quedarme sin fiestecita.
          —¿Y qué te crees? —replicó Patricia, furiosa— ¿Qué los amigos de la puta de mi madre son santos? Pero, ahora estamos aquí y debemos disfrutar lo máximo que podamos. Seguramente no volveremos a tener una oportunidad igual.
Nicolás curó la espalda de Fernando tal como el señor Teodoro lo había curado a él cuando el señor Salvador Márquez le apaleó con la cadena. Lo hizo con bastante rapidez ya que en el cuarto de baño no estaban seguros. Se horrorizó al ver las heridas del muchacho; tenía marcas muy recientes, y otras, de palizas anteriores.
          —Tu padre es un cerdo salvaje —insultó Nicolás con rabia, sin poder contenerse.
          —¿Cómo te ha ido a ti con Blas? —preguntó Fernando.
          —Nada de importancia —repuso el chiquillo—. Lo que más me ha dolido es el disgusto que le he dado a él y a Emilia.
Nicolás escondió a su amigo en el despacho de su tutor, no se atrevió a subir a las habitaciones por miedo a tropezar con el señor Teodoro por la escalera.
          —Aquí estarás a salvo —le dijo—. Cuando todos nos acostemos, bajaré a buscarte y dormirás en mi cuarto.
Fernando asintió, agradecido, y se sentó en el sillón del señor Teodoro. Nicolás cerró la puerta y fue a sentarse junto a Natalia. Su prima le cogió una mano.
Al cabo de poco rato, la señora Sales y su hijo entraron en el salón con semblantes muy serios. Los niños miraban la tele y ante el espanto de Nicolás, los adultos se dirigieron hacia el despacho.
          —¿A dónde vais? —les gritó el chaval, levantándose del sofá. Su respiración era agitada.
La señora Sales y el señor Teodoro se detuvieron, aturdidos.
          —Vamos a hablar un momento —aclaró la mujer—. Salimos enseguida.
          —¡Nada de eso! —exclamó Nicolás, corriendo hacia la puerta del despacho y ubicándose delante de ella— Hemos acordado que íbamos a ver una película. ¡Vosotros no tenéis nada de qué hablar!
La señora Sales estaba asombrada y el señor Teodoro exhaló un suspiro, impaciente, que casi pareció un rugido.
          —Apártate de la puerta, Nico —ordenó, bastante molesto y nervioso.
          —¡No vais a entrar aquí! ¡Vamos a ver la película! —manifestó Nicolás, tozudo y, también, muy nervioso.
La señora Sales se colocó en medio del joven y del niño.
          —Bueno, podemos ver la película y luego hablamos, Blas —propuso, intentando poner paz.
          —¡Esto es el colmo, mamá! —gritó el señor Teodoro, enfurecido— Este mocoso debería haberse ido a dormir en cuanto terminó de cenar. Y ahora resulta que nos va a dar órdenes a nosotros.
Natalia y Bibiana tenían el corazón encogido, por contra Patricia se estaba divirtiendo de lo lindo.
          —Nico, cariño, será solo un momento —habló la señora Sales, empleando un tono de ruego.
          —¡Nada de momentos! —rechazó Nicolás— Lo que tengáis que hablar, lo habláis aquí. Blas no me deja que le oculte nada, pues yo tampoco le dejo que me oculte nada a mí. ¡Pobre de él si me entero de que me oculta algo!
La señora Sales y su hijo se miraron, preocupados. Ambos tuvieron un mismo pensamiento. ¿Qué iba a suceder cuando el niño descubriera que le habían ocultado algo de vital importancia durante toda su vida?
Bibiana también pensó algo por el estilo; Nicolás tenía un carácter muy fuerte cuando creía que la razón estaba de su parte
El señor Teodoro, muy ceñudo, terminó por sentarse en un sofá; su madre se sentó a su lado. Nicolás volvió a acomodarse junto a Natalia sin acabar de comprender cómo había logrado salirse con la suya.
          —Poned esa dichosa película —dijo el señor Teodoro, cruzándose de brazos. Estaba más que alterado y sentía unos deseos ardientes de zarandear al chiquillo.
Más que ver la película, el joven meditó una y otra vez acerca de lo ocurrido con Elisa, y del día de Reyes. De vez en cuando miró a Nicolás, con desazón. Pasado un cuarto de hora sonó el timbre del teléfono. El señor Teodoro se levantó para contestar pero Nicolás se le adelantó, precipitadamente.
          —¿Quién es? —vociferó.
Era el señor Tobías, el chiquillo le gritó que se había equivocado y que no eran horas de molestar. El señor Teodoro propinó un cachete al crío y le quitó el teléfono.
          —¡Yo soy quien contesta aquí a las llamadas! —exclamó, fuera de sí— ¡Ve a sentarte! ¡Dígame! —gritó a continuación como si quisiera machacar a quien estuviera al otro lado de la línea telefónica. El señor Tobías carraspeó, perplejo. Le explicó que Fernando se había fugado de casa y le preguntó si sabían algo de él o si lo habían visto— No, lo siento mucho —respondió el señor Teodoro—. Espero que tengáis suerte y lo encontréis. Me gustaría salir a ayudar pero Nico está insoportable y Elisa no se encuentra bien. Por otra parte, temo que Víctor Márquez quiera molestar a Gabriela y a Estela. Es mejor que me quede en casa. Suerte en la búsqueda.
