EL CLAN TEODORO-PALACIOS

CUARTA PARTE

jueves, 25 de octubre de 2012

EL CLAN TEODORO-PALACIOS CAPÍTULO 18













CAPÍTULO 18

TRES ASPIRINAS


N
o había nadie en la cocina, Nicolás abrió un cajón donde sabía que se guardaban medicamentos. Tenía totalmente prohibido coger ningún fármaco por su cuenta, pero la espalda le dolía mucho. Estaba desesperado, necesitaba tomar algún tipo de calmante. Rebuscó entre las cajas; lo que más conocía eran las aspirinas. Cogió tres, efervescentes. Las metió en un vaso de agua y cuando dejaron de burbujear, bebió el líquido.
No pensó en volver a cerrar el cajón, enjuagar el vaso y tirar los envoltorios de las tabletas. Estaba aturdido y tenía prisa. Fue al salón en busca de la señora Emilia, no se hallaba allí. Se dirigió a su habitación, la luz que penetraba del salón le guió hasta la cama donde reposaba la mujer.
          —Emilia —llamó el niño, procurando controlar el tono de su voz.
La madre del señor Teodoro se despertó.
          —¿Qué pasa, cariño? —preguntó, un poco alarmada—. ¿Me he dormido? ¿Son más de las seis?
          —No —contestó el chiquillo—. ¿A qué hora estará preparada la cena?
          —Sobre las nueve.
         —Tengo algo de sueño y estoy cansado —dijo el muchacho—. He jugado mucho. Quería pedirte permiso para quedarme en mi habitación. Me pondré el despertador y bajaré a las nueve.
          —Está bien, tesoro, vete a descansar —concedió la mujer sin sospechar nada—. Ya se lo diré a Blas.
El chiquillo salió de la habitación, miró su reloj. Eran las seis menos cinco. Apoyándose en el pasamanos, intentó subir las escaleras con rapidez. Llegó a la primera planta; el corazón le latía con fuerza, temía que en aquel momento saliera Blas. No salió. Llegó a la segunda planta y, por fin, entró en su habitación. Cerró la puerta. Con sumo cuidado se quitó la camiseta. Estaba mojada, y también manchada de tierra y sangre.
Se agachó, manteniendo la espalda recta, y tiró la camiseta debajo de la cama. Luego caviló que lo más conveniente sería lavarla. Tuvo que agacharse más e inclinar la espalda para alcanzar la prenda. Sintió un dolor terrible. Se levantó, notando que se mareaba. Tambaleándose, cogió un pijama y se encerró en el cuarto de baño. Se puso de espaldas al espejo y volvió la cabeza, queriendo ver su dorso. Descubrió numerosos círculos ovalados, más oscuros por el borde y enrojecidos por el centro. Parecía como si los eslabones de la cadena hubiesen sido tatuados en su espalda. También advirtió adarmes de sangre en algunas zonas rojizas. Pensó en el botiquín, pero no podía ir a buscarlo. Estaba en el cuarto de baño de la planta baja, entre el salón y la cocina. Era imposible bajar, todos debían estar levantados ya. Tuvo ganas de vomitar.

