EL CLAN TEODORO-PALACIOS

CUARTA PARTE

jueves, 31 de enero de 2013

EL CLAN TEODORO-PALACIOS Capítulo 48






El pasado martes, 15 de enero, la Estación fue obsequiada con otro premio gracias a la gentileza de Lidia y su blog 
Cafés En Solitario
Todo lo referente a este premio lo encontrarás en Menciones(3), en una de las pestañas de arriba.






CAPÍTULO 48

LLEGANDO AL ACANTILADO


T
ransitaban despacio, debían tener precaución por si encontraban alguna placa de hielo que pudiera provocar que las ruedas de los coches patinaran.
La carretera estaba muy solitaria, muy de vez en cuando se cruzaban con otro vehículo.
Nicolás permanecía callado, a través del cristal de su ventanilla veía como pasaba el oscuro paisaje. El niño se sentía desolado, todo había vuelto a salir mal. Y esta vez, no se libraban de que Blas se enterase de la verdad.
          ¿No vas a decirme nada? le preguntó su tutor, quebrando el silencio, al cabo de un rato de trayecto ¿No vas a decirme a dónde vamos y qué contiene el saco que habéis metido en el maletero de Gabriela?
El señor Teodoro conocía a donde se dirigían, pero ignoraba en un cien por cien el contenido del saco.
          No voy a decirte nada respondió Nicolás al instante. Eres un metomentodo y un cotilla. Siempre tienes que estropearlo todo.
Blas se mordió el labio inferior, luchando por no perder el control.
          Tienes suerte de que tenga que estar pendiente de la carretera y conduciendo el coche —manifestó, sereno—. De lo contrario, te ibas a tragar cada una de tus palabras. ¡Eres un insolente!  Tú espera a que lleguemos a casa y verás lo que allí te pasa, mocoso. ¡Niñato!
El chiquillo frunció el ceño, muy contrariado, y propinó una patada al asiento de su tutor. No podía soportar que lo llamara “mocoso” o “niñato”.
          Aprovéchate cuanto quieras de la situación declaró Blas sin acalorarse, ya te cogeré luego.
El señor Teodoro vio cómo a Gabriela se le fue ligeramente el coche hacia la izquierda aunque, de inmediato, la joven reaccionó y dominó el vehículo.
La pista por la que circulaban estaba muy helada.
          ¿Cómo se te ha podido ocurrir coger este coche, Nico? indagó Blas, desconcertado ¿Dónde tienes la cabeza y qué tienes en esa cabeza de chorlito?
          Sé conducir aseguró el muchacho, convencido. El padre de Miguel nos enseñó a los dos. Él decía que cuando tuviésemos la edad para sacarnos el carnet, ya seríamos unos expertos conductores. No te lo dije porque tenía miedo de que no me dejaras volver a la finca de Miguel.
Blas se quedó perplejo con aquella revelación. Nunca hubiese imaginado al señor Claudio, director de un prestigioso banco, un hombre serio y recto, enseñando a los niños a conducir.
Pasaron por Puerto Llano, las calles estaban desiertas. Muy pocas viviendas tenían las luces encendidas, la mayoría de la gente debía estar durmiendo, ya que el día siguiente era laborable.
Cuando estuvieron a unos tres kilómetros del pueblo, tomaron una carretera con dirección a la costa.
Nicolás comenzó a ponerse más nervioso, pronto llegarían a su destino. Tenía que ocurrírsele algo para salvar a Hércules.
El niño discurrió, durante un rato, hasta que tuvo una idea. Una idea que no le gustaba, que le daba miedo, pero se encontraba en un callejón sin salida y no vio otra opción.
          En el saco que hemos metido en el maletero, está el cadáver de Salvador Márquez dijo de sopetón, y muy claramente. Estela y Gabriela lo tenían escondido en el congelador del garaje.
El señor Teodoro escuchó al chiquillo sin interrumpirlo, y continuó conduciendo a pesar de haber recibido una impresión muy fuerte.
          Cavé la fosa en el pozo de las águilas porque quería enterrar el cuerpo de Salvador siguió contando Nicolás. Fui al cementerio para enterrar a Salvador con Jeremías, pero todo salió mal. Ahora, pensábamos tirar a Salvador y a su coche por el acantilado.
Cuando bajaste a Luna a recoger escombros, salí de casa. Fui a casa de Estela, Salvador estaba estrangulando a Gabriela, cogí un cuchillo y se lo clavé en el cuello. Yo lo  maté. Soy un asesino, un delincuente, puedes entregarme a la policía. No voy a poder ir al instituto de Nat, me encerrarán en un reformatorio. Lo siento, Blas, perdóname.
El señor Teodoro apretó con fuerza el volante y casi no sintió el agudo dolor que esta opresión produjo a sus manos. Sus negros ojos se llenaron de lágrimas y tragó saliva con verdadera dificultad. Un temblor recorrió sus brazos.
          Tú no eres ningún asesino, Nico afirmó con voz ronca. Salvaste la vida a Gabriela y, por supuesto, no voy a entregarte a nadie. No se te ocurra volver a repetir que eres un asesino. Toda la culpa es mía, he estado ciego y sordo.
El señor Teodoro recordó la fosa en el pozo de las águilas, la caja de zapatos y la carta. Ahora entendía muchas cosas e interiormente se llamaba torpe y estúpido.
          ¿Y qué vas a hacer? preguntó el chiquillo, compadeciéndose  de su tutor, porque percibía el gran disgusto que le estaba causando. Se sentía avergonzado, pero no veía otra salida. Tenía que salvar a Hércules.