El señor Teodoro colgó el teléfono cortando la comunicación.
          —¿Qué ocurre, cariño? —indagó la señora Sales.
          —Era Tobías —contestó el joven—. Se trata de Fernando. Por lo visto, no contento con la gamberrada de la moto, se ha escapado de casa.
          —¡Ay, Dios mío! —se estremeció la mujer— ¿Dónde habrá ido ese muchacho? ¡Tan de noche y con el frío que hace!
Blas comprendió de inmediato dónde estaba Fernando. ¡En su despacho! Y por ese motivo, Nicolás se había comportado de aquel modo tan extraño, impidiendo que su madre y él entraran a hablar allí. Miró al chiquillo, que se hallaba sentado al lado de Natalia.
          —Nico, ¿tú no sabrás dónde está Fernando por casualidad? —le preguntó, acribillándole con la mirada.
          —¡Yo no sé nada! —contestó el chaval de muy mal humor— Y si lo supiera, no te lo diría. ¡Cuando se ha escapado, sus buenas razones tendrá!
          —¡Nico! —exclamó la señora Sales, enojada, por la forma de proceder del muchacho.
El señor Teodoro se dirigió con rapidez y firmeza a la puerta del despacho y la abrió sin que Nicolás tuviera tiempo de hacer algo para evitarlo. La oscuridad en la estancia era absoluta, el señor Teodoro encendió la luz. Allí, sentado en su sillón, estaba Fernando Estrella, que se levantó con premura  al ver al hombre. Nicolás entró corriendo y se colocó al lado  de su amigo, frente a su tutor. Blas se había quedado sin palabras al ver en el mal estado que se encontraba el ojo derecho de Fernando. La señora Sales entró en el despacho.
          —¡Fernando! ¿Qué te ha pasado en el ojo? —interrogó, alarmada.
          —Su padre le ha dado un puñetazo —respondió Nicolás, alterado—. Y la espalda la tiene llena de correazos, recientes y antiguos. Al señor Humberto le debe gustar dar palizas.
          —Ven enseguida, cariño —dijo con suavidad Emilia a Fernando—. Pasa al salón y siéntate en un sofá. Te pondré una pomada en el ojo que te aliviará bastante. Ven, no tengas miedo de Blas. Ya sé que parece un ogro pero, en este caso, las apariencias engañan. ¡Quítate de en medio, Blas, asustas al niño! —la mujer empujó a su hijo fuera del despacho.
Fernando se acomodó en un sofá del salón y la señora Sales le aplicó una ligera capa de pomada sobre el parpado herido.
          —Deja que te vea la espalda —le pidió la mujer.
          —Nico me ha curado.
          —¿Has cenado?
          —No, pero no tengo hambre. Gracias. Tengo el estómago revuelto. Si como algo, seguro que vomito. Por favor, no me retengan, déjenme marchar. No quiero volver con mi padre —suplicó el jovenzuelo.
          —No puedo permitir que te marches —declaró el señor Teodoro en tono grave—. Pasarás la noche aquí, con Nico. Y te prometo que no volverás con tu padre. No tengas miedo y confía en mí.
La señora Sales preparó una tila para el muchacho y la infusión consiguió que dejara de temblar.
          —Será mejor que nos acostemos —dijo el señor Teodoro—. Creo que Fernando necesita descansar. Nico, id a tu habitación de la primera planta. Quiero teneros cerca, necesito dormir un rato y no me fio de ti ni de tus malas ideas.
          —¡Yo prefiero dormir en la segunda planta! —gritó Nicolás.
          —¡No me importa lo que tú prefieras! —se desesperó Blas— ¡Camina delante de mí o te llevo de la oreja!
Nicolás y Fernando subieron las escaleras seguidos del señor Teodoro. Entraron en la habitación de este y posteriormente en la del chiquillo.
          —La ventana no tiene barrotes —expuso el señor Teodoro a Nicolás—. Pero sí una cerradura  y la llave la tengo yo. Recuerda que el cristal es blindado, por si se te pasa por esa cabecita de chorlito querer romperlo. Harías mucho ruido y no lo conseguirías. A la puerta le quité la cerradura, pero le puse un cerrojo y lo voy a correr esta noche. Siento tomar estas medidas y encerraros —ahora el señor Teodoro se dirigió a Fernando—. Pero no quiero que hagáis ninguna tontería y quiero dormir tranquilo porque estoy agotado. Te aseguro que puedes confiar en mí. Voy a ayudarte y no volverás con tu padre, te lo prometo. Nico, déjale un pijama a tu amigo y acostaros. Buenas noches.
          —Buenas noches —respondió Fernando, sintiéndose a salvo y confiando plenamente en el tutor de su amigo.