El señor Teodoro fue el primero que entró en la cocina; de inmediato vio el cajón de las medicinas, abierto, y las cajas revueltas. Extrañado, comenzó a ordenarlas. Enseguida reparó en las tres envolturas de las aspirinas y el vaso con residuos de éstas. El hombre se quedó pensativo y, en aquel momento, llegaron las niñas.
          —¿Qué tal por el pueblo? —les preguntó.
          —Muy bien —respondió Natalia, contenta—. ¿Y Nico? —interrogó a continuación.
          —¿No está en la terraza? —se sorprendió el señor Teodoro.
          —No, no está en la terraza —respondió la señora Emilia que entraba a la cocina en ese instante—. Está en su habitación. Ha estado mucho rato jugando y necesita dormir un poco.
          —Vamos a verlo —decidió Natalia y sus amigas la siguieron.
          —Mejor sería que lo dejarais dormir —dijo la señora Emilia, pero las niñas no hicieron caso.
          —Mamá, ¿te has tomado alguna aspirina? —indagó el señor Teodoro.
          —No, cariño —contestó la mujer—. ¿A qué no sabes lo que me ha dicho Nico esta tarde?
          —Si no me lo dices, no lo voy a saber —manifestó el joven.
          —Me ha dicho —empezó a contar la mujer, bajando la voz a un tono confidencial—, que sí que le gustaría que tú fueses su padre. Cuando comíamos le ha dado vergüenza reconocerlo delante de ti. El niño piensa que si tú fueras su padre, lo querrías y lo castigarías menos.
          —¿Eso te ha dicho? —sonrió el señor Teodoro meneando la cabeza.
Elisa llegó poco después y el señor Teodoro le preguntó si había tomado alguna aspirina. La respuesta fue negativa.
          —¡Qué manía te ha dado por las aspirinas! —exclamó la señora Emilia, mosqueada— ¡Vamos a ponernos a trabajar, hay mucho que preparar!
          —Mamá, alguien se ha tomado tres aspirinas —explicó el señor Teodoro, mostrándole los envases de las mismas. Seguidamente, los tiró al cubo de la basura —. Si no hemos sido nosotros, han tenido que ser los niños. Espero que no haya sido Nico, le tengo dicho que no quiero que se tome nada sin decírmelo.
          —Bueno, si faltan tres aspirinas, habrán sido las niñas —dedujo su madre.
          —¿A las tres, a la vez, les ha dolido la cabeza? —se extrañó Elisa.
 Natalia regresó, hecha una furia. Patricia y Bibiana se habían quedado en el salón.
          —¡Nico es un imbécil! —chilló, enfadada—. Está en el cuarto de baño, nos ha gritado que le dejemos en paz, que somos unas pesadas y que no tiene ganas de vernos. Que le duele la cabeza y que nos vayamos a coleccionar zurullos…
          —¿Te ha dicho que le dolía la cabeza? —indagó el señor Teodoro, vehemente, interrumpiendo la perorata de Natalia.
La muchacha asintió.
          —¿Tú o tus amigas os habéis tomado alguna aspirina? —volvió a preguntar, aunque imaginaba la respuesta.
La niña, bastante perpleja, respondió negativamente. No comprendía la reacción del señor Teodoro. El hombre abandonó la estancia apresuradamente.
          —¡Ya está! —exclamó la señora Emilia, abatida—. ¡Ya va mi hijo hecho un basilisco! Al pobre Nico, si le dolía la cabeza, le va a doler mucho más.
          —Emilia, comprende que no está bien que se haya tomado tres aspirinas. Con una, era más que suficiente —dijo Elisa, defendiendo el enojo del señor Teodoro.
Natalia se marchó de la cocina y se reunió con sus amigas en el salón, pensando que calladita estaba más guapa. A buen seguro, había puesto en serios aprietos a su primo. Narró a Patricia y a Bibiana lo sucedido.
El señor Teodoro subió los peldaños de las escaleras de cuatro en cuatro. Entró en la habitación de Nicolás como un ciclón; el niño no estaba en la cama. Fue al cuarto de baño y abrió la puerta con brusquedad. El chiquillo, vestido con un pijama, estaba terminando de enjuagar la camiseta que había lavado con gel.  Levantó la cabeza y vio, reflejada en el espejo, la imagen de su tutor. La expresión de su cara no indicaba que estuviera de muy buen humor.
          —¿Qué estás haciendo? —le preguntó con rudeza.
El muchacho tragó saliva, asustado.
          —Nada —contestó.
El señor Teodoro le quitó la camiseta recién lavada, y la estrujó con una mano hasta dejarla sin una gota de agua. 
     —¿Y esto qué es? —preguntó, de nuevo, colocando la camiseta a la altura del  rostro de Nicolás.                                                                                                     
El crío tragó saliva otra vez.                                                                                                         
         —Se me ha ensuciado mucho, la he lavado para que nadie me riña —se inventó.
El señor Teodoro arrojó la camiseta al lavabo y ordenó al niño secarse las manos y salir del cuarto de baño. Nicolás obedeció sin entender qué sucedía. ¿Acaso el hombre salvaje había ido a hablar con Blas y le había contado toda clase de mentiras?
Se sentó en la cama evitando la mirada de su tutor. Estaba tan nervioso, que la espalda le dolía menos. O quizás las aspirinas ya estaban haciendo efecto. El señor Teodoro lo observaba muy serio, sin decir nada.
          —¿Qué pasa? ¿Tienes sueño? —le preguntó con aspereza.
El niño asintió.
          —Le he pedido permiso a Emilia para quedarme aquí, hasta la hora de la cena.
          —Eso me parece muy bien —aprobó el hombre, cruzando los brazos—. ¿Y a quién le has pedido permiso para tomarte tres aspirinas? —interrogó,  muy enojado.
Nicolás se sobresaltó. Estaba más que claro que su tutor sabía, a ciencia cierta, que había cogido las pastillas.
          —A nadie —contestó con un hilo de voz—. Es que me dolía mucho la cabeza y estabais todos durmiendo. No quería molestaros. No volveré a hacerlo.
      —¡Nico, Nico, Nico! —exclamó el señor Teodoro, irritado—. Deberías haberme despertado. ¡En mala hora me fui a acostar! Sabes de sobra que te tengo absolutamente prohibido auto medicarte. ¡Y encima te tomas tres aspirinas! ¿No tenías bastante con una? ¡Eres un irresponsable! No me extraña que estés muerto de sueño, los medicamentos tomados sin control provocan somnolencia, incluso cosas peores. Debería ponerte el trasero más rojo que un tomate, eso es lo que debería hacer.
          —Pues hazlo, ¿qué más da? —musitó el niño.
El señor Teodoro le oyó perfectamente.
          —¿Qué dices? —preguntó, a pesar de haberle escuchado muy bien.
El crío no abrió la boca.
          —No puedes quedarte aquí —declaró el señor Teodoro—. Tengo que ayudar en la cocina y no puedo subir a verte cada dos por tres. Baja conmigo al salón.
          —Emilia me ha dado permiso para quedarme aquí  —replicó el chiquillo.
Su tutor se esforzó por no perder la calma al completo.
          —No me importa lo que te haya dicho mi madre, ella no sabía que  habías tomado las aspirinas —manifestó—. Te repito, por última vez, que bajes conmigo al salón. Quiero verte de vez en cuando, para comprobar que estás bien y estar tranquilo. Puedes dormir en un sofá.
Nicolás, muy terco, se negó. Sabía de sobra que no iba a salirse con la suya, pero estaba rebotado por la paliza que le había dado el marido de Gabriela.
El señor Teodoro perdió la calma al completo.
          —¡Ya lo creo que vas a bajar!—aseguró, fuera de sí.      Se acercó al chiquillo y lo levantó de la cama, posteriormente lo cogió de una oreja. De esta forma, lo sacó de la habitación forzándole a bajar las escaleras. Nicolás creyó que su tutor iba a quedarse con su oreja en la mano.
Cuando llegaron al salón, lo condujo hasta un sofá y lo obligó a sentarse. Después liberó su oído. El muchacho se frotó su dolorida y enrojecida oreja. Las niñas estaban presentes y vieron lo que sucedía. Ninguna dijo nada.
          —Túmbate y no se te ocurra moverte de ahí, hasta que yo te lo diga —le ordenó el señor Teodoro.
Esta vez, Nicolás, obedeció en el acto. Se le habían esfumado las ganas de replicar. Más le hubiera valido obedecer desde un principio. Lo único que había conseguido era que su pobre oreja le ardiera. Se echó en el sofá, boca abajo, y se tapó la cabeza con un cojín.
El señor Teodoro era el responsable de que, pese a tener quince años recién cumplidos, el muchacho tuviese la inocencia de un niño de diez, ya que ejercía sobre él una protección desmesurada hasta el punto de no permitirle dar un paso sin allanar el camino de antemano.   
El hombre lo estuvo mirando durante unos instantes y luego se fue hacia la cocina. En cuanto entró, su madre y Elisa le vieron muy mala cara.
          —¡Ya has debido pasarte con el chiquillo! —exclamó la señora Emilia, enfadada.
El joven guardó silencio, cogió un cuchillo de considerable tamaño y comenzó a filetear unos gruesos entrecots.
En el salón, Natalia, Patricia y Bibiana no osaron decirle nada a Nicolás. El muchacho permanecía acostado sin moverse y con la cabeza escondida debajo del cojín. Tenía unos grandes deseos de llorar y desahogarse, pero no quería hacerlo en presencia de las niñas. Como pudo, se tragó las lágrimas.