          Arrojaré a Salvador Márquez y a su coche por el acantilado respondió Blas. ¿Qué otra cosa puedo hacer? No me has dejado muchas alternativas. Nada de esto hubiese ocurrido si me hubieses contado la verdad cuando ese hombre te golpeó con la cadena. ¿Cómo te hago entender que no me mientas, que no me ocultes nada, que si tienes algún problema acudas a mí?
          No quería meterte en este lio se excusó Nicolás. Estela, Gabriela y yo podríamos haberlo solucionado sin que tú intervinieras.
          Esta noche no hubieras llegado al acantilado, Nico     le aseguró su tutor. Te hubieras salido de la carretera, podrías haberte matado. Tú, Estela y Gabriela habéis obrado sin juicio y sin sentido común.
                                                       ῳῳῳ
          Nico lo está haciendo muy bien comentó Gabriela, esperanzada. Falta poco para que lleguemos.
          Sí, falta poco asintió Estela. Y, desde luego, Nico lo está haciendo muy bien. Demasiado bien.
          ¿Qué quieres decir? indagó su hija, notando un tono misterioso en las palabras de su madre.
La señora Miranda no contestó, y siguió observando al seat Ibiza desde el espejo retrovisor exterior que tenía a su derecha.
                                                        ῳῳῳ
La señora Emilia Sales se despertó, sobresaltada, al recibir unos zarandeos bruscos por parte de Elisa Rey.
          ¿Qué sucede? preguntó la madre de Blas, alarmada.
          Ni Nico, ni Blas están en casa respondió la joven con nerviosismo. He subido a ver al niño y no estaba en su cama, quería hablar con él para arreglar las cosas. He bajado a ver a Blas y tampoco está. Esto no es normal.
La señora Sales se levantó lentamente.
          ¡Ay, Dios mío! exclamó, preocupada Blas ha quitado la cerradura a la puerta de Nico y los barrotes de su ventana. Solo falta que el crío, como agradecimiento, le haya dado por salir esta noche. Se va a ganar una buena azotaina.
          Es lo menos que se merece opinó Elisa, alterada. Y no sé si va a dar buen resultado que Blas saque al chiquillo del internado. Tal vez, lo mejor fuera que el niño continuase allí. Blas igualmente podría ser el nuevo director del instituto en Aránzazu, y Nico podría continuar estudiando en el internado de Markalo.
Emilia miró a Elisa con una mezcla de asombro y de desconfianza.
          Te aconsejo una cosa y te la aconsejo porque te aprecio dijo fríamente, no se te ocurra decirle a Blas lo que acabas de decirme a mí.
                                                         ῳῳῳ
El señor Teodoro leyó el cartel que había en una orilla de la carretera. “Acantilado a 5 km. Zona peligrosa”.
Nicolás también leyó el cartel y comprendió que estaban llegando. Árboles, hierbas y matorrales iban quedándose atrás. Empezaron a adentrarse en un camino que desembocaba en un terreno de tierra y piedras.
Siguieron adelante hasta que leyeron otra indicación. “Acantilado. Zona muy peligrosa”.
Y, desde luego, no era discutible que el lugar era peligroso. El horizonte del suelo era una línea que se recortaba abruptamente. Por debajo de la misma se extendía una pendiente vertical de unos seiscientos metros de longitud. Al fondo, las olas, gigantescas y embravecidas, chocaban contra las paredes rocosas.
Gabriela detuvo su coche a escasos metros del nacimiento del precipicio. Blas apagó el motor del auto de Salvador. Las mujeres bajaron del Opel Corsa. Nicolás y su tutor bajaron del seat Ibiza. Las luces de los faros de ambos coches continuaban encendidas.
Gabriela no pudo ocultar su estupor en cuanto vio a Blas. No sucedió lo mismo con Estela que, desde hacía bastante rato, tenía la certeza de que no era Nicolás quien conducía el coche de su exyerno.
El silencio fue mortal durante breves instantes; el aire, helado y húmedo, lamía los rostros de los adultos y el niño.
          Bienvenido a la fiesta, Blas la señora Miranda fue la primera que habló, a una fiesta que no has sido invitado.
          Esta fiesta nunca se hubiera realizado, Estela manifestó el joven—. Nico no hubiera podido traer el coche hasta aquí. Se hubiese salido de la carretera, ¿en qué estaba pensando? ¡Se ha vuelto loca, Estela, y tú también, Gabriela!
          ¡Yo sí que hubiera llegado hasta aquí y hasta más lejos! intervino Nicolás ¡Sé conducir!
El señor Teodoro dio un rápido cachete al chiquillo.
         —Mantente callado, Nico le advirtió, crispado. Seguidamente volvió a mirar a las mujeres. Les agradezco que hayan intentado proteger a Nico, pero han debido contar conmigo. Soy el más interesado en resguardar al niño.
          No entiendo lo que dices, Blas murmuró Gabriela, confusa.
          Ya le he contado toda la verdad intervino de nuevo Nicolás, presuroso. Ya sabe que llevamos el cadáver de Salvador y que yo lo maté, clavándole un cuchillo en el cuello, cuando estaba estrangulándote.
Gabriela miró el rostro vehemente del muchacho y, posteriormente, vio el dolor que se reflejaba en la cara del señor Teodoro. La mujer se vino abajo y negó varias veces, moviendo la cabeza de un lado a otro.
          No, Nico declaró con firmeza. No voy a consentir esto. Blas no se merece lo que estamos haciéndole. ¡Tú no has matado absolutamente a nadie! ¡Ya está bien! Hace tiempo que debimos confiarle la verdad, pero la verdad y solo la verdad.