El señor Teodoro se dirigió al despacho. Se sentó en su sillón, apoyó los codos en la mesa y dejó  la frente a merced de sus manos... mientras los dedos se le enredaban en su cabello oscuro.
          —¿Dónde estás? —murmuró, cansado e inconscientemente— Sería tan distinto si estuvieses aquí, quisiera decir tu nombre, quisiera  verte, contemplarte, solo rozarte y besaría el Cielo... ¡cómo te odio!
Tengo que intentarlo con Gabriela... tal vez exista la posibilidad de que te olvide.

Sin apenas darse cuenta, con un brusco movimiento, lanzó al suelo parte de los objetos que estaban sobre el escritorio.
Sorprendido, volvió en sí, se levantó lentamente y comenzó a recoger lo que había tirado, colocándolo de nuevo en su lugar. 

Págs. 463-469

Esta semana os dejo una bonita canción de Jose Luis Perales, ubicada en un lateral del blog.
"Quisiera decir tu nombre"

jueves, 18 de abril de 2013

EL CLAN TEODORO-PALACIOS Capítulo 59


















CAPÍTULO 59

INCREÍBLES PALABRAS DE ELISA REY


E
l señor Tobías cerró el maletero y se aproximó al señor Teodoro. Escuchó cómo la señora Sales le narraba, entre hipos, lo sucedido en el pueblo. El joven continuaba abrazando a su madre, pero su mirada se dirigió hacia Nicolás. Al chiquillo le pareció que, en efecto, como había dicho su prima, su tutor iba a matarlo con solo mirarlo, igual que los basiliscos.
          Debo parecer una anciana imbécil e inservible sollozó Emilia. El niño estaba a mi cargo, no entiendo por qué Tobías se ha negado a darme la multa y a dejar que sea yo quien hable contigo. Incluso debería ser yo quien castigara al crío, de otra forma ¿cómo va a respetarme?
          Estoy totalmente de acuerdo, mamá dijo Blas, secando con sus dedos las lágrimas que mojaban la cara de la mujer. No llores más, por favor.   A continuación se dirigió al policía Tobías, cuando mi madre está con Nico es responsable de él porque tiene mi autorización. Dale la multa a ella y ya puedes marcharte porque no tienes nada que contarme. Ya lo ha hecho mi madre.
El señor Tobías rompió la citada multa en cuatro pedazos que guardó en un bolsillo de su cazadora.
          Lo siento mucho, Blas se disculpó. No era mi intención, ni muchísimo menos, causar este disgusto a tu madre. Pensé que te enfadarías si no te contaba personalmente lo sucedido. Has de entender la gravedad del asunto, los muchachos podían haberse matado o haber matado a alguien.
          —¡Ese demonio es un peligro público! —exclamó el señor Francisco, señalando a Nicolás— No puedo recordar unas vacaciones en las que no haya formado algún buen lio.
          —Tienes suerte de tener a un par de santos como hijos —manifestó la señora Sales—. Pero, no te confíes, Francisco. A lo mejor, algún día, tienes que morderte la lengua. Es muy sencillo y muy bonito educar a los hijos de los demás.
Me voy a casa.
La mujer se marchó hacia villa de Luna acompañada de Nicolás y Natalia. El chiquillo pasó un brazo por los hombros de la mujer.
          —¿Os fijáis? —interrogó el señor Francisco, airado  — Ese truhán ya le está haciendo carantoñas para evitar el castigo que se merece.
Vas a acabar teniendo un serio disgusto con ese sinvergüenza, Blas. ¡Yo te lo advierto!
El señor Teodoro acompañó a Gabriela hasta su casa. Se despidió acariciando la cabeza de Hércules y le dio un beso en la mejilla a la joven.
          —Acordaros de cerrar muy bien puertas y ventanas y no os separéis de Hércules. Si veis a Víctor Márquez por aquí, me avisáis enseguida.
Tras sus palabras, se alejó caminando sin prisa. Cuando llegó a la villa, entró en el salón y vio a las niñas entretenidas con la tele.
La señora Sales estaba en la cocina.
          —¿Dónde está Nico? —preguntó el joven.