Págs. 123-130

24 comentarios:

  1. Ya echaba de menos el siguiente capítulo Mela, menos mal que lo has puesto jejejejejej
    Se me ha hecho corto, pero bueno como es finde, descansamos un poco jejejejejej
    Un beso.

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  2. Cuando se te hace corto es porque tienes ganas de más. ¡Me alegro! Colgaré el siguiente lo antes que pueda. Un abrazo.

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  3. Hola, Mela, ya estoy aquí. Tus diálogos resultan ágiles y el trasto Nicolas tiene gancho :) Me quedé prendada de tu historia, un beso

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  4. Hola Mere, muy contenta de verte por la estación. ¡Y ojalá te guste toda la historia! Un beso para ti también.

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  5. Creo que me perdí de algo ,sospecho que no se por donde va la cosa.Cariños a Ginger.

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  6. Gracias por tus saludos a Ginger; él también te manda cariños.
    Si te has liado un poco, vuelve al comienzo. Te garantizo que poco a poco, capítulo a capítulo irás entendiendo la historia. Puede que te ayude leer "Antes de iniciar la lectura" o la reseña que hay al pie del libro cuyas páginas van pasando.
    Sea como sea, es prácticamente imposible que, a estas alturas del libro, sepas por dónde va la cosa. El Clan Teodoro-Palacios parece una cosa y es otra muy distinta.
    Me alegra verte por aquí y ojalá mis personajes y su historia te cautiven. Un abrazo.