Págs. 367-373
Hoy, con vuestro permiso, voy a dedicarle este capítulo a una persona que admiro, respeto y quiero.
Este capítulo es para ti FG y para tu magnifico blog El Mundo Que Habito donde tengo la suerte de deleitarme con tus relatos que tantas veces me sorprenden, me hacen reír, me asustan, me emocionan... porque tú eres imprevisible, FG.
También quiero mencionar tus otros blogs que tengo el gusto de conocer y disfrutar.
Haikus Y Senyrus,                   Acrósticos,                Mis Poemas.


También quiero agradecer a My Favorites Things que el pasado domingo, 27 de enero, me hiciera el honor de hacer mención de esta Estación y de "El Clan Teodoro-Palacios" en una entrada de su estupendo blog.
¡¡Muchísimas gracias, Silvia!! 

jueves, 24 de enero de 2013

EL CLAN TEODORO-PALACIOS Capítulo 47





Un blog al que tengo el placer de visitar a diario
Entre Montones De Libros sortea una trepidante novela "El guardián invisible".
Pásate por el blog para conocer de qué va el libro y los requisitos para participar. Hay tiempo hasta el 2 de febrero.
¡¡Puede tocarte!!






CAPÍTULO 47

CAMBIO DE CONDUCTOR


P
ara cenar, trozos de suculento pollo asado y rodajas de patatas bañadas con ajoaceite y pimentón aguardaban sobre la mesa.
Nicolás tenía un apetito voraz porque, a pesar de haber merendado, no había comido. El chiquillo estaba hambriento y devoraba la carne y las patatas.
          Nico, come más despacio o te va a sentar mal le dijo la señora Sales, bastante sorprendida, recordando que a la hora de la merienda, también se había mostrado muy tragón. ¿Qué habría comido en casa de Estela?
Desde el pueblo llegaba el sonido melódico de los cantos de típicos villancicos navideños.
En contraste con Nicolás, Blas casi no probaba bocado y, de vez en cuando, miraba al niño con cara de muy pocos amigos. Por suerte, únicamente Bibiana se daba cuenta de estas miradas.
          Nico, ¿no has merendado esta tarde? preguntó Elisa, intentando ser amable e ir limando asperezas.
          ¡No quiero hablar contigo! respondió el chiquillo, resentido ¡Déjame en paz!
Emilia, que estaba sentada al lado del muchacho le dio un manotazo en un brazo.
          No contestes de esa forma le advirtió, disgustada.
          —No pasa nada. Está claro que mi sobrino sigue enfadado conmigo.
          Ha merendado unas galletas y un tazón de leche  explicó Emilia. Pero, desde luego, Nico está muerto de hambre esta noche.
Bibiana se fijaba en Blas, el joven no comía casi nada y parecía estar ausente, muy lejos del salón.
La niña razonó que debía estar barruntando sobre lo que habían hablado y en lo que le esperaba aquella noche. ¿Cómo reaccionaría cuando se enterase de la verdad?
Nicolás terminó de cenar, dijo que estaba cansado, que tenía sueño. Blas le dio permiso para acostarse. El niño besó a Emilia, a Natalia y a Bibiana, esquivó a Elisa y a Patricia, y se marchó del salón.
Los villancicos, procedentes del pueblo, se seguían escuchando.
El señor Teodoro consultó su reloj, eran las diez y media.
          Yo también me voy a acostar anunció, tengo sueño y estoy cansado.
          Y casi no has cenado nada declaró su madre, ¿no estarás resfriado?
Blas no contestó, deseó buenas noches a todas las presentes y, después de mirar a Bibiana, abandonó la estancia.
La niña sabía muy bien que lo último que iba a hacer el hombre era acostarse y dormir.
Elisa se sentía muy molesta e incómoda. Blas había pasado el día sin dirigirle la palabra, primero dedicado a trabajar en la habitación de Nicolás y, posteriormente,  encerrado en el despacho con el niño.