          —Lo he enviado a su habitación, le he dicho que se ponga el pijama y que no baje hasta las diez. Nada más cenar se irá a dormir y no saldrá de casa a no ser acompañado por ti o por mí —contestó la mujer—. Pienso que no es necesario nada más.
El señor Teodoro asintió, conforme.
          —Blas, rey mío —dijo Emilia con tono suplicante—, cada vez falta menos para Reyes, intenta llevarte bien con el niño. Sé que debes estar muy enfadado con él pero, gracias a Dios, no ha ocurrido nada irremediable.
          —No te preocupes, mamá. Todo irá bien el día de Reyes, estoy preparado para hablar con Nico. Y ahora, dedícame una sonrisa, no me ha gustado nada verte llorar.
La señora Sales sonrió y abrazó a su alto, fuerte y guapo hijo.
          —Voy a ver un momento a Elisa —manifestó Blas—. La he dejado durmiendo. Enseguida vuelvo a ayudarte a preparar la cena.
                                                                                ῳῳῳ
Elisa Rey continuaba dormida y el señor Teodoro no quiso interrumpir su descanso. Salió de su habitación y se encaminó a la habitación de Nicolás. El muchacho estaba sentado en la cama hojeando un libro de aventuras. Había doblado la almohada y apoyaba la espalda en ella. Se sobresaltó cuando vio entrar a su tutor con semblante severo. El señor Teodoro le arrebató el libro y lo dejó sobre la mesilla; seguidamente le estiró de una patilla hasta que el niño se quejó. De inmediato le soltó la patilla y el crío se la frotó. A continuación recibió un cachete.
          —¿Cuántas veces te he dicho que no quiero que subas a una moto? —increpó el señor Teodoro, con furia— ¡Contesta! ¿Cuántas veces te lo he dicho?
          —Muchas —musitó Nicolás, acobardado.
El joven obligó al chiquillo a colocarse boca abajo y le propinó una respetable tanda de palmadas en el trasero.
          —A las diez en punto bajas a cenar y no te quiero oír ni respirar —advirtió al chaval, una vez terminó de darle la azotaina—. Y procura que mi madre no se entere de que yo he estado en esta habitación.
El señor Teodoro salió del cuarto y se detuvo un momento junto a la puerta. Le pareció oír el llanto de Nicolás, estuvo a punto de entrar deseando consolarle pero no lo hizo. Y, sintiéndose fatal, bajó las escaleras para dirigirse a la cocina a ayudar su madre a preparar la cena.
                                                                            ῳῳῳ
A las diez en punto, Nicolás se presentó en el salón y se sentó en una de las cabeceras de la alargada mesa. Emilia le sirvió un plato de lentejas, lleno casi hasta el borde. Al niño no se le ocurrió protestar y comenzó a comer en silencio. La señora  puso, delante de su hijo, otro plato de lentejas ya que el joven tampoco había terminado de comer al mediodía. El señor Teodoro también comenzó a comer en silencio.
Las niñas tenían muslos de pollo asados acompañados de salsa de tomate, huevos y patatas fritas.
          —¿Dónde está Elisa? —preguntó Patricia, extrañada por la ausencia de la mujer.
          —No se encuentra muy bien, tiene un fuerte dolor de cabeza —respondió la señora Sales.
Nicolás terminó de comer las lentejas, arrepentido de no haberlas comido a mediodía. Los platos de las niñas se veían apetitosos. Cogió una manzana asada; en cuanto se la comió, Emilia le aproximó una bandeja repleta de trozos de turrones.
          —No me apetece comer turrón —murmuró el chaval.
          —Nico, no me hagas sufrir —le rogó la mujer—. No me gusta verte deprimido. Comprende que no ha estado bien lo que habéis hecho tú y Fernando. Podíais haberos hecho mucho daño o haber hecho daño a otras personas. Anda, coge un trozo de turrón, mi amor. Sé que te encanta.
El muchacho cogió un pedazo de turrón de chocolate y Emilia le dio un sonoro beso en una mejilla.