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  7. ¡No soporto a Blas! Pierde la razón, aunque la tenga, con sus métodos de orangután.

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    1. JAJAJAJAJAJA... Hola Nena, me gusta que mis personajes levanten ampollas. Tú no soportas a Blas y otros lectores lo adorarán. Lo malo sería que os dejara indiferentes. Un beso.

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  8. Qué mal rato para Nico, pero en el fondo comprendo la reacción de Blas, no puede automedicarse, si en lugar de aspirinas fuera otra cosa podía ser terrible. Lo malo es que no sepa (al menos todavía) lo sucedido, seguro su reacción sería diferente para con el niño.

    Besos!

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    1. Estoy muy de acuerdo contigo, FG. Seguro que si Blas conociera la verdad se hubiera comportado de otra forma. Él piensa que el niño tiene un simple dolor de cabeza...
      Besos para ti!!!

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  9. Esto cada vez se pone más interesante. Me tienes distraído.
    ¿Tres aspirinas??? Normal que se enfade Blas.
    Hasta el 21, Mela

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  10. Hola Oskar, me alegra que estés interesado. No sé por qué pensaba que a los hombres no les gustaría este libro. ¡Qué cosas pienso!
    Hasta el 21!!!

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  11. Pobre Nico pasar por tantas cosas! Blas ha tenido essa reeacción por querer cuidarlo que aspirinas es mucho! si Nico fuera más sincero sufriría menos,claro que seria más sincero si Blas no fuera tan sobreprotector!Que gusto vovler por aqui Mela,cada vez que mesenataba a leer zas,algo pasaba extrañé mucho tus personajes,amiga querida feliz Nvidad y feliz 2013 que este sea unn año hermosso para ti!Un abrazo

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    1. Hola Hada Isol, la verdad es que los personajes de esta historia también te extrañaban. Me alegro mucho de tenerte de vuelta. Espero que hayas pasado una Feliz Navidad, que los Reyes vengan cargados (sobre todo de salud y de ilusión), y que tengas un felicísimo 2013.
      Un besazo!!

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  12. Uff que pena me da Nicolas (o que sensible soy). Creo que Blas está demasiado encima de Nico... y ha éste paso, el niño va ha terminar odiandole, aunque seguro que ya haces tú algo, para que esto cambie ¿verdad?. Seguiremos leyendo
    Besitos

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    1. Es muy normal que en este capítulo Nicolás te dé pena. Tienes muchísima razón, Blas está muy, muy encima de Nico.
      Blas pretende quitarle todas las piedras del camino a Nico, lo protege en exceso, y el niño es muy inmaduro debido a esto.
      Seguiremos leyendo a ver qué pasa...
      Besos, guapa!!

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  13. ¿3 aspirinas?
    Mídele el diámetro de la cabeza, por si acaso....

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    1. ¡Ay, Ay, Ay!
      ¡Me alborotas totalmente! Y mi gato se alborota de verme.
      Al niño no le duele la cabeza, le duele la espalda.

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  14. ¡Hola Mela! Siento haber abandonado tanto tu blog en estas últimas semanas... Pero ya estoy aquí de nuevo! :D Me llegaba por este capítulo y voy a seguir leyendo.

    .Estelle.

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    1. Hola Estelle!! Me alegra mucho verte, no te preocupes por nada. Todos tenemos asuntos o problemas que resolver.

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  15. Ahora las aspirinas. Este Nico no para. Estoy empezando a sospechar, que el "simpático" señor del bozal del capítulo anterior, tiene todas las papeletas de ser el causante del chichón de Nico.

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    1. Hola Antonio... tienes razón, Nico no para.
      Puede que vuelvas a tener razón... pero, eso, ya no te lo puedo confirmar.
      Tendrás que averiguarlo.
      Besos

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  16. Un capitulo de trámite sin perder interés
    aún me sorprende que me algunas cosas estos niños
    sean niños y para otras no tanto.

    Se parecen a mí, que parezco un niño a veces, jijiji

    Muy bien Mela, mañana más
    un besote.

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    1. Hola Cielo... Los capítulos de trámite son muy necesarios a veces... lo bueno es que esos capítulos no permitan que el interés se pierda
      jajaja... Yo creo que much@s adult@s en ocasiones somos más madur@s y, en otras, no tanto... con l@s niñ@s pasa igual
      Me alegrará verte mañana
      Un besote

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