Con el chiquillo tampoco habían mejorado las cosas. La mujer decidió hablar con su sobrina y le pidió que la acompañara al despacho de Blas. Natalia la siguió, con cierto recelo, ya que recordaba el comportamiento extraño de su tía, la pasada noche.
Elisa Rey miró muy seriamente a la muchacha cuando estuvieron a solas.
          Haz el favor de hablar con Nico y decirle que cambie de actitud exigió a la niña, empleando un tono agrio. Si se sigue comportando mal conmigo, Blas no va a querer que vivamos juntos. Y si eso sucede, tal vez yo decida que no vayas al mismo instituto que Nico. Incluso podría decidir que nos fuéramos a vivir a Markalo.
Natalia intuyó que había una amenaza explícita en las palabras de su tía.
          No entiendo qué te pasa murmuró la niña, desconcertada. Pareces otra persona, no te conozco.
          A veces las personas vivimos juntas toda nuestra vida sin conocernos manifestó Elisa, abriendo la puerta del despacho y dejando sola a la chiquilla.
Natalia salió de inmediato sintiéndose desmoralizada. Bibiana no estaba en el salón y Patricia ayudaba a Emilia a recoger la mesa.
Había planeado hacerse amiga de la madre de Blas, si se ganaba su simpatía tal vez tuviera asegurada la entrada en su casa, una vez se instalaran en Aránzazu.
          Tú, ¿también te vas a acostar? preguntó la señora Sales a Natalia.
La muchacha asintió, entristecida.
          ¡Vaya! Todo el mundo tiene sueño esta noche.
          —Yo no tengo sueño declaró Patricia. Luego, si quiere, podemos ver la tele juntas.
          De acuerdo aceptó Emilia.
Natalia subió a la habitación de su primo, Bibiana estaba con él.
          ¿Qué te pasa, Nat? interrogó Nicolás, viendo el semblante mohíno de la niña No te preocupes por nada, todo va a salir bien.
Natalia se arrojó a los brazos del chico y se abrazó muy fuerte a él.
          Ten mucho cuidado, Nico le recomendó, asustada y pesimista. Si te pasara algo, me moriría.
          Te digo que todo va a salir bien le aseguró el chaval. No tienes por qué preocuparte, sé lo que hago, sé conducir.
Natalia pensó que sería más prudente contarle lo que le había dicho Elisa en otro momento. No convenía que Nicolás se pusiera nervioso, tenía que tener sus cinco sentidos muy puestos en lo que iba a hacer aquella noche.
Bibiana estaba más serena puesto que estaba segura de que Blas no iba a consentir que Nicolás cogiera el coche. Le hubiese gustado contárselo a su amiga para tranquilizarla, pero no confiaba en que esta no la delatara.
En cuanto oyeron que Patricia subía las escaleras y entraba en la habitación contigua, las niñas se despidieron de Nicolás deseándole toda la suerte del mundo.
          Me gustaría ir contigo suspiró Natalia.
          No puede ser dijo el chaval. Paddy no debe sospechar nada.
Faltaban cinco minutos para que el reloj del campanario diese la una de la madrugada cuando Nicolás salió de la villa.
La noche se presentaba fría y pacífica. Los villancicos, cantados por voces angelicales, habían dejado de sonar; en el cielo se veía alguna que otra estrella solitaria y la luna estaba desaparecida.
El muchacho se dirigió, con pasos rápidos y silenciosos, a casa de Estela. La mujer y su hija lo esperaban en la puerta del garaje. A Hércules lo habían dejado durmiendo en la habitación de Gabriela por miedo a que ladrase.
Nicolás vio que toda la comida congelada estaba sobre el suelo; Estela se quedó vigilando mientras que el niño y Gabriela fueron hasta el congelador y lo abrieron. Allí permanecía el saco de lona, azul oscuro.
Nicolás lo agarró con ambas manos y, con ayuda de Gabriela, lo alzó hasta cargárselo a la espalda.
          “Desde luego, pesa como un muerto”, pensó el muchacho, agradeciendo haberse puesto una cazadora bastante gruesa, que mantenía su cuerpo más separado del frío saco.