          —En cuanto recojamos la mesa pondremos una película de detectives —planeó la señora Sales—. Veremos quién de nosotros es el mejor detective. Habrá premio para quien descubra primero al asesino.
          —Creí que el niño se iba a dormir nada más terminar de cenar —intervino el señor Teodoro.
          —Pues creíste mal —contradijo Emilia de inmediato—. Y cállate, Blas, o serás tú quien se vaya a dormir nada más terminar de cenar.
Al señor Teodoro no le dio tiempo a replicar porque en aquel momento hizo  acto de presencia, Elisa. Iba vestida con un camisón y con el cabello revuelto. Unas ojeras oscuras y profundas subrayaban sus ojos. Los niños la miraron, extasiados. Nicolás notó que Natalia temblaba ligeramente y es que Elisa Rey, con un aspecto tan desaliñado, parecía una bruja. El muchacho cogió una mano de la niña para tranquilizarla.        
          —Voy a advertirte de algo, Blas Teodoro —habló la mujer con voz ronca—. Te casarás conmigo y serás el padre de mis hijos, te voy a amarrar muy bien amarrado. Si se te ocurre abandonarme, me mato, te juro que me mato. Y Nat puede correr mi misma suerte. 
Tras escuchar las palabras de Elisa, todos quedaron anonadados. El señor Teodoro se puso en pie.
          —¿Es que has perdido el juicio? —interrogó, nervioso— Están los niños presentes, ten un poco de sensatez. ¿Y es que no te queda ni una pizca de orgullo o de dignidad? 
          —¡Al diablo con los niños! —exclamó Elisa, fuera de sí—  Y no vuelvas a hablarme de orgullo o dignidad. Todo el orgullo y la dignidad de las mujeres de este condenado mundo le pertenecen a una maldita zorra que no voy a nombrar. No te daré el gusto de que escuches su nombre. ¡Y ojalá esté muerta o revolcándose con otro hombre!
El señor Teodoro, muy alterado, cogió a la mujer por un brazo y se la llevó fuera del salón.
          —Niños, voy a preparar un tazón de tila para Elisa —dijo la señora Sales, levantándose de su silla—. Haced el favor de recoger la mesa y poned la película, ¿vale? No llores, Nat. Elisa está un poco indispuesta, eso es todo.
          —¿Indispuesta? —repitió Nicolás, escandalizado— ¡Elisa está loca de remate!
          —No podéis abandonarnos y dejarme sola con Elisa, le tengo miedo —se desesperó Natalia.
          —Pero, ¿qué dices, criatura? —se compadeció la señora Sales— No vamos a abandonaros. Te lo prometo, confía en mí. Serénate, Nat.
La mujer preparó el tazón de tila mientras los niños recogían la mesa. Patricia estaba cada vez más preocupada por si se suspendía la fiesta de Noche Vieja. Bibiana se sentía angustiada, sabía que Nicolás se iría a vivir con su verdadero padre y no creía que Blas fuese a vivir con Elisa. ¿Qué iba a ser de su amiga? Tanto ella como Nicolás estaban acostumbrados a vivir bien y el futuro no se les presentaba nada halagüeño. A Nicolás lo veía más capaz de adaptarse al cambio pero no creía que Natalia lo resistiera.
Unos golpes sonaron en la puerta de la cocina. Ninguno de los adultos se encontraba allí, la señora Sales se había marchado a la habitación de Elisa a llevarle la tila.
          —No abras, Nico —pidió Natalia, asustada—. Podría tratarse de Víctor Márquez.
          —Si es Víctor Márquez le voy a arrancar la cabeza —declaró el chaval, exaltado.
El muchacho abrió la puerta, no era Víctor Márquez quien llamaba. Se trataba de su amigo Fernando.
          —¿Puedo pasar? —preguntó el chiquillo con temor.
Nicolás asintió y se hizo a un lado.
          —¿Qué te ha pasado? —indagó viendo el moretón que cubría un ojo medio cerrado del chaval.
          —Mi padre se ha cabreado muchísimo y me ha dado una terrible paliza —respondió Fernando—. Me ha pegado un puñetazo y ha debido arrancarme la piel de la espalda con la correa. No es la primera vez que lo hace. Me he escapado de casa, tengo miedo de que quiera pegarme más. ¿Crees que puedo pasar la noche aquí?