Estela abandonó la vigilancia, se dispuso a recoger los productos congelados y los introdujo en la nevera; Nicolás y Gabriela  transportaron el cadáver hasta el maletero del coche de la joven.
          ¿Te sientes preparado, Nico? preguntó Gabriela, muy preocupada ¿Estás seguro de poder hacerlo? Tengo miedo de que tengas un accidente. ¡Ay, Nico! Estoy asustada. Ve muy despacio y siempre detrás de mí.
Estela se reunió con ellos y escuchó la recomendación de su hija.
          No va a pasarme nada, ¿vale? dijo el chiquillo, optimista. Ya os he demostrado que sé conducir. ¡Vámonos!
Madre e hija se miraron, angustiadas, y seguidamente subieron al Opel Corsa verde de Gabriela.
Nicolás se subió al coche de Salvador Márquez.
Alguien observaba la escena, muy próximo a ellos, amparado por la noche y resguardado tras el tronco de un pino. Alguien que no daba crédito a lo que estaba viendo y que no comprendía absolutamente nada.
Blas Teodoro había salido de villa de Luna bastante antes que Nicolás y esperó allí, escondido, muy cerca de la casa de Estela, la llegada del niño.
Desde su posición, había visto lo ocurrido y sentía que sus nervios estaban a punto de estallar.
          “Estela y Gabriela están completamente locas”, sentenció el señor Teodoro. “Y Nico es un irresponsable y un atolondrado de los pies a la cabeza” “¿Qué cabeza? ¡Este niño no tiene cabeza!”.
Los dos coches se pusieron en marcha. Blas salió de su escondite y siguió a los vehículos, procurando en todo momento no ser visto. Corría encogido cada vez que lo creía necesario. Se guarecía con la vegetación y se refugiaba en la oscuridad, su gran aliada.
Estela y Gabriela estaban muy atentas a que Nicolás las siguiera sin problemas y el chiquillo estaba muy atento en seguir al coche que tenía delante. Nadie pensaba en Blas, y circulaban despacio.
El señor Teodoro no desaprovechó la primera oportunidad que tuvo para asaltar el coche que conducía Nicolás. Abrió la puerta del vehículo sobresaltando de manera extraordinaria a su jovencísimo conductor, a quien, del susto, se le caló el motor. Blas puso el freno de mano, sacó del coche al niño y lo empujó a la parte trasera del mismo.
          Ponte el cinturón y no te muevas le ordenó, dándole un generoso cachete.
Rápidamente se subió a la parte delantera, desplazó un poco el asiento hacia tras y puso el motor en marcha.
El Opel Corsa de Gabriela había desaparecido en una curva, pero no podía perder mucho tiempo más o las mujeres podrían sospechar que algo iba mal. Confiaba en que no se dieran cuenta del cambio de conductor, intentaría mantener una distancia adecuada.
Blas estaba de suerte porque, tanto Gabriela como Estela, se fijaban en el coche y no en quien lo manejaba. Por otra parte, tampoco se distinguía apenas quién iba en el interior del vehículo. También jugaba a favor de Blas, que el niño y él se parecían muchísimo, siendo su única diferencia que el adulto era más alto y más corpulento.
Nicolás se frotaba la cabeza, justo en el punto donde le había golpeado su tutor. Se preguntaba de dónde y cómo había salido Blas.
          “Ha tenido que seguirme cuando salí de casa”, meditó el crío. “Le ha debido parecer raro que me quisiera ir a la cama nada más terminar de cenar. Ahora sí que estamos perdidos. No puedo avisar a Estela ni a Gabriela. ¿Habrá visto cómo hemos metido el saco en el maletero? ¡Claro que lo ha debido ver! ¡Madre mía, se va a enterar de todo! Está muy callado, debe estar hecho una fiera”.
Nicolás vio, impotente y desesperado, cómo dejaban el camino de la urbanización y se incorporaban a la carretera.

Págs. 359-365
Quería comentaros que ayer tuve el honor de que Susana Deseo Libros me incluyera en su sección de Nuevos Autores. Os lo digo por si queréis pasar a verlo. Un beso.

jueves, 17 de enero de 2013

EL CLAN TEODORO-PALACIOS Capítulo 46








A la estación ha llegado un nuevo premio gracias a la gentileza de Susana Deseo Libros.   
Todo lo relacionado con el premio, lo encontraréis en Menciones(2), en una de las pestañas de arriba.






CAPÍTULO 46

BIBIANA HABLA CON BLAS


A
 las dos de la tarde, Natalia y Bibiana se marcharon a villa de Luna. Nicolás se quedó en casa de Estela, alegando que Emilia le había dado permiso para comer allí.
Al muchacho no le hacía ninguna gracia ir a la pista de tenis con el coche de Salvador, para demostrar a la señora Miranda y a su hija que sabía conducir. Pero Estela se había mostrado inflexible al respecto y el crío tuvo que ceder.
          Iremos a la hora de comer decidió Estela. Es menos probable que alguien nos vea y, si nos ven, no pasa nada. Nos excusaremos diciendo que estábamos probando el coche porque a Gabriela le ha parecido que algo no funcionaba bien.

Cuando Natalia y Bibiana entraron en el salón de villa de Luna, la mesa ya estaba puesta.
          Os estábamos esperando para comer dijo Blas, ¿dónde está Nico?
          Se ha quedado en casa de Estela respondió Natalia. Tu madre le ha dado permiso para comer allí.
El señor Teodoro miró el plato, vaso y cubiertos que estaban colocados en el sitio de Nicolás. Luego, miró a Emilia.
          ¡Vaya, es cierto! ¡Qué cabeza la mía! exclamó la señora Sales, no queriendo que el niño tuviese problemas con su hijo Se me había olvidado.
La mujer pensó que ya cogería por su cuenta a ese muchachito rebelde y le diría cuatro cositas.
La comida consistía en un exquisito arroz al horno.
Sandra y Patricia charlaban amistosamente, comenzaban a entenderse y a hacerse amigas.
Todos los demás comían en silencio. Natalia y Bibiana estaban nerviosas y preocupadas. Blas y Elisa seguían enfadados. La señora Sales pensaba en Nicolás.
Casi estaban terminando de comer cuando sonó el móvil de Blas. Era el señor Francisco.
          ¡No te lo vas a creer! chilló el hombre, frenético ¡Estoy apuntando con mi escopeta a Salvador Márquez! ¡Está en la pista de tenis! ¡Debe estar loco o borracho! ¡Ven enseguida!
Blas se levantó de la silla como un resorte.
          ¡No salgáis de casa! exclamó y salió del salón a toda velocidad.
Emilia y Elisa se miraron, alarmadas. Natalia y Bibiana supusieron que alguien habría visto a Nicolás con el coche del señor Márquez. Y sin duda, ese alguien debía ser el señor Francisco o sus hijos.
Sandra y Patricia siguieron comiendo tranquilamente, el arroz estaba demasiado bueno.
El señor Teodoro tardó muy poco tiempo en llegar donde se encontraba su vecino. Francisco Torres observaba la pista de tenis desde la acera de arriba, apoyado en una valla. La posición del señor Torres únicamente permitía ver el techo del coche rojo. Blas se quedó atónito cuando vio el seat Ibiza, maniobrando, abajo en la pista.
Descendió la cuesta y entró por la puerta abierta.
Inmediatamente gritó al señor Francisco que bajara el arma y dejara de apuntar al coche. Acababa de descubrir que el conductor del vehículo era Nicolás.
El chiquillo siguió dirigiendo el volante y cambiando marchas hasta que vio a su tutor. Sufrió tal impresión que el motor se le caló. Estela y Gabriela advirtieron la presencia del señor Teodoro.