Págs. 455-461

En esta ocasión os dejo una preciosa canción de Angela Carrasco. Está en el lateral del blog.  "Si tú eres mi hombre y yo tu mujer"                                                                                      

jueves, 11 de abril de 2013

EL CLAN TEODORO-PALACIOS Capítulo 58



El pasado 21 de marzo llegó a la Estación este adorable premio. En esta ocasión fue por gentileza de Lidia  y su magnifico blog Cafés En Solitario.
Toda la información sobre el citado premio, podéis encontrarla en Premios(10), en una de las pestañas de arriba.
Gracias










CAPÍTULO 58

LA MOTO


N
icolás se negó a terminar de comer las lentejas y tampoco hubo forma de que probase la fruta. Sin embargo, nadie tuvo que insistirle para que comiese un buen pedazo de turrón de almendra.
          Eres un granuja le riñó la señora Sales. ¡Pobre de ti si Blas sale del despacho y te ve comiendo turrón habiéndote dejado las lentejas!
          Él tampoco se las ha terminado replicó el chiquillo, cogiendo otro trozo de turrón.
Emilia suspiró, resignada, y se levantó para empezar a recoger la mesa. Patricia y Bibiana se ofrecieron a ayudarla de inmediato.
          ¿Qué querrá Blas? se preguntó Natalia en voz alta.
Su primo se encogió de hombros, indiferente.
          Será mejor que vayamos dijo la niña. Y haz el favor de controlarte y no provocarle.
Los niños se acercaron a la puerta del despacho y Nicolás llamó antes de entrar.
El señor Teodoro estaba sentado, leyendo un libro, que cerró y dejó sobre la mesa en cuanto los muchachos pasaron. Observó a la pareja con seriedad.
          ¿Qué es lo que quieres? indagó Nicolás con desconfianza.
          Acércate a mí, Nat dijo el hombre, dejando perplejos a los chiquillos. Vamos, Nat, acércate. No te voy a comer.
La muchacha se aproximó sin entender qué pretendía. Nicolás miraba lo que sucedía con extremo recelo.
          Me gustaría que me arañases la cara propuso Blas a Natalia, amistosamente.
La niña pensó que se había vuelto un poco loco.
          ¡No le hagas caso, Nat! exclamó Nicolás, nervioso Voy a llamar a Emilia y le voy a decir que te dé un barril de tila añadió, dirigiéndose a su tutor.
          ¡No se te ocurra moverte! le ordenó Blas, con furia. Seguidamente cogió una mano de Natalia y pasó sus uñas, con fuerza, sobre su mejilla izquierda.
          ¿Tengo alguna marca? preguntó después.
La chiquilla negó con un movimiento de cabeza.
El señor Teodoro asintió, mordiéndose el labio inferior.
          Entonces, explícame cómo has podido hacerle esos arañazos a Nico pidió con calma.
Natalia enrojeció, violentamente, y tragó saliva sin saber qué responder.
          Porque después de arañarme se ha cortado las uñas —se inventó Nicolás con rapidez.
          ¡Ah, claro! Eso ha debido ser aceptó el señor Teodoro, empleando un tono irónico. Antes me has llamado idiota y es que, seguramente, crees que lo soy. Hace muy poco tiempo que tú y yo hicimos un trato, me prometiste no volver a mentirme… ¡Y ya me estás mintiendo de nuevo! Sé, muy bien, que esos arañazos te los ha hecho Elisa. ¡Fuera de aquí los dos! terminó por gritar, irascible.
Ambos primos salieron del despacho con mucha prisa.
El señor Teodoro se quedó a solas y miró, fijamente, la foto de Nicolás que tenía en el escritorio. Estaba preocupado, sin saber cómo solucionar aquella embarazosa situación.
                                                                                     ῳῳῳ
Nicolás y Natalia se refugiaron en el cuarto de los juegos. La niña se encontraba muy abatida.
          Blas sabe que ha sido Elisa quien te ha arañado dijo, trastornada. No sé qué va a acabar pasando, Nico.