          Lo has hecho muy bien, Nico le felicitó Estela. Esta noche saldremos a la una. Intenta no perder la calma, no va a pasar nada. 
Seguidamente bajó del coche y saludó a Blas. Gabriela también bajó y también saludó al joven.
Nicolás salió del auto, con semblante contrito, y no saludó a su tutor.
          ¡Mira a quién tenemos aquí! —exclamó el señor Francisco, entrando por la puerta de la pista de tenis ¿Qué te parece, Blas? El muchacho conduciendo el coche de Salvador y estas mujeres alocadas, consintiéndolo.
El señor Teodoro todavía no salía de su asombro y de su desengaño. Esperaba haber encontrado al exmarido de Gabriela, de ningún modo al niño y a las dos mujeres.
          ¿Alguien me puede explicar esto? preguntó, intentando aparentar serenidad.
          Me pareció que el coche no iba muy bien —contestó Gabriela, sonriendo con timidez. Lo he traído hasta aquí. No hay problema, yo estaba equivocada. Nico me pidió que le enseñara a manejarlo un poco. Lo ha hecho de maravilla. No creí que eso te pudiera molestar, Blas.
El señor Teodoro dejó de mirar la azorada cara de la pelirroja y miró a Nicolás.
          ¿Has comido? le preguntó en tono severo.
El muchacho asintió y estaba mintiendo.
          Te he dicho hace un rato que después de comer te curaría la espalda dijo Blas, enfadado. Que sea la última vez que le pides permiso a mi madre para nada estando yo en casa. Esta misma noche te he dicho que únicamente podías ir a casa de Estela. A ningún otro sitio. Explícame qué haces aquí.
El chiquillo guardó silencio mirando el suelo, fijamente.
Blas castigó a Nicolás para el resto del día. Se lo llevó consigo a villa de Luna y, después de examinarle la espalda, lo hizo entrar en su despacho y le puso diez complicados ejercicios de matemáticas.
Bibiana y Natalia fueron a ver a Estela y a Gabriela y se enteraron de que las mujeres estaban satisfechas con la demostración de Nicolás.
          Esta madrugada, a la una, nos iremos hacia el acantilado declaró Estela. Y espero que Dios nos ayude y proteja.
          ¿Por qué se llama Encantado? se interesó Bibiana.
          Hay gente que cuenta haber visto hadas, otros dicen que son brujas contestó Gabriela. Leyendas, habladurías… No creo que haya nada de cierto.
Bibiana sintió que un escalofrío le recorría la espalda.
A las ocho de la tarde, las niñas regresaron a villa de Lunano vieron a Blas ni a Nicolás.
          Seguro que están en el despacho manifestó Natalia. Voy a distraerme viendo la tele. No quiero pensar en nada, si pienso que Nico va a conducir esta noche el coche de Salvador me volveré loca. Tengo miedo Bibi, si le pasa algo a Nico querré morirme.
Bibiana estaba muy preocupada por Nicolás y, de ninguna manera, creía poder entretenerse viendo la tele. A juzgar de la niña, Estela y Gabriela se habían vuelto locas porque estaban desesperadas. Nicolás iba a coger el coche de Salvador Márquez por la noche y, de noche, la visibilidad era significativamente menor. Por otra parte había otro problema a tener en cuenta, debido al frío que hacía la carretera podía presentar hielo.
          “Esto es una locura y no va a salir bien”, pensó con angustia.
Subió a la habitación y, poco después, volvió a bajar. Llamó a la puerta del despacho de Blas y asomó la cabeza, pidiendo permiso para entrar.
El señor Teodoro y Nicolás estaban escribiendo. Bibiana se aproximó a la mesa y entregó una libreta al hombre.