          No va a pasar nada le aseguró el chiquillo. Le dije a Blas, bien clarito, que yo quiero vivir contigo.
                                                                                     ῳῳῳ
Cuando la cocina estuvo aseada, la señora Sales agradeció su ayuda a Patricia y a Bibiana.
          ¿Qué os parece si bajamos al pueblo? preguntó la mujer a las niñas En la parte moderna hay una tienda de ropa y tendrán algún modelito para Noche Vieja. Os compraré uno a cada una, el que vosotras elijáis.
          Es usted muy amable sonrió Bibiana. Pero, creo…
          ¡Será estupendo! exclamó Patricia, entusiasmada, sin permitir que siguiera hablando su amiga. Nat nos iba a dejar ropa, pero yo soy más alta que ella y Bibi es más bajita y más gordita. ¡Es usted un sol, Emilia!
          Avisaré a Nico, a Nat... y, a Elisa, por si quiere acompañarnosdeclaró la señora, saliendo de la estancia.
          —Nat nos dijo que Blas era el chófer de Elisa. ¡Y una mierda! prorrumpió Patricia una vez Emilia no estaba presente Apuesto lo que quieras que esta casa es tanto de Blas como de Elisa. Y Bruno no le endosa Nico a Elisa, sino a Blas. Nat no nos explicó nada bien las cosas. Nos mintió.
                                                                                   ῳῳῳ
Nicolás y Natalia aceptaron de buen agrado bajar al pueblo, era una forma de salir de casa y airearse.
La señora Sales se dirigió a la habitación de Elisa, pero el espectáculo que vio la hizo cerrar la puerta de inmediato, y correr al despacho de su hijo. Este continuaba sentado y pensativo.
          Blas, voy a ir al pueblo con los niños le dijo intentando mantenerse serena. Paddy y Bibi necesitan ropa para Noche Vieja.
          Os puedo llevar se ofreció el joven, levantándose.
          No puede ser, cariño, debes quedarte. Elisa está completamente borracha en su cuarto y va dando tumbos. Tendrás que ayudarla a ducharse y que tome café con sal. Oblígala si es necesario. No quiero que los niños la vean en ese estado.
          Esa mujer se ha vuelto loca declaró el señor Teodoro, atónito. No olvides tu móvil, mamá. Si necesitas algo, me llamas. Cuando terminéis las compras, avísame y bajaré a buscaros.
          Tranquilo, cariño, pero creo que deberías empezar a pensar en sentar la cabeza con Elisa. Ella te quiere...
          —Mamá, no estoy enamorado de Elisa.
La señora Sales resopló, impaciente.
          —¿Y quién ha hablado de amor? Blas, es hora de que bajes de las nubes y pongas los pies en el suelo. ¿No piensas casarte nunca, no vas a estar nunca con una mujer?
         —Estuve con una... 
         —¡Santo Cielo! —exclamó Emilia, espantada— Ni te atrevas a nombrar a esa mujer en mi presencia.
Pero, hijo, ¿cómo es posible que seas tan insensato?
La mirada del señor Teodoro se ensombreció por completo.
         —No te preocupes tanto, no voy a pronunciar su nombre, antes me arranco la lengua. Por ella solo siento un profundo odio, el mismo que ella siente hacia mí.
         —Pues deja de odiarla y dedícate a olvidarla.
         —Antes me olvido de como me llamo —aseguró Blas, desafiante.
         —Deberías avergonzarte de ser tan inmaduro —manifestó Emilia, exasperada—. Y céntrate en Nico, se acerca el día en que vas a tener que contarle quién es su padre y no sé si lo va a entender. Y tú pensando en esa maldita mujer que, incluso, podría estar muerta.
El señor Teodoro lanzó a su madre una mirada incendiaria.
        —No vuelvas a decir algo así, si ella estuviera muerta... yo no estaría vivo.
        —No soporto oír más disparates, Blas, no lo soporto. 

                                                                        ῳῳῳ
Poco después, la señora Sales se fue con Nicolás y las niñas hacia Luna.
Nada más llegar al pueblo se encontraron con Fernando, un amigo de Nicolás. El muchacho, rubio y de atractivos ojos azules, tenía dieciséis años. Era más bajo que Nicolás y de constitución menos fuerte. Los dos amigos se alegraron al verse.
          Me quedo con Fernando dijo Nicolás. No me apetece ver trapitos para niñas, es un aburrimiento.
          Está bien accedió Emilia. Pero no te alejes, Nico. Estate por aquí.
La mujer y las niñas se fueron hacia la tienda de ropa.
Bibiana se conformó con un vestido, abrigo y zapatos sencillos. No quería abusar.
Patricia se probó un montón de vestidos, abrigos y zapatos. Finalmente, eligió los más caros.
Había pasado hora y media cuando la señora Sales pagaba las compras de las muchachas. En aquel preciso momento, entró en el establecimiento Nicolás, con semblante fúnebre, seguido de Tobías, cuyo semblante estaba enrojecido y de gesto colérico.
          ¿Qué sucede? indagó Emilia, temiendo la respuesta. Sin duda, Nicolás debía haber hecho una trastada.
El policía le explicó que tanto Fernando como Nicolás habían cogido una Kawasaki 1200, de un tío de Fernando, y que sin ponerse casco, habían conducido la moto por las calles del pueblo, a toda velocidad, y haciendo el caballito, o sea, levantando la rueda delantera al aire, provocando el sobresalto y el pánico de muchos vecinos.
La señora Sales se acercó al niño y le dio un buen manotazo en la espalda.
          ¡No tienes conocimiento! le riñó, enfadada Sabes que tienes absolutamente prohibido subir a una moto. Espera que se lo cuente a Blas y verás lo que te pasa.
          Yo los subiré a la urbanización y hablaré con Blas     puntualizó el señor Tobías que no se fiaba de que la mujer contara nada al señor Teodoro. Sabía muy bien que la señora Sales mimaba en exceso al chaval.
          Eso no es necesario replicó Emilia, molesta, yo hablaré con mi hijo.
          De ninguna manera discrepó el policía. Blas es el tutor del chaval y es con él con quien debo hablar. Además, voy a entregarle una multa.
          ¡Y yo soy la madre de Blas! exclamó la señora Sales, indignada ¡Puedes darme la multa a mí!
                                                        ῳῳῳ
El señor Teodoro había duchado a Elisa, que casi no se mantenía en pie. Luego le preparó café con sal y estuvo con ella hasta que se quedó dormida.
Más tarde salió a buscar a Gabriela y pasearon por el camino, con Hércules correteando a su alrededor. Pronto se unieron a ellos el señor Francisco y sus dos hijos. Estaban conversando cerca de la piscina cuando vieron aparecer el coche patrulla del señor Tobías. El policía, la señora Sales y los niños descendieron del auto. Natalia había ido sentada sobre las piernas de Nicolás. El agente abrió el maletero para que las niñas cogieran sus paquetes.
Emilia se acercó a su hijo con los ojos llorosos. El señor Teodoro adoraba a su madre y se alarmó al instante.
          ¿Qué pasa, mamá? preguntó, ansioso.
          Que, por lo visto, soy un cero a la izquierda. Yo no pinto nada respondió la mujer, llorando.
          ¿Qué estás diciendo? se inquietó el joven, abrazándola Tú eres un millón de ceros a la derecha, tú lo pintas todo. ¿Qué te ocurre, mamá?
El señor Francisco escuchaba y miraba con gran curiosidad. Patricia y Bibiana se fueron hacia casa con sus compras.
          Solo espero que no se suspenda la fiesta de Noche Vieja por culpa de Nico. ¡Tenemos ropa tan elegante que ponernos ahora! dijo Patricia con temor y rabia.
Nicolás y Natalia se mantenían a prudente distancia de los adultos. El muchacho se sintió muy culpable viendo llorar a Emilia puesto, que él, también la adoraba.
          La has armado buena reprochó Natalia al chaval. Blas se va a poner como un basilisco. Y dicen que los basiliscos podían matar con la mirada.

Págs. 447-453


Hoy os dejo en el lateral del blog, una bonita canción de Camilo Sesto.

"No fue una noche cualquiera". Un beso a todos                                                                                   
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