          Quería que hicieras el favor de mirar si estos problemas están bien dijo la niña, sintiendo que  su corazón palpitaba con fuerza.
Nicolás estaba absorto haciendo operaciones con fracciones y ecuaciones, en ningún momento apartó la vista de su folio. Por tanto, no pudo ver el asombro que se reflejó en el rostro de su tutor mientras leía lo que había escrito en una hoja del cuaderno, la rubia muchacha de bellos ojos verdes.
En la citada hoja ponía lo siguiente:
          “blas, por favor, sube a mi habitación
     Dentro de cinco minutos.
     No dejes que nico sospeche nada.
     Necesito hablar contigo.
     Es urgente.
El señor Teodoro devolvió la libreta a la niña.
          Están bien hechos los problemas declaró asintiendo.
Bibiana salió del despacho, reconfortada, y Blas esperó a que transcurrieran cinco minutos. Pasado ese tiempo, se levantó de su silla.
          No te muevas de aquí hasta que yo te avise para cenar le dijo a Nicolás, con firmeza.
El joven abandonó la sala y el chiquillo lanzó el bolígrafo contra el suelo, hecho una furia. Estaba agotado y más que harto de hacer ejercicios. Bostezó, cansado,  deseando que la cena estuviera lista pronto.
El señor Teodoro subió a la habitación que compartían Natalia, Bibiana y Patricia. Allí le aguardaba Bibiana, sentada sobre una de las camas. Parecía muy nerviosa y muy cercana del llanto.
          ¿Qué te sucede, Bibi? preguntó Blas, extrañado.
          Tú no te pareces en nada a mi padrastro —dijo la niña mirando con ansiedad los ojos negros del joven. Él me habla y me trata muy mal. Me insulta, me humilla y me pega. Ha llegado a pegarme con su cinturón. Mi madre no me defiende, a ella no le importa lo que me pasa. Tiene tres hijos más de él y pasa de mí.
          Hablaré con tu padrastro y con tu madre en cuanto regresemos a Aránzazu le aseguró Blas. No volverán a maltratarte.
               —No es eso lo que quería pedirte manifestó Bibiana, intentando reunir el valor suficiente para proseguir hablando. Quería hablarte de Nico, me he dado cuenta de que lo quieres muchísimo. Blas, ayúdale. Nico necesita de tu ayuda, está en peligro.
              Pero, ¿qué estás diciendo? se sobresaltó el señor Teodoro No entiendo nada.
          Tienes que ayudar a Nico, a Estela y a Gabriela reveló la muchacha; están desesperados. Nico va a coger el coche de Salvador Márquez esta noche, a la una. Quiere llevar el coche al acantilado Encantado. No le impidas salir, Blas, pero tienes que ser tú quien lleve el coche. Nico no tiene experiencia como conductor, puede tener un accidente.
          —Pero, ¿cómo que Nico va a coger el coche de Salvador? ¡Qué barbaridades dices! Sigo sin entender…
          No puedo explicarte nada más le interrumpió la chiquilla. Esta noche, cuando llegues al acantilado, lo entenderás todo. Ayuda a Estela, a Gabriela y a Nico. Te lo ruego, Blas, ayúdales.
El señor Teodoro asintió, con el semblante descompuesto por la zozobra en que se hallaba. ¿Qué clase de locura descabellada era aquella de que Nicolás condujera el coche de Salvador hasta el acantilado? ¿Por qué estaban desesperados? ¿Por qué necesitaban ayuda?
Sin duda, el canalla de Salvador Márquez tenía que ser el culpable de semejante caos. De algún modo debía estar chantajeando o amenazando a Estela y a Gabriela. Y las habría citado en el acantilado porque, probablemente, quería recuperar su automóvil.
Pues aquella noche le esperaba una desagradable sorpresa al señor Márquez.